Cementerio de La Guanaca, Jiménez, de ilustración nomás |
“Ni bien dispusieron el ataúd en el rancho, se acomodó en el patio la primera orquesta que lanzó treinta piezas y varias parejas se dieron a la danza”
*Luis Gabriel Barrionuevo, “Johnny”
Plena siesta, los coyuyos aturdían la pequeña comarca, la gente ya reunida en el rancho se contaba las noticias, pronto llegaría del hospital Regional el furgón con los restos de don "Ufracio" , distinguido vecino de La Vernacha, los rumores ya predecían el desenlace, desde hacía días las vecinas comentaban tristes: "Y bueno, estará ya cerca de los cien años", "un hombre que supo trabajar duro". En fin el día le había llegado como a todos nos va llegar.Un grupo de muchachos volvía de la proveeduría trayendo bombas de estruendo cuyo llamado trajo a los vecinos más alejados que a la oración formaban corro en el ancho patio, bajo los algarrobos, los carros y caballos ya en derredor, mientras por los corrales los deudos elegían los animales para el asado.Junto con el furgón, llegó don Carlos Ríos con una vaquillona y varias quinchadas que días antes trajo de la ciudad suponiendo ya la partida de su cumpa a quien había prometido en vida una despedida apoteósica. Todo se dispuso y ahí nomas, en una zorra trajeron a doña Rosa Toledo y a la Alba Luna, rezadoras y lloradoras.
Ni bien dispusieron el ataúd en el rancho, se acomodó en el patio la primera orquesta que lanzó treinta piezas y varias parejas se dieron a la danza, atrás de las casas las parrillas emanaban ese clásico humo dulzón, los choferes del furgón decidieron quedarse ante la insistencia de los deudos y ya mostraban inequívoca señal de alegría etílica.
Por la noche antes de la cena las mujeres barrieron el patio con escobas de jarilla acomodaron los tablones sobre caballetes y eran ya quinientas personas llegadas de los alrededores que se dieron al banquete olvidados del motivo de la reunión.
Toda la madrugada los músicos sucesivos dieron lo mejor de sí, muchos llegaron sin invitación y enterados se quitaban el sombrero ante el féretro, para darse luego al fragor de la fiesta, unos conversaban, algunos ya armaron el 'queso' y tabeaban por plata en una esquina.
Amaneció y los empleados del hospital arrancaron a la ciudad, por supuesto familiarizados con los dueños del muerto que los conminaron a 'volver cuando quieran' , los mandadosos, volvían con otro cargamento de bebidas y las mujeres lloraron y rezaron ante el cajón cerrado de don Ufracio. Claro que aún no podían llevarlo a su última morada-
Faltaba que lleguen los parientes de Buenos Aires.
*Escritor, cantante, guitarrero, autor de un diccionario de santiagueñismos (inédito)
Ramírez de Velasco®
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