Siempre |
Gestos de una costumbre que quizás se haya perdido en las grandes ciudades
Sé que alguna vez no la practiqué, de
puro estúpido que soy. Me arrepiento
Qué entendemos por hospitalidad, mucho más allá del diccionario, que indica: “Amabilidad y atención con que una persona recibe y acoge a los visitantes o extranjeros en su casa o en su tierra”, que está muy bien, pero en el caso de las provincias, es mucho más extendida que en las grandes ciudades. Aquí van algunas leyes a cumplir.
1 Abandonamos lo que estamos haciendo para atender al recién llegado. No importa que venga de lejos y no lo veamos nunca o sea de aquí a la vuelta y todos los días lo saludemos. Si se molestó en tocar el timbre de casa, le retribuimos mostrando interés en su visita.
2 Salvo el cartero o el hombre de la moto que viene a dejar la pizza, al resto se lo hace pasar siempre. Se espera que se siente, se le ofrece un vaso de agua, un té, un café, lo que elija. Y se lo deja conversar. Nunca se pregunta qué anda buscando o qué quiere, eso es echarlo.
3 Quien llegó, decide cuándo se termina la visita. Jamás se mira la hora, se hacen gestos y mucho menos se le dice: “Ya es hora de almorzar, así que me vas a disculpar, pero te vas a tener que ir yendo”. Es una total falta de cortesía.
4 En todo caso, si llegó cerca de la hora del almuerzo o de la cena, tampoco se le pregunta si se quedará. Hay que dar por sentado que sí lo hará y cuando todo esté listo, se le dice: “Pase a la mesa, por favor”. Si acepta, no hay que disculparse diciéndole: “Perdone, hay guiso de menudos de pollo, pero no lo esperábamos”, porque se puede sentir mal. Se le sirve la comida y listo.
4 (bis) Pongalé que invitó a alguien a su casa. Debe estar ahí, no vale que le diga: “Si no estoy vete al vecino hasta que yo llegue”. Nos parece que eso es una atroz falta de respeto. Lo aguardaremos a muerte, nosotros o nuestros hijos. No cometeremos el manoseo atroz de ordenarle dónde tiene que ir, en caso de que no estemos. Para eso no lo invitábamos ni aca.
5 Si todavía después de comer no se fue, tampoco se lo despide. Se le dice: “Pase al dormitorio de los chicos a sestiar, ellos tienen que hacer los deberes”. Y así hasta que el tío diga: “Aquí te devuelvo los mil pesos que me prestaste hace dos años, ya me voy”.
6 Para reclamarle que no eran mil pesos el préstamo sino cinco mil, hay que esperar otro día, porque a un huésped no se le reclaman esos asuntos.
7 El que toca el timbre, pongalé que es alguien contra quien se tiene un montón de reclamos pendientes, ya sea de índole familiar, social, económica, deportiva, lo que fuere. No importa, se lo recibe siempre muy bien y, de ninguna manera, pero ni como una indirecta lejana, se le hace sentir aquel reproche. Si ha tocado el timbre y luego pasó en la casa de uno es porque sabe que está en territorio sagrado. No va a ser uno el que profane su propio templo.
8 Si la casa es humilde, con que esté limpia y ordenada es suficiente. No nos disculpamos jamás por nuestra humildad, consideramos soberbia una actitud tal. Si el visitante mira con curiosidad un mate que tenemos de adorno, o alguna otra cosita, antes de que se vaya, se lo entregamos, sin decir nada, envuelto y todo. Nadie se va de nuestra casa deseando tonterías.
9 Esto viene a colación de lo anterior. Aunque uno pase por la mayor de las pobrezas, antes de que el visitante se marche, hay que regalarle algo, un pedazo de tortilla, un táper con el dulce que se sirvió de postre, cualquier cosa para demostrarle lo agradecidos que estamos por su visita.
10 Aunque el visitante sea el mayor garca del mundo y se haya cansado de hablar mal o criticarnos por lo que sea, debe saber que uno es gente. Si es inteligente, se dará cuenta de que, al mostrarle su hombría de bien, uno es mucho mejor que él. Para qué otro desquite, con eso es suficiente. ¿Y si no es inteligente? Bueno, Dios se tomó revancha de él y lo hizo así, está castigado de por vida.
11 A veces, dicen que los de las provincias somos buenos, solamente porque respetamos estas reglas. En realidad, somos igual de malandras que en todas partes, sólo que hemos conservado algunas pocas normas de urbanidad.
12 La hospitalidad no es un peso, siempre es alegría. Si usted llegó y andábamos al salto por un bizcocho, igual le daremos lo mejor que tenemos. Pero no se aflija, después ni siquiera calcularemos cuánto gastamos. Nos parece una falta de respeto decirle a la mujer: “Che, qué hambre tenían tus parientes, comían como hijos de maestra suplente”.
13 No calculamos jamás qué ventajas obtendremos de la hospitalidad. Si vamos por el barrio de aquellos que se presentaron de sopetón en casa, no retribuiremos la visita. Nos arreglaremos como podamos. Hospitalidad es también no molestar a los demás. ¿Para qué ponerlos en el compromiso de recibirnos igual o mejor?
14 Tampoco nos alabamos: “Estuvo almorzando en casa el sabio naturalista Fulano de Tal, o el laureado escritor Menganito, o Zutano que fuera presidente de República del Congo”. Sabemos que podría llegar a sus oídos y sentirse molesto. Además, siempre son hermosas las visitas. Agradecemos al Cielo haber estado ahí para hacer que alguien se sienta bien. Con eso, más que demasiado.
