![]() |
Pasaporte nacional |
Lo que somos hoy es fruto de lo que hicieron esos argentinos, nuestros padres, nuestros abuelos y de lo que venimos haciendo nosotros
A fines del siglo XIX Europa estaba diezmada por las guerras, estragada por la pobreza, sumida en la desesperación. Cientos de miles de hombres en edad de trabajar cruzaron el Atlántico en barco para venir a la Argentina. Muchos querían levantar una cosecha, hacer unos pesitos y volverse, pero se fueron quedando porque la vida era fácil en comparación con su país de origen, aquí comían bien y si trabajaban duro, estaban seguros de que saldrían adelante.Para ese entonces los europeos ya tenían más de 400 años en América, mal que mal habían hecho la Guerra de la Independencia, sorteado las guerras civiles y en esos momentos se estaban terminando de organizar bajo los parámetros del constitucionalismo.La sangre nueva, de otras culturas, duplicó la cantidad de habitantes y enriqueció el acervo inmaterial local con sus costumbres, sus comidas, sus creencias. De tal suerte que, por poner una fecha, en la década del 40 ya éramos una amalgama de distintas ciudadanías de origen y una sola nación argentina.Aquí primero nos unimos los españoles con los indios y los negros e hicimos un hombre de una nueva clase, los criollos. Sobre esa base se asentaron españoles, italianos, sirios, libaneses, judíos, portugueses, franceses, alemanes, ingleses, rusos, polacos, griegos, lituanos, ucranios. Quien quería venir, venía, no solamente no se le prohibió la entrada a nadie, sino que además los recibieron con los brazos abiertos.
Lo que somos hoy es fruto de lo que hicieron esos argentinos, nuestros padres, nuestros abuelos, y de lo que venimos haciendo nosotros. Simplificando los términos, es dable afirmar que la historia no es lo que pasó sino lo que nos pasó, en nuestros padres, en los abuelos, bisabuelos, en fin. No es el estudio de acontecimientos ajenos, sino que, en el caso de la historia argentina, es particularmente muy propia.
Al abordarla no estamos analizando un sapo muerto, no amigos: nos analizamos nosotros mismos. Somos la consecuencia de lo que hicieron o dejaron de hacer nuestros padres, no el experimento de un analista de opinión mezclando datos, fechas, cruces de palabras, batallas y expediciones, efemérides vanas, en un laboratorio aséptico. La situación actual de la Argentina guarda en su historia reciente o lejana, una causa para cada efecto, desde el precio del pan hasta el desarrollo de satélites propios, desde el rendimiento escolar de los niños hasta el dragado del puerto de Buenos Aires.
En fin, ¿no? para no alargar tanto, vayamos al punto. Ahora los nietos y bisnietos de aquellos inmigrantes quieren irse y zafar de la pobreza. Igual que antaño, mandarse a mudar parece ser la consigna de una amplia franja de la población, sobre todo joven. Muchos rebuscan la ciudadanía italiana o española que les viene del abuelito difunto o de cuerpo presente, aprovechan para hablar pestes de este país y su posible destino de bancarrota. Detrás de ellos, muchos mayores los alientan diciéndoles: “Y sí, si puedes, vete”. Y agregan: “Porque esto no tiene solución”.
El asunto es que se van los mejores, se recibieron de algo porque se rompieron el lomo estudiando y trabajando quizás. Muchos provienen de familias humildes y, ante la falta de oportunidades, no vieron otra salida más que marcharse. Bien por ellos.
Este es un país libérrimo, tanto que nadie le cobrará a un médico, a un ingeniero, a un técnico, los dos o tres años de jardín de infantes, siete de primaria, cinco de secundaria y cinco o seis más de universidad que se le brindaron aquí. Tampoco les pasan factura por la preparación de los profesores ni su sapiencia ni la organización de las escuelas ni la supervisión de la educación por el ministerio y sus dependencias ni la estructura física ni el material usado para enseñarles. Todo será para beneficio de los extranjeros.
Aviso para el que se quiera ir, desde aquí no se le pone a nadie ninguna clase de trabas, no somos Cuba para que se escapen en balsas ni Corea del Norte, que te fusilan si lo intentas ni la vieja Alemania Oriental, de la que solamente salías cavando un túnel o volando en globo. Usted va, saca su pasaporte, compra un boleto en avión o en buque y se marcha. Más fácil, imposible.
Tenga en cuenta un pequeño asuntito nomás, nos vamos a componer. Nadie sabe cómo ni cuándo, pero va a suceder irremediablemente. No está en nuestra constitución física el fracaso como nación. Vamos a salir de esta como sea. Nadie sabe quién ganará las próximas elecciones o las de después, pero uno de estos días nos propondremos un plan, un camino, una guía, una luz para empezar a salir del pantano. Y tirando todos para adelante, vamos a emerger.
Ese día volveremos a abrir las puertas a los que vinieron cuando estaban mal allá, se marcharon cuando las cosas no estaban bien aquí y quieran regresar porque volvió a haber esperanzas o allá las cosas empeoraron, porque también puede suceder. No les echaremos en cara nada ni les preguntaremos por qué no se quedaron a tirar del carro. Tendrán las puertas abiertas, igual que las tuvieron sus abuelos, que vinieron con una mano atrás y otra adelante, no como se fueron muchos, con un título universitario y escupiendo por sobre las ancas del caballo.
Capaz que esta generación no vea el resurgir del país, pero si no es así, será la próxima, ya verá. Si las cosas no pintan bien en la otra orilla del mundo, recuerde que esta es su casa. La Argentina siempre espera a sus hermanos perdidos por el mundo con un corazón generoso y las puertas abiertas de par en par.
Pero si quiere irse, váyase nomás, quién es uno para atajarlo.
©Juan Manuel Aragón
pucha me has hecho lagrimear, estoy viviendo en montreal, canada, ahora en el aeropuerto para viajar a eeuu por trabajo y recibo esto, fuertísimo, me fui del pais en el 2001, soy martin ruiz, gracias por publicarlo
ResponderEliminarMuy bueno, Juan Manuel.
ResponderEliminarTal como lo describe el artículo, la emigración es selectiva y drena al país de los que más se preparan, o de los que aspiran a conseguir una mayor retribución y reconocimiento por su esfuerzo y dedicación. Erróneamente se le llama "fuga de cerebros", ya que en realidad es más bién un "éxodo de voluntades".
ResponderEliminarLlevo más de 30 años esperando por ese "cambio", y sigo viendo a la Argentina más igual que siempre.
La diferencia es que con el tiempo se ha ido destruyendo la institucionalidad, o sea, ya no hay república......solo país. Eso significa que ya no se puede contar con que sea un mejor funcionamiento de las instituciones republicanas lo que produzca ese cambio, sino que se ha pasado a depender de la eventual aparición de un "salvador", de un mesías, que organice y ordene la cosa. Eso es una constante en Latinoamérica. Se puede decir que a El Salvador le apareció uno de esos mesías....y la cosa parece estarse enderezando por esos lados.
Lo que nadie analiza es que, al no haber instituciones ni república, y siendo muy difícil que una persona en un mandato logre cambiar todo eso, no hay garantías de que el país se mantenga en esa senda cuando ese señor ya no esté.
Es lo mismo con la argentina, con el agravante de tener una sociedad con vocación autodestructiva. Mi opinión es que ninguno de los que estamos vivos hoy veremos nada diferente en lo que nos quede de vida.....incluso los nacidos ayer.
Muchos se van para poder planificar sus vidas y vivir sin la amenaza que por una bicicleta te lleguen a matar...
ResponderEliminar