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El Gran Hotel de Santiago |
Chito Cáceres, que supo ser taxista durante muchos años, guarda uno de los secretos más ocultos de la Madre de Ciudades
Chito Cáceres era taxista cuando había pocos con esos autos negros y amarillos que según creían algunos —todos —durarían para siempre. Supo ser dueño de uno de los pequeños grandes secretos que escondía la ciudad y con el que admiraba a sus pasajeros, los dejaba con la boca abierta de la sorpresa. Cuando pasaron los años, como tantas cosas, perdió importancia aquel oculto saber que escondía quién sabe dónde. Pero, hay que ir por partes para entender cómo era la cosa.Hubo un tiempo en que los semáforos de Santiago comenzaban en la Alsina y terminaban en la Rivadavia. Los sincronizaron para que, de cualquiera de los dos lados, hubiera una onda verde, que duraba, con viento a favor, sin tránsito y una buena acelerada de un Torino, digamos, tres esquinas justitas. Después había que esperar de nuevo. Cuando se preguntaba por qué no estaban coordinados de los dos lados para que, rumbo al sur o rumbo al norte, hubiera una onda verde, decían que no se podía. Los que estaban en la pomada, decían que ni con computadora se podían sincronizar de los dos lados. Era macaneo, por supuesto, con el tiempo se pudo agarrar la onda verde yendo o viniendo por la Belgrano sin ningún problema, incluso permitiendo los giros a la izquierda en algunas esquinas.Pero en aquel entonces Chito tenía una habilidad: siempre sabía cuánto faltaba para que pusieran el semáforo en verde aunque fuera por una transversal. Por dar un caso, cuando venía por la Libertad, sabía exactamente cuándo se iba a poner en verde en la Belgrano. Si estaba con pasajeros, le ordenaba: “Dame paso… ¡ya!”, y los dejaba pasmados de la sorpresa, porque el aparato parecía hacerle caso.
En ese tiempo trabajaba en el Tribunal de Faltas de la Municipalidad así que conocía a muchos taxistas y colectiveros y a muchos les consulté cómo lo hacía, pero nadie supo explicarme. Varias veces se lo pregunté a él personalmente, pero nunca quiso decirme.
Un día cambió la mano, los semáforos invadieron todas las esquinas de Santiago, el tránsito se hizo más intenso y los de la Belgrano se hicieron quizás más previsibles, más cotidianos. O se dejó de hablar de problemas del tránsito o, al vender mi motocicleta ya no me importó.
En ese tiempo todo tardaba. Cualquier película, pongalé “Hermano sol, hermana luna”, si en Estados Unidos la estrenaban en junio de un año, a Santiago llegaba en marzo del año siguiente, cuando todos sabían cómo empezaba y cómo terminaba, porque un primo la había visto en Córdoba, en Tucumán, en Nueva York. Con decirle que en la primavera peronista del 73 al 76 recién se vieron las películas de Pedro Pablo Pasolini y otras muchas que ya tenían más de una década en cartel en otras partes, sin la odiosa censura, y hoy las pasan a las 3 de la tarde, por la televisión abierta, igual que a las prohibidísimas de la Isabel Sarli, a quien Dios debería tener en la Gloria.
Qué le quiero decir, hay muchas cosas el mundo moderno ha solucionado de rompe y raja, como el asunto de los teléfonos. Antes, había que esperar toda una vida para que le instalaran un fijo en la casa y a veces se moría de viejo sin tenerlo. Ahora, hasta el gaucho más infeliz tiene teléfono con Spotify Premium y manda al carajo a la telefónica y sus tres horas de espera para una triste comunicación con Tucumán.
De todas maneras, para un viejo de hoy, saber el secreto de los semáforos de Santiago, sigue siendo algo importante, casi fundamental, una misión más a tachar, cosa de morir feliz y contento. Aunque sea un secreto del pasado, sigue existiendo la curiosidad, como que ha quedado una espina en el cerebelo, en el bulbo raquídeo, y de alguna manera quiere erradicarla.
El otro día lo hallé a Chito en el centro, andaba con una nieta haciendo compras por la Tucumán. Ya no tiene más taxi ni remise, está jubilado y se dedica a la buena vida. Le pregunté de nuevo sobre el secreto del semáforo.
—Amigo, qué te cuesta, a quién le voy a contar ahora —lo apuré.
—¿Vos sabes cuál es el río más largo del mundo? —me preguntó.
—Por supuesto, el Nilo —le contesté.
—¿Sabes cuánto mide el Everest?
Respondí que más o menos unos 8.800 metros o por ahí.
—¿De qué te sirve saberlo?
—De nada, son datos al cohete.
—¿Y entonces?
Si no cree, Chito estuvo muchos años en la parada de la Terminal Vieja, después frente al Grand Hotel. Vive en el barrio Smata. Pregúntele y tampoco le va a decir. Creo.
