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PROPINAS Hablando de injusticias

Mozo simpático

Se responsabiliza a los clientes de bares y confiterías de una situación en la que no tienen nada que ver, haciéndolos cargar con una injusticia que no generaron

¿Usted le entrega una propina al chango que trabaja en la verdulería, a quien le pagan dos pesos con cincuenta por día y el dueño lo trata como el culo?, ¿le da una propina a la empleada de la tienda que la atendió de diez, interpretó lo que quería comprar y al final le vendió un pantalón cómodo y a la moda?, ¿entrega una propina al amable colectivero, que siempre le da los buenos días y maneja el vehículo con mucho cuidado y suavidad?, ¿le da propina al kiosquero que, cada vez que llega, le entrega callado el atado de cigarrillos Marlboro que sabe que es la marca que fuma? Respuesta: no. ¿Por qué? Porque no corresponde.
Ahá.
Oiga, ¿entonces por qué es obligación pagar una propina a los mozos de bares y confiterías?, ¿no ganan bien?, que se quejen al gremio, o le pidan aumento de sueldo al dueño del bar. Pero no debieran hacerlo a usted, ajeno al conflicto, responsable de una injusticia empresaria o sindical. O de última, pongan todo lo que venden un diez o un veinte por ciento más caro y repártanlo entre el personal.
Bueno, le explican, lo que pasa es que se trata de una tradición acendrada en las costumbres de todo el mundo gastronómico, porque cuando comenzaron a funcionar las primeras fondas, los grandes señores hacían que un lugareño les llevara las bebidas a su mesa y blablablá.
Escuche una cosita, tantas costumbres tradicionales se han perdido y la gente no las extraña ni las pide que, una más, a nadie se le caerán los anillos por no practicarla. Sin ir más lejos, cuando los viejos eran chicos, los almaceneros acostumbraban a tener caramelos o galletas sueltas en una lata para entregarlos de yapa a los chicos. La Yapa fue una institución tradicional en la Argentina, con unos 70 o quizás cien años de existencia, un buen (mal) día dejó de practicarse, y chau, quién va a pedir de yapa un caramelo si salen como 50 pesos cada uno. Los billetes de la lotería de algunas provincias, cuando pasaba el día del sorteo, valían unos centavos, el equivalente a diez pesos de ahora más o menos. Hasta que se dejó esa tradición y nadie la reclamó.
Bueno, no, le dicen por ahí, lo que pasa es que el de mozo es un trabajo personalizado y por eso hay que pagarles la diferencia. Ahá, digamé, ¿qué trabajo más personalizado hay que el de vendedor de zapatos y zapatillas, que tiene que interpretar no solamente el modelo y el color que quiere cada cliente, sino que después debe compatibilizarlo con el tamaño de los pies de cada uno?, ¿usted le paga una propina al vendedor de zapatos que, para peor, se agachó para hacerle calzar unos tamangos del 42 cuando usted claramente es un cuarenta y cinco largo?, ¿la vendedora de corpiños y calzones no merece una propina por vender algo tan personalísimo? Respuesta: no. Pero al mozo, que trae un café que muchas veces ni siquiera lo prepara él y lo más que hizo fue servirle un vaso de agua, una galletita y agregar el ticket, sí tiene que darle propina. ¿No le parece mucho?

