Literatura infantil o para uso de los maestros
Por Norma Sayago
-Mirá, mirá las tunas-, señala Thiago con la mano derecha, mientras su papá maneja el auto.
-¿Qué son esas frutitas verdes que hay en los cercos? Parecen corazoncitos puestos en la enredadera.
-Son docas, hijo.
Por Norma Sayago
-Mirá, mirá las tunas-, señala Thiago con la mano derecha, mientras su papá maneja el auto.
-¿Qué son esas frutitas verdes que hay en los cercos? Parecen corazoncitos puestos en la enredadera.
-Son docas, hijo.
-¿Docas?
-Sí, y también se les dice tasi, en idioma quichua, claro.
-¿Puedes parar? Quiero ver de cerca que son esas cosas largas que cuelgan de los árboles.
-Parar sí, pero ni se te ocurra acercarte. No son cosas, son nidos de avispas que utilizan para almacenar la miel. Se les llama lechiguanas.
-Ay, papá, qué linda naturaleza del monte, siempre que puedas, quiero que me traigas.
Efectivamente, era un lindo día de sol, sobre el camino encontraron coloridas tuscas y chañares en flor, los cardones ofrecían sus flores blancas, perfumadas y sobre el suelo los sisaquellus amarilleaban el monte. Las ulúas florecían rojas sobre el pasto verde. Piquillines, mistoles, breas, árboles típicos de esta región del departamento Alberdi, muestran todo su esplendor de primavera.
-Mirá pá, esas plantas las vi en el parque, en la ciudad. Exclama el niño entusiasmado.
-Se llaman chaguares, hijo. Pero cuidado, tienen espinas, muy filosas, si pasas tu dedo, te saldrá sangre.
Thiago se queda observando la planta de chaguar, mientras su padre le explica para qué se emplea en el campo, y como la usaron los pueblos originarios.
-Quiero llevar algunos frutos del monte, papá.
-Bueno, pero debes tener cuidado, puede que alguien te esté mirando.
-Pero, si no veo a nadie por los alrededores y en todo el camino no hemos visto a ningún vecino por estos lugares.
-Sí, y también se les dice tasi, en idioma quichua, claro.
-¿Puedes parar? Quiero ver de cerca que son esas cosas largas que cuelgan de los árboles.
-Parar sí, pero ni se te ocurra acercarte. No son cosas, son nidos de avispas que utilizan para almacenar la miel. Se les llama lechiguanas.
-Ay, papá, qué linda naturaleza del monte, siempre que puedas, quiero que me traigas.
Efectivamente, era un lindo día de sol, sobre el camino encontraron coloridas tuscas y chañares en flor, los cardones ofrecían sus flores blancas, perfumadas y sobre el suelo los sisaquellus amarilleaban el monte. Las ulúas florecían rojas sobre el pasto verde. Piquillines, mistoles, breas, árboles típicos de esta región del departamento Alberdi, muestran todo su esplendor de primavera.
-Mirá pá, esas plantas las vi en el parque, en la ciudad. Exclama el niño entusiasmado.
-Se llaman chaguares, hijo. Pero cuidado, tienen espinas, muy filosas, si pasas tu dedo, te saldrá sangre.
Thiago se queda observando la planta de chaguar, mientras su padre le explica para qué se emplea en el campo, y como la usaron los pueblos originarios.
-Quiero llevar algunos frutos del monte, papá.
-Bueno, pero debes tener cuidado, puede que alguien te esté mirando.
-Pero, si no veo a nadie por los alrededores y en todo el camino no hemos visto a ningún vecino por estos lugares.
-El monte, tiene dueño.
-Ah, son sus propietarios …
-Sí, y también está otro dueño, dijo el padre bajando la voz.
Y como esas palabras le resultaron misteriosas, Thiago pregunta intrigado:
-¿Hay otro dueño?
-Más que dueño, es protector, contesta su padre. Se llama Sacháyoj y es el dios del monte. Dicen las tradiciones indígenas que está atento y se aparece cuando está en peligro algún animalito.
El monte silencioso, permanece quieto en todo su esplendor. A Thiago todo le parece irreal. Acostumbrado al bullicio y al ruido de motores de la ciudad, cree estar frente a un paisaje virtual, pero al mismo tiempo, qué contradicción, podía ver, oler, tocar, oír, sentir …hasta probar, si quería, una rica algarroba o un dulce mistol.
-¿Papá, me dejas adentrarme un poquito más?
-Puedes hacerlo, yo descansaré en el auto.
Y se fue el niño, saltando en medio de los garabatos, haciendo a un lado las ramas de los arbustos que se abalanzaban con sus espinas. Para defenderse, recogió una rama a fin de utilizarla como espada, si fuera necesario.
En su recorrido, se topó con unos animalitos que, a gran velocidad, saltaban entre los troncos, como huyendo de su presencia. Él no sabía que eran las lagartijas, suelen salir a buscar un poco de sol y comida a esa hora.
Hizo un alto en el monte para explorarlo mejor, y la vio. Respondiendo a un impulso se detuvo, extasiado. Caminó unos pasos y de muy cerquita la observó. Cuando estuvo casi al alcance de su mano, no tuvo miedo sino curiosidad, así que buscó un tronco y se sentó a observarla.
El animal no se movió. Parecía esperar. A Thiago le pareció que el monte, con sus mil ojos, lo miraba igual que ese bello animal.
En ese estado, sintió unos pasos. Volvió su cabeza y vio quien era. Aliviado, dijo:
-Ah, eras vos, y siguió sentado.