©Juan Manuel Aragón
A 3 de febrero del 2024, en Quimilí. Haciendo una promesa a San Blas
Un día cambió la mano, los semáforos invadieron todas las esquinas de Santiago, el tránsito se hizo más intenso y los de la Belgrano se hicieron quizás más previsibles, más cotidianos. O se dejó de hablar de problemas del tránsito o, al vender mi motocicleta ya no me importó.
En ese tiempo todo tardaba. Cualquier película, pongalé “Hermano sol, hermana luna”, si en Estados Unidos la estrenaban en junio de un año, a Santiago llegaba en marzo del año siguiente, cuando todos sabían cómo empezaba y cómo terminaba, porque un primo la había visto en Córdoba, en Tucumán, en Nueva York. Con decirle que en la primavera peronista del 73 al 76 recién se vieron las películas de Pedro Pablo Pasolini y otras muchas que ya tenían más de una década en cartel en otras partes, sin la odiosa censura, y hoy las pasan a las 3 de la tarde, por la televisión abierta, igual que a las prohibidísimas de la Isabel Sarli, a quien Dios debería tener en la Gloria.
Qué le quiero decir, hay muchas cosas el mundo moderno ha solucionado de rompe y raja, como el asunto de los teléfonos. Antes, había que esperar toda una vida para que le instalaran un fijo en la casa y a veces se moría de viejo sin tenerlo. Ahora, hasta el gaucho más infeliz tiene teléfono con Spotify Premium y manda al carajo a la telefónica y sus tres horas de espera para una triste comunicación con Tucumán.
De todas maneras, para un viejo de hoy, saber el secreto de los semáforos de Santiago, sigue siendo algo importante, casi fundamental, una misión más a tachar, cosa de morir feliz y contento. Aunque sea un secreto del pasado, sigue existiendo la curiosidad, como que ha quedado una espina en el cerebelo, en el bulbo raquídeo, y de alguna manera quiere erradicarla.
El otro día lo hallé a Chito en el centro, andaba con una nieta haciendo compras por la Tucumán. Ya no tiene más taxi ni remise, está jubilado y se dedica a la buena vida. Le pregunté de nuevo sobre el secreto del semáforo.
—Amigo, qué te cuesta, a quién le voy a contar ahora —lo apuré.
—¿Vos sabes cuál es el río más largo del mundo? —me preguntó.
—Por supuesto, el Nilo —le contesté.
—¿Sabes cuánto mide el Everest?
Respondí que más o menos unos 8.800 metros o por ahí.
—¿De qué te sirve saberlo?
—De nada, son datos al cohete.
—¿Y entonces?
Si no cree, Chito estuvo muchos años en la parada de la Terminal Vieja, después frente al Grand Hotel. Vive en el barrio Smata. Pregúntele y tampoco le va a decir. Creo.
©Juan Manuel Aragón
A 3 de febrero del 2024, en Quimilí. Haciendo una promesa a San Blas
En realidad los semáforos con mecanismo seriado se pueden coordinar en ambos sentidos, con ciertas limitaciones de "ventana" verde o roja según los volúmenes de arribos de calles transversales y giros desde ellas.
ResponderEliminarEl primer diseño de regulación secuencial de la Av. Belgrano lo hizo el Ing. Vial Daniel Olmedo allá por el 83-84 como tésis de graduación, en el que participé haciendo los "aforos" (conteos de vehículos en cruce y giro) en cada esquina de todo el recorrido.
Ese diseño se hizo a mano, con gráficos dibujados a mano, para ajustar los tiempos de cada fase en ambos sentidos. Hoy todos esos cálculos y ajustes se hacen con programas de computación.
El trabajo fue usado por la Municipalidad para la coordinación (onda verde) de toda la Av. Belgrano.
Como el tiempo de cada fase de color varía según varía el volumen de aporte en cada intersección, una vez que uno se familiariza con esos tiempos, puede especular dentro de cierro rango de velocidad para anticipar el cambio a verde antes de arribar a cada cruce.
Para transita con onda verde por la calle Independencia o por la avenida Belgrano, hay que pasar a la siesta de un día de mucho calor, o fin de semana o feriado por la mañana muy temprano. Cuando hay un poco de tránsito... sonamos, porque los lentos van por todos los carriles posibles, así encontramos dos semáforos con luz verde (con suerte) y el siguiente ya está en rojo.
ResponderEliminarSoy Pilpinto Santos . Don_ no me diga q a ese charlatán ud le cree ? mire esa casualidad es mi vecino jjjj. Buen tipo es , cuando lo vea dígale q yo le-i dicho q le cuente el secreto, pero para eso debe ud prepiarlo diciéndole ¿el hombre se cansa? y ahí se largará sólito. De mujeres no le hable , le aclaro.
ResponderEliminarAlguien sabe por qué los semáforos de la Jujuy tienen siempre onda roja?
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