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Hay modernos hábitos que son un poco inexplicables, como el de llevar una botella de plástico a todos lados: en dos cuadras a todos les agarra sed
El agua es, desde hace varios años, un problema fundamental de la juventud, que no la toma, sino que la chupa. Hasta hace un tiempo, cuando los hijos salían, las madres les preguntaban si llevaban plata, el pañuelo, las llaves. Ahora es fundamental, aunque vayan a volver en una hora, todos andan con su botellita a cuestas. La llevan a la escuela, oiga, con qué necesidad si en casi todas hay caños repletos de agua. Es agua ahora se chupa, no se toma, al parecer está mal visto empinar el codo o levantar el cogote para beberla y por eso todos tienen una botella con sorbete. Grandes y chicos salen a caminar una hora por el parque Aguirre o por la plaza de la vuelta de su casa, y andan con la botellita, como si no pudieran esperar hasta volver a la casa para tomar un vaso.Es una costumbre curiosa, al menos en ciudades como Santiago, en las que a nadie se niega un cigarrillo, la Faja de Honor de la Sade y un vaso de agua. En cualquier bar o kiosco le darán un poco para saciar la sed, todavía se conserva la vieja hospitalidad de los mayores que no le negaban un vasito al que pasaba. Es tan común que cuando los peregrinos de San Gil van llegando a La Banda todos los 25 de agosto cerca del mediodía, hay mujeres asomadas a la vereda y a los que vienen de a caballo les ofrecen un sangüi de mortadela y un vaso de agua, algunas hasta invitan cerveza.De chicos, allá lejos y hace tiempo, solíamos salir al monte de a caballo: mi abuelo siempre nos pedía que no nos olvidemos de llevar una caramañola con agua, pero era para hacernos burla: mientras para nosotros se trataba de todo un viaje, él sabía que era un corto paseo, porque al mediodía estaríamos de vuelta para almorzar. Después le comentaba a mi abuela o a algún visitante: “Han ido muy lejos, hasta agua han llevado”.
De todas maneras, en el campo el agua era un problema: los hacheros, los que andaban campeando hacienda, los alambradores, solían llevarla en un bote de aceite envuelto en lonilla: después de dos horas de revolear el hacha cualquiera tiene sed, sobre todo cuando calcula que le quedan dos horas más. Si uno sale en el campo a las seis de la mañana, a las once la sed se habrá convertido en una sensación insoportable, se le secará la boca y tendrá como una baba blanca en los labios. Y, como se sabe, hay lugares en los que escasea, por lo que es necesario pedir el camión de Recursos Hídricos o de la comuna para que le llenen el aljibe, pero es otra historia.
La sed llega siempre antes que el hambre y mata en menos tiempo, es letal. En las cárceles argentinas, cuando un preso anuncia que hará huelga de hambre, inmediatamente lo llevan a una celda aparte para que cumpla estrictamente lo que prometió, nadie le lleva comida, pero agua toda la que quiera, porque la deshidratación lo podría matar en pocas horas, con hambre su protesta durará unos cuantos días.
En ciudades como Santiago, todavía hay agua gratis por todos lados, de suerte que la botellita de agua es un adminículo grotesco e inútil. Antes era casi una institución acercarse al placero que regaba el pasto para pedirle un traguito, muchas veces los chicos aprovechaban para echarse un poco en el pelo y refrescarse.
Al parecer la sociedad de hoy, sirupítica y craquelé, con empaque de primer mundo aprendido en las malas series norteamericanas que pasan en la televisión, odia esas acciones de pueblero. Para muchos el agua sale de una botella de plástico por algo que ahora llaman sorbete y el sangüi se lleva a la escuela en una lonchera (en serio amigo, ¡le dicen lonchera como en las traducciones mejicanas o de quién sabe dónde, de películas yanquis!) y es obligatorio que los chicos tengan mochila con rueditas para que no se cansen.
Y sí, seré viejo, pobre y feo, pero no ridículo. Al menos lo intento.
Juan Manuel Aragón
©Ramírez de Velasco
A 15 de abril del 2024, en el Ulluas. Sogueando a un vecino
Llevar a cuestas una botella con agua, como si en vez de ir al trabajo o al almacén de la esquina uno estuviera por cruzar el desierto de Mojave, no es una curiosa costumbre sino que es un hábito inducido por campañas publicitarias que crean necesidad.
ResponderEliminarAños atrás, cuando solo se contaba con "agua de la canilla", nadie hablaba de la necesidad de consumir una cuota de agua diaria.
Los chicos teníamos que tomar al menos un vaso de leche, eso era todo.
Cuando salió el "agua de vertiente" embotellada, que no es de vertiente sino de algún garage en un barrio donde alguien le aplica un poco de ozono o luz utravioleta a la misma agua de la canilla, las embotelladoras empezaron a hacer generosos lobby ante las academias de medicina y tambien campañas publicitarias para que de pronto se recomiende tomar 13 vasos de agua por día a los hombres y 9 a las mujeres.
Y por supuesto la gente entra como por un caño, y sin preguntar ni cuestionar obedece como ovejas.
Adicionalmente, es tal la ridiculez del consumo forzoso del agua embotellada, que encima para que parezca serio le ponen una etiqueta que muestra la "Información Nutricional del Agua"!!!!!, donde se indican todos los ceros correspondientes a Contenido de Fibra, Grasas Saturadas y no Saturadas, Glucosa, etc. que por supuesto el agua nunca puede tener.
ResponderEliminarle dicen agua mineral (!), pero el agua es un mineral... todos estamos del coco Rosmiro Antúnez
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