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El tío Camilo miraba con mucho detenimiento las fotografías de los álbumes de fotos de las sobrinas
A veces los grandes misterios de las familias suelen tener una explicación simple, sencilla, de cajón. Como que al tío Camilo le encantaba revisar los álbumes de las fiestas de quince de las sobrinas. Tres tracaladas de chancletas habían tenido los hermanos y cuñados, todas chicas lindas, bien criadas, hacendosas. Había habido fiestas de quince de todos los colores, sabores y tamaños. No faltó a ni una. Siempre caía con el mismo regalito, un anillo de plata para las de sus hermanos y una cadenita con una cruz para las de los cuñados. Se portaba bien, no tomaba mucho, no comía mucho, no hablaba malas palabras, iba bien vestido, acompañado con la tía Etelvina, siempre compuesta y arreglada al milímetro, ,más dos o tres de los hijos, si andaban por el pago, porque todos vivían lejos.Lo curioso es que después de los cumpleaños, cuando el fotógrafo entregaba su trabajo, pedía por favor que lo dejaran mirar el álbum. Iba de visita a la casa de los parientes, pedía el álbum y pasaba las hojas muy despacio, de manera displicente, casi sin hacer comentarios, salvo cuando se veía en una foto, porque entonces decía: “Miralo de viejo que está ese” o “por qué no sacan a ese viejo de ahí, que da mala vista”. En todos los casos, el viejo era él.Años después los sobrinos supieron que cuando comenzó con esos comentarios no tenía tantos años, apenas pasaba los cuarenta, así que lo de viejo era un decir nomás, o quizás se creyera un veterano, quién sabe.
Después el sobrinaje se comenzó a casar y no perdió la costumbre, cuando estaba listo, visitaba la casa de la casoriada, le pedía el álbum y lo revisaba prolija, minuciosamente, como si estuviera buscando algo. Como será que, si por ahí en la familia uno se quedaba con la vista perdida, mirando distraído un punto fijo, los demás le decían: “Ya está tío Camilo mirando el álbum de los quince de la Gracielita”.
Una sola vez, en una fiesta de fin de año, un cuñado le preguntó qué le llamaba la atención de los álbumes de la parentela. “¿A mí?, no, no me llama la atención nada, ¿por qué?”. “Porque en vez de tenerlos un ratito, estás una hora observándolos, parece que buscas algo”. “Pero no, hombre, los miro nomás”, respondió. Y quedó en eso.
Al parecer no se daba cuenta de que pasaba a veces cerca de dos horas o todo lo que duraba una visita, callado, ensimismado, observando las fotografías en que aparecían las chicas bailando con el padre, los hermanos, los parientes cercanos, los amigos, la torta de cumpleaños, las mesas con sus comensales, el baile, los arreglos florales y hasta la misa de unos días antes, a la que había ido toda la familia y las amigar más íntimas.
Así hasta que se murió.
Años después, alguien recordó la manía del tío de mirar tan fijamente las imágenes de los cumpleaños y casamientos. Después de una deliberación, el sobrinaje fue en peregrinación a visitar a la tía Etelvina, que ya era viejita, pero se mantenía bien, lúcida y caminando derecho, sin encorvarse, con la sola misión de preguntarle sobre aquella costumbre del tío, a ver si sabía.
Y sí sabía, cómo no.
Dijo que, como todos, el tío era consciente de que cualquier día, cuando Dios lo dispusiera, se iba a morir. Las fotos lo hacían vivir de nuevo el momento del cumpleaños, de la fiesta del casamiento. Cuando las miraba volvía a ese instante, oía la música, olfateaba los mismos aromas, revivía el sabor de la comida, la volvía a sentir a ella, a la tía, bailando un tango entre sus brazos. “Para él, mirar las fotos era repetir los buenos momentos”, dijo la tía. “¿Cómo vivir dos veces lo mismo?”, preguntó el primo Antonio. “Es lo que decía él”, repuso la tía.
Cuando volvían a la casa, el camino les pareció muy corto, eso que eran como veinte cuadras largas. Cada uno encerrado en sus pensamientos, sabiendo que un día cualquiera de ese año, del siguiente o dentro de diez o veinte, no habría nadie que recordara aquello ni siquiera como cuento familiar.
El tío los había madrugado repitiendo los buenos momentos, y a su manera les había sacado el jugo dos veces.
Mucho para una sola vida, ¿no cree?
Juan Manuel Aragón
A 30 de mayo del 2024, en El Cruce, La Banda. Cargando nafta.
Ramírez de Velasco®
Muchos ahora como el tío, gracias al feisbuk. Si, algunos tíos y tías ayudaron a madrugar a esa modernidad de hoy , va. Eso lo creo yo. Con frío sin querer levantar
ResponderEliminarME GUSTAN MUCHO ESTOS TEMAS JUANCHO QUERIDO...BIEN ESCRITOS ENCIMA...ABRAZO..Severo
ResponderEliminarMuy bueno. Tenía razón tu tío.
ResponderEliminarComparto la motivación del motivación del tío Camilo. También para mi las fotos, de todo, sirven para eso.
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