-¿Qué es papá?
-Una ampalagua. También se llama boa de las vizcacheras, es un animal en peligro de extinción, llega a tener entre cuatro y seis metros de largo.
El padre observa alrededor.
-Puede andar otra, es su costumbre, nunca andan solas.
-¿Son mansitas?
- Sí y no. No tienen veneno y si no les hacen nada, se quedan así, pero cuando tienen hambre salen en busca de comida. Pueden comer cabritos de los corrales, y otros animales que se cruzan. En las casas, cuentan que, en épocas de sequía, o cuando escasean los alimentos, hasta niños pequeños se han comido.
-Uy, qué miedo.
-Es su naturaleza. Es la ley del bosque o la ley del más fuerte: los animales pequeños son comidos por otros, y éstos a su vez por los más grandes. Es una cadena.
-Vamos, se hace tarde, esas nubes negras, anuncian tormenta.
Una perdiz cruza la ruta a gran velocidad.
-Cuando salen los animales, anuncian cambio de tiempo. Más motivos para agradecerles, ellos son unos seres maravillosos que están desde el principio, nos comunican su saber.
-Gracias papá por este hermoso paseo, mira le pedí permiso al dios del monte y me traje esto, sonriendo le muestra una tinajita de barro muy pequeña, llena de miel y polen. La encontré en el suelo, cuando salíamos.
-Se llama chilalo, guárdala para que la comas como una golosina cuando lleguemos.
Con los ojos como soles, Thiago está feliz de haber conocido el monte santiagueño. Su padre, mientras maneja, tararea una chacarera que transmite la radio a todo volumen: “El monte que lindo está, // como hay miel de palo // bajo los garabatos, // lechiguana y chilalos”.
©Ramírez de Velasco y la autora
-Ah, son sus propietarios …
-Sí, y también está otro dueño, dijo el padre bajando la voz.
Y como esas palabras le resultaron misteriosas, Thiago pregunta intrigado:
-¿Hay otro dueño?
-Más que dueño, es protector, contesta su padre. Se llama Sacháyoj y es el dios del monte. Dicen las tradiciones indígenas que está atento y se aparece cuando está en peligro algún animalito.
El monte silencioso, permanece quieto en todo su esplendor. A Thiago todo le parece irreal. Acostumbrado al bullicio y al ruido de motores de la ciudad, cree estar frente a un paisaje virtual, pero al mismo tiempo, qué contradicción, podía ver, oler, tocar, oír, sentir …hasta probar, si quería, una rica algarroba o un dulce mistol.
-¿Papá, me dejas adentrarme un poquito más?
-Puedes hacerlo, yo descansaré en el auto.
Y se fue el niño, saltando en medio de los garabatos, haciendo a un lado las ramas de los arbustos que se abalanzaban con sus espinas. Para defenderse, recogió una rama a fin de utilizarla como espada, si fuera necesario.
En su recorrido, se topó con unos animalitos que, a gran velocidad, saltaban entre los troncos, como huyendo de su presencia. Él no sabía que eran las lagartijas, suelen salir a buscar un poco de sol y comida a esa hora.
Hizo un alto en el monte para explorarlo mejor, y la vio. Respondiendo a un impulso se detuvo, extasiado. Caminó unos pasos y de muy cerquita la observó. Cuando estuvo casi al alcance de su mano, no tuvo miedo sino curiosidad, así que buscó un tronco y se sentó a observarla.
El animal no se movió. Parecía esperar. A Thiago le pareció que el monte, con sus mil ojos, lo miraba igual que ese bello animal.
En ese estado, sintió unos pasos. Volvió su cabeza y vio quien era. Aliviado, dijo:
-Ah, eras vos, y siguió sentado.
-¿Qué es papá?
-Una ampalagua. También se llama boa de las vizcacheras, es un animal en peligro de extinción, llega a tener entre cuatro y seis metros de largo.
El padre observa alrededor.
-Puede andar otra, es su costumbre, nunca andan solas.
-¿Son mansitas?
- Sí y no. No tienen veneno y si no les hacen nada, se quedan así, pero cuando tienen hambre salen en busca de comida. Pueden comer cabritos de los corrales, y otros animales que se cruzan. En las casas, cuentan que, en épocas de sequía, o cuando escasean los alimentos, hasta niños pequeños se han comido.
-Uy, qué miedo.
-Es su naturaleza. Es la ley del bosque o la ley del más fuerte: los animales pequeños son comidos por otros, y éstos a su vez por los más grandes. Es una cadena.
-Vamos, se hace tarde, esas nubes negras, anuncian tormenta.
Una perdiz cruza la ruta a gran velocidad.
-Cuando salen los animales, anuncian cambio de tiempo. Más motivos para agradecerles, ellos son unos seres maravillosos que están desde el principio, nos comunican su saber.
-Gracias papá por este hermoso paseo, mira le pedí permiso al dios del monte y me traje esto, sonriendo le muestra una tinajita de barro muy pequeña, llena de miel y polen. La encontré en el suelo, cuando salíamos.
-Se llama chilalo, guárdala para que la comas como una golosina cuando lleguemos.
Con los ojos como soles, Thiago está feliz de haber conocido el monte santiagueño. Su padre, mientras maneja, tararea una chacarera que transmite la radio a todo volumen: “El monte que lindo está, // como hay miel de palo // bajo los garabatos, // lechiguana y chilalos”.
©Ramírez de Velasco y la autora
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