Ir al contenido principal

ALPARGATAS Hombre con insomnio

Azaleas del patio del hombre

Un avión a chorro rompe el cielo de la madrugada de Santiago: hay uno que lo observa desde su casa y es observado desde arriba


En la madrugada resplandeciente y sola, cerca de la luna y pasando como una lenta saeta entre las nubes, un avión enciende y apaga sus luces, enciende y apaga, enciende y apaga. Son menos de las cinco de la mañana y desde hace un rato el hombre anda insomne por la casa, va de la radio a un libro, del libro a la radio, se desvía para mirar las azaleas del patio y sigue su rumbo sin rumbo, molesto porque ya no puede dormir cuatro horas seguidas sin despertarse sobresaltado, creyendo que ya es tarde, que el mundo se irá sin él.
Mira cómo el avión a chorro se pierde por encima de la tapia del vecino y piensa en esa azafata que debe venir de Bogotá, Miami, Nueva York, quién sabe, agotada de trabajar tantas horas entre esos pasajeros sin rostro, el de la A24 se ha dormido temprano luego de beber un whisky, la señora de la C3, viaja nerviosa, con una niña que a cada rato pregunta si la reconocerán sus parientes cuando llegue al aeropuerto.
Hay uno o dos desvelados a esa hora, mirando por la ventanilla, preguntándose si alguien allá abajo les prestará atención, si habrá uno, aunque sea, observando ese avión allá arriba. Nunca sabrán que parado en la obscuridad, en el vano de la puerta que da al patio, frente a las sagitarias, el helecho, las azaleas y la planta de tomates que sembró la mujer, se hace la misma pregunta. Quizás se vean las luces en cuadrícula de Santiago, La Banda, Clodomira, Loreto y quién sabe qué más. El río Dulce tal vez sea una cinta sinuosa y negra para quienes lo quieran observar porque saben geografía o —digámoslo— son santiagueños y creen reconocer el pago querido desde diez kilómetros de distancia, volando hacia Buenos Aires.
El hombre arrastra las alpargatas por la silenciosa casa. Tose, camina de aquí para allá, revisa la heladera por centésima vez buscando quién sabe qué, luego se encamina hacia la puerta de calle, se asoma a ver si anda el canillita de la esquina, pero ¡maimanta!, con la moda de no dejar a sus lectores sin el crimen pasional de último momento, los diarios juegan a la pilladita al revés, salen tarde, casi a la hora del desayuno, matutinos tardíos de noticias intrascendentes, bueno solamente para limpiar la parrilla.
Por fin se decide, va a la cocina, pone el agua a hervir. Empezará a cebar el primero de quichicientos mates de todo el santo día. Sentado frente a la computadora redactará una nota en la que una voz le dice: “Por favor, señores pasajeros, les rogamos que se ajusten los cinturones porque en media hora estaremos aterrizando”. Abajo pasarán entre penumbras, los barrios del norte de Buenos Aires, con piletas de natación en los fondos. Es posible que a lo lejos se vean las últimas luces de Colonia y Montevideo, en el Uruguay.
Luego de dar unas vueltas por Buenos Aires, a la tarde, volverá a Santiago en el Flechabús.
Arrastra lentamente las alpargatas, del patio a la cocina. Suspira, una línea de luz rompe el aire trayendo la mañana, otro día comienza a desperezarse en Santiago. A lo lejos suenan los frenos del Chumillero, la mujer chancletea desde la habitación, los pelos revueltos, los ojos chiquitos: ¿Desde qué hora andas espantando, hombre?, le pregunta.
Y él sabe que el mundo sigue en su exacto lugar.
©Juan Manuel Aragón
A 29 de noviembre del 2023, en El Polear. Volando un barrilete

Comentarios

  1. Parece una parte de tu rutina diaria!!!

    ResponderEliminar
  2. Hermoso relato. Muy tuyo Juan. Me alegro por eso. Tu cable a tierra mí hermano.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

HISTORIA La Casa de los Taboada

La Casa de los Taboada, recordada en El Liberal del cincuentenario Por qué pasó de manos de una familia de Santiago al gobierno de la provincia y los avatares que sucedieron en la vieja propiedad Los viejos santiagueños recuerdan que a principios de 1974 se inundó Santiago. El gobernador Carlos Arturo Juárez bautizó aquellas tormentas como “Meteoro”, nombre con el que todavía hoy algunos las recuerdan. Entre los destrozos que causó el agua, volteó una pared del inmueble de la calle Buenos Aires, que ya se conocía como “Casa de los Taboada”. Y una mujer que había trabajado toda la vida de señora culta, corrió a avisarle a Juárez que se estaba viniendo abajo el solar histórico que fuera de la familia más famosa en la provincia durante el siglo XIX. No era nada que no pudiera arreglarse, aunque ya era una casa vieja. Venía del tiempo de los Taboada, sí, pero había tenido algunas modernizaciones que la hacían habitable. Pero Juárez ordenó a la Cámara de Diputados que dictara una ley exprop

RECUERDOS Pocho García, el de la entrada

Pocho García El autor sigue desgranando sus añoranzas el diario El Liberal, cómo él lo conoció y otros muchos siguen añorando Por Alfredo Peláez Pocho GarcÍa vivió años entre rejas. Después de trasponer la entrada principal de El Liberal, de hierro forjado y vidrio, había dos especies de boxes con rejas. El de la izquierda se abría solo de tarde. Allí estaba Juanito Elli, el encargado de sociales; se recibían los avisos fúnebres, misas, cumpleaños. Cuando Juanito estaba de franco su reemplazante era, el profesor Juan Gómez. A la derecha, el reducto de Pocho García, durante años el encargado de los avisos clasificados, con su ayudante Carlitos Poncio. Pocho era un personaje. Buen tipo amantes de las picadas y el vino. Suegro de "Chula" Álvarez, de fotomecánica, hijo de "Pilili" Álvarez, dos familias de Liberales puros. A García cuando salía del diario en la pausa del mediodía lo esperaba en la esquina de la avenida Belgrano y Pedro León Gallo su íntimo amigo Orlando

HOMBRE San José sigue siendo ejemplo

San José dormido, sueña Un texto escrito al calor de uno de los tantos días que el mundo secularizado ideó para gambetear a los santos Todos los días es día de algo, del perro, del gato, del niño, del padre, de la madre, del mono, del arquero, de la yerba mate, del bombo, del pasto hachado, de la madrastra, del piano de cola, de la Pachamama, del ropero, de la guitarra, del guiso carrero, de la enfermera, del abogado, del pañuelo usado. Todo lo que camina sobre la tierra, vuela en el cielo, nada en el agua, trepa las montañas, nada en las lagunas, patina en el hielo, surfea en las olas o esquiva a los acreedores, tiene su día. Nada como un día sin connotaciones religiosas, sólo nuestro, bien masón y ateo, para recordar a los panaderos, a las mucamas, a los canillitas, a los aceiteros, a los carpinteros, a los periodistas a los lustrines, a los soderos, a los mozos, a los vendedores, a los empleados públicos, a los policías, a los ladrones, a los jugadores, a los abstemios y a los tomad