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CONCEPTOS De la yilé al Auto Unión

Máquina de afeitar

Por qué la relación con las cosas se ha vuelto tan desapegada, de dónde viene lo desechable, la protesta de los barberos que no fue

El buen día que a don King Camp Gillette, se le ocurrió inventar la yilé (pronúnciese llilé), el mundo entró como caballo en la más rancia modernidad. Que es la civilización que ha hecho de la basura su máxima contribución al bienestar general. Fue el que proveyó de maquinitas de afeitar a los soldados norteamericanos durante la Primera Gran Guerra Mundial, así se afeitaban en el frente o en la retaguardia, con comodidad, con higiene, sin lastimarse y con un utensilio que llevaban fácilmente en el bolsillo.
No era un industrial que ya venía produciendo otras cosas y de repente se le ocurrió la máquina, no señor. Para mejor, su primer invento resultó ser una genialidad, porque hasta ese momento todo el mundo (que significa literalmente: “todo el mundo”), se afeitaba al ras con navajas y por eso muchos pueblos tenían una larga tradición de barbudos, entre ellos, los argentinos. ¿O usted imagina al Martín Fierro con la cara afeitada, tipo culito de bebé?
Hasta su invento no solamente había que tener una navaja, sino también saber usarla, todo un tema. Por eso la gente pudiente iba al barbero (justamente), a afeitarse. El resto confiaba en un amigo, en la esposa, en un hermano.
Y viene este tipo, Gillete, y revoluciona, por primera vez, la vida privada de millones de hombres alrededor del mundo, que con una brocha de tres pesos y sus hojitas que salían baratísimas, hacían más fácil su vida, más simple. Entre paréntesis, imagínese si se inventaba anteayer en la Argentina, y miles de barberos saliendo esta mañana a la calle a pedir que se las prohíba porque se quedarán sin su fuente de trabajo y corren riesgo sus familias y blablablá.
Las hojitas de afeitar tenían una vida útil que dependía de la dureza de la barba de cada uno, algunos las ponían en la máquina y se olvidaban de cambiarlas hasta el próximo mes, otros las usaban una vez y no servían más. Había quien las afilaba en la parte de adentro de un vaso o las guardaba para sacar la punta de los lápices. Pero, en general, era usar y tirar. Después —o antes— que los fósforos, fue quizás el primer objeto desechable que usó toda la humanidad, de punta a punta. Al menos tal cual se conoce a lo desechable hoy en día, porque exactamente todo es desechable en esta vida y ahí están las pirámides de Egipto, que no dejan mentir.


Fue tan genial la idea de don King Camp, que su fábrica estuvo durante muchos años buscando otra que lo superara. Modernizaron las maquinitas, inventaron la “Platinum Plus”, crearon la crema y la espuma de afeitarse, la hicieron en forma de aerosol, pero la esencia seguía siendo la misma, en el fondo de todo estaba la yilé, que la vendían hasta en la vereda del mercado. Hasta que idearon las otras máquinas de doble y triple hojita y ahí sí, el mundo puso a las yilés en la categoría de “cosas que se usaban antes, pero ahora no”.
Endemientras, hasta los autos vienen ahora fabricados prácticamente con el concepto de usar y tirar, lo mismo que los televisores, ¡la ropa!, los enseres cotidianos de los hogares, las casas, todo.
¡Una maravilla!, ¿una maravilla?, quién sabe, amigo.
Dicen que cuando lanzaban el Nautilus, el primer submarino atómico al agua, en la otra punta del astillero se estaba empezando a construir el segundo. Hoy resulta que cuando están terminando de inventar algo en alguna parte, en otro lado están davueltando el concepto por el cual se inventa eso, algo así como los populares programas de cocina, que dan consejos a amas de casa que, básicamente no saben ni hacer un guiso ni les interesa aprender, los celulares tan ultra pequeños que cabían en una uña y al día siguiente se hicieron tan grandes que abultan en el bolsillo. Los antes necesarios viajes en transatlánticos, que ahora son solamente periplos de placer. Y así con todo.
Voy terminando este escrito, sin ninguna conclusión, consejo o moraleja a la vista. Salvo que, como muchos viejos prefiero seguir tomando mate en un viejo y machucado porongo de loza, sin saber si el concepto mismo de mate está perimido, está pasado de moda, o algo, no importa. Me aferro a una camiseta por más que mi mujer diga que ni para trapo sirve y quisiera volver al viejo Auto Unión de la infancia, que andaba como las motos de dos tiempos, con una mezcla de nafta y aceite y tenía adelante, atrás y enatrás y llevaba a cuestas la infancia de mis hermanos y mi madre joven, manejando. El motor hacía un ruidito muy particular.
En fin, ¿no?
Juan Manuel Aragón
A 2 de noviembre del 2024, en la San Juan. Jugando a los coboi.
Ramírez de Velasco®

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