15 De forma.
©Juan Manuel Aragón
3 Quien llegó, decide cuándo se termina la visita. Jamás se mira la hora, se hacen gestos y mucho menos se le dice: “Ya es hora de almorzar, así que me vas a disculpar, pero te vas a tener que ir yendo”. Es una total falta de cortesía.
4 En todo caso, si llegó cerca de la hora del almuerzo o de la cena, tampoco se le pregunta si se quedará. Hay que dar por sentado que sí lo hará y cuando todo esté listo, se le dice: “Pase a la mesa, por favor”. Si acepta, no hay que disculparse diciéndole: “Perdone, hay guiso de menudos de pollo, pero no lo esperábamos”, porque se puede sentir mal. Se le sirve la comida y listo.
4 (bis) Pongalé que invitó a alguien a su casa. Debe estar ahí, no vale que le diga: “Si no estoy vete al vecino hasta que yo llegue”. Nos parece que eso es una atroz falta de respeto. Lo aguardaremos a muerte, nosotros o nuestros hijos. No cometeremos el manoseo atroz de ordenarle dónde tiene que ir, en caso de que no estemos. Para eso no lo invitábamos ni aca.
5 Si todavía después de comer no se fue, tampoco se lo despide. Se le dice: “Pase al dormitorio de los chicos a sestiar, ellos tienen que hacer los deberes”. Y así hasta que el tío diga: “Aquí te devuelvo los mil pesos que me prestaste hace dos años, ya me voy”.
6 Para reclamarle que no eran mil pesos el préstamo sino cinco mil, hay que esperar otro día, porque a un huésped no se le reclaman esos asuntos.
7 El que toca el timbre, pongalé que es alguien contra quien se tiene un montón de reclamos pendientes, ya sea de índole familiar, social, económica, deportiva, lo que fuere. No importa, se lo recibe siempre muy bien y, de ninguna manera, pero ni como una indirecta lejana, se le hace sentir aquel reproche. Si ha tocado el timbre y luego pasó en la casa de uno es porque sabe que está en territorio sagrado. No va a ser uno el que profane su propio templo.
8 Si la casa es humilde, con que esté limpia y ordenada es suficiente. No nos disculpamos jamás por nuestra humildad, consideramos soberbia una actitud tal. Si el visitante mira con curiosidad un mate que tenemos de adorno, o alguna otra cosita, antes de que se vaya, se lo entregamos, sin decir nada, envuelto y todo. Nadie se va de nuestra casa deseando tonterías.
9 Esto viene a colación de lo anterior. Aunque uno pase por la mayor de las pobrezas, antes de que el visitante se marche, hay que regalarle algo, un pedazo de tortilla, un táper con el dulce que se sirvió de postre, cualquier cosa para demostrarle lo agradecidos que estamos por su visita.
10 Aunque el visitante sea el mayor garca del mundo y se haya cansado de hablar mal o criticarnos por lo que sea, debe saber que uno es gente. Si es inteligente, se dará cuenta de que, al mostrarle su hombría de bien, uno es mucho mejor que él. Para qué otro desquite, con eso es suficiente. ¿Y si no es inteligente? Bueno, Dios se tomó revancha de él y lo hizo así, está castigado de por vida.
11 A veces, dicen que los de las provincias somos buenos, solamente porque respetamos estas reglas. En realidad, somos igual de malandras que en todas partes, sólo que hemos conservado algunas pocas normas de urbanidad.
12 La hospitalidad no es un peso, siempre es alegría. Si usted llegó y andábamos al salto por un bizcocho, igual le daremos lo mejor que tenemos. Pero no se aflija, después ni siquiera calcularemos cuánto gastamos. Nos parece una falta de respeto decirle a la mujer: “Che, qué hambre tenían tus parientes, comían como hijos de maestra suplente”.
13 No calculamos jamás qué ventajas obtendremos de la hospitalidad. Si vamos por el barrio de aquellos que se presentaron de sopetón en casa, no retribuiremos la visita. Nos arreglaremos como podamos. Hospitalidad es también no molestar a los demás. ¿Para qué ponerlos en el compromiso de recibirnos igual o mejor?
14 Tampoco nos alabamos: “Estuvo almorzando en casa el sabio naturalista Fulano de Tal, o el laureado escritor Menganito, o Zutano que fuera presidente de República del Congo”. Sabemos que podría llegar a sus oídos y sentirse molesto. Además, siempre son hermosas las visitas. Agradecemos al Cielo haber estado ahí para hacer que alguien se sienta bien. Con eso, más que demasiado.
15 De forma.
©Juan Manuel Aragón
Me gustó, siempre hay que ser amable con la gente que nos visita.
ResponderEliminarQué linda forma de recordarnos que siempre debemos ser amables! Muy linda nota. Es una sana costumbre que de a poco se va perdiendo, entre la gente.
ResponderEliminarMuy buen descripción de una época, quizá pasada. O como dice Magui, se va perdiendo. La urbanidad mata muchas buenas costumbres.
ResponderEliminarA mí lo que más me gustó de la nota fue el filete porteño de la ilustración. Ñaaatito eh?
ResponderEliminarJUAN MANUEL, HUMILDEMENTE CREO QUE YO CUMPLO MEDIANAMENTE CON ESTAS REGLAS,. JA JA
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