Cocodrilo con gacela (imagen de la inteligencia artificial) |
Qué pasa cuando la gacela baja a tomar agua, sospechando quizás que la espera la muerte en un charco barroso
El otro día en un canal de animales, pasaban una serie sobre el cocodrilo africano, el peor de todos. Tan sanguinario, que a su lado la hiena es un tierno gatito regalón. El muy reptil está un buen rato bajo el agua aguantando la respiración mientras espera que la corzuela de allá, que es más grande que las de aquí le dicen impala o gacela, se confíe cuando se acerque a saciar su sed.Es increíble. El pobre bichito sabe que el otro está ahí esperando para comerla entre dos pancitos, lo ha visto hacer lo mismo muchas veces con una hermana, con los padres, con una tía, pero igual baja hasta esa aguada barrosa, en la que hay más de un cocodrilo por metro cuadrado, tiene mucho temor, tirita de miedo, carajo. Pero saca fuerza de sus flaquezas, porque hace tanto que no toma agua, que el peligro bien vale unos cuantos tragos.De repente siente un ruido quizás lejano, un leve temblor en el agua, la hoja de un árbol al caer, el lejano rugido de un león, y pega un salto para alejarse inmediatamente del peligro. La sed puede más, entonces vuelve a la carga, ahora elige un lugar al ladito del anterior, pero algo menos barroso. Otro ruido y vuelve a brincar para atrás, los ojos aterrados, ¡pucha!, no era nada por suerte, piensa. Capaz que la confunden los latidos de su propio corazón.
Hay que ver, ¿no?, porque de un lado están los leones, agazapados entre los pastizales o las chillonas hienas que cuando la ven se relamen. Para ellos es un bocado de golosos, lo que sería un alfajor santiagueño para usted. Por eso Dios la hizo ligera, desconfiada y con un oído y un olfato finísimos, que le advierten del peligro a grandes distancias.
El ñato que habla en la tele ya ha dicho que es un programa para ver cómo caza el cocodrilo, el tipo sabe que al final va a ganar, pero igual guarda una leve esperanza de que el animalito zafe, hace fuerza por él, lo mismo que cuando hay boxeo y siempre hincha por el que tiene todas las de perder, o en las elecciones quiere que gane la ultraizquierda, a ver qué pasa. Pero también piensa en el cálculo que debe estar haciendo el otro bajo el agua, que aguaita con mucha paciencia que la gacela se confíe, no tanto como para que sacie su sed y se mande a mudar, pero sí lo suficiente como para descuidarse una ínfima fracción de tiempo.
Como le sucede casi siempre, el tipo por adentro alienta al bicho más débil para que salga disparando y arruine la filmación a los documentalistas —las manos arañando el sillón, el cuerpo tenso, los ojos abiertos, el dedo que no sabe si cambiar al canal de noticias, olvidado de las ganas de ir al baño desde hace tres publicidades —cuando el feroz cocodrilo salta en un brinco feroz, pilla a la otra del pescuezo, la retuerce en el aire y la lleva hacia el agua, todo pasado en cámara lenta, varias veces. El bichito se retuerce de dolor y pavura, sabe que le ha llegado la hora, patalea desesperadamente queriendo salir de ahí, intenta zafar de los afilados dientes del grandote, pero es inútil. Hay un leve instante de esperanza cuando el monstruo la suelta un instante, una fracción de segundo, pero es sólo para agarrarla mejor, desde la panza hasta la cabeza.
Hace unos instantes, antes del desenlace el tipo ha hecho una apuesta con la mujer: “Si no se la come lavo los platos durante una semana”. Ahora alpiste, perdiste. El de la tele anuncia que después de la propaganda estará el cocodrilo peleando contra el elefante. Pero está cansado de tanta sangre.
En otro canal dan una Argentina, con Darín y, se está por prender, porque parece buena, cuando la mujer le recuerda que los platos siguen sucios desde el mediodía, en la cocina. “Lavalos bien, no como el otro día”, dice ella mientras hace zápping para ver a Osvaldo Gross en Canal Gourmet.
Juan Manuel Aragón
A 29 de julio del 2024, en Bandera Bajada. Cebando mate.
Ramírez de Velasco®
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