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Otra cosita más. Usted va a un lugar, come opíparamente (a esta palabra hace mucho quería ponerla en una nota, al fin se dio la oportunidad), un almuerzo o una cena exquisitos. Llama al mozo que lo atendió quizás con cara de orto y le entrega una buena propina. ¿Por qué no llama al cocinero de esos tallarines exquisitos para dársela a él? No, la tradición dice que blablablá y el cocinero es parte de una casta inferior de trabajadores, nada que ver con el señor mozo, todo un caballero. Así que nada para uno, todo para el otro.
Y vamos a un detalle, ya que estamos, a veces uno va a un restaurant a comer nomás, no porque se lo recomendaron ni porque está de moda, solamente quiere almorzar, irse a su casa a dormir la siesta, o volver al hotel si está en otra ciudad y chau. Entonces le pregunta al mozo:
—¿Qué me recomienda?
Y el otro le dice:
—Todo es rico.
Uno por ahí insiste:
—Pero, recomiéndeme algo, por favor.
Y el mozo insiste:
—Todo lo que tenemos en el menú es rico.
Uno quiere comer, no pensar en pescados, carne de vaca, pollo o cerdo, ensaladas, modos de cocción, frituras, verduras salseadas o ensaladas tibias. El mozo debe estar avivado por el chef de cocina, que le dijo, pongalé:
—Hoy me siento inspirado con la salsita para acompañar el salmón rosado.
Y recomendará salmón rosado.
O por ahí el cocinero le advirtió:
—El que pida pollo hoy, se clava, porque el dueño se confundió y compró unos muy chiquitos, parecen palomitas.
Y no lo recomendará, porque el tipo que le está consultando es robusto, se nota que es de buen comer y quedará con hambre si le traen una pechuga del tamaño de una moneda de diez centavos. Pero igual insiste y lo boludea con su:
—Todo es rico.
Algunos amigos han ido a almorzar alguna vez y les trajeron un bife que era más duro que las suelas del zapato del mozo o les sirvieron el café frío o el bife tenía un gustito raro que hizo que lo dejaran al segundo bocado. Llamaron al mozo, le señalaron el fallo, pero no le pidieron un cambio de comida ni que le calienten el café y al terminar pagaron la cuenta calladitos. ¿Por qué? Porque sospechan que ese mozo con cara de orto, se los va a escupir, disculpe que se lo diga así, pero es un recelo generalizado entre la gente que acude a establecimientos públicos a comer o tomar algo. Pero no volverán nunca más y a quien les diga que estaría bueno ir a ese lugar, le responderán:
—Si te quieres arriesgar, vete a comer a “La Pocilga de Juan”, yo prefiero pasar hambre.
Y no agregarán nada más.
Queda mal decirle al mozo:
—Si me cambias el café, por otro que no tenga el mismo sabor a estropajo recién exprimido, vas a tener una buena propina.
Suena a extorsión, suena a “no me lo escupas y te recompensaré debidamente ¿no le parece?
Dicho esto, se debería hacer una movida generalizada para que todo aquel empleado de cualquier comercio que tenga trato con el público, cobre una propina que podría ser del 10 por ciento del valor de lo comprado o negociado. Imaginesé nomás, cómo lo recibirían los empleados de la sección “Créditos” de un banco o la solicitud con que le abrirían la puerta los que trabajan con los usureros del centro de la ciudad o el que atiende en una joyería y hasta el mismo chico eternamente hambreado de las verdulerías. Como un duque.
Ya que es casi imposible terminar con las propinas de los gastronómicos por la tradición y blablablá, alcemos un pedido para que todos los empleados tengan la suya, algo así como “si no les podemos ganamos, unámonos a ellos”.
¿Pregunta en ese caso de qué me gustaría trabajar a mí? De vendedor de una fábrica de aviones a chorro o en una inmobiliaria de esas que ofrecen condominios en Miami a nuevos ricos argentinos o narcos colombianos (o al revés, nuevos ricos colombianos y narcotraficantes argentinos, lo mismo es, la plata no tiene olor) y si no hay de esos laburos, al menos ser cajero de Vea o Super Libertad.
Bueno, es todo lo que tengo para decir de las propinas a los mozos. Si quiere decir que este escrito es de un ratón, dígalo nomás, está en su derecho, qué tanto.
©Juan Manuel Aragón
A 18 de septiembre del 2023, en el Linyerita, haciéndole una promesa

Comentarios

  1. Me apego a la costumbre de dar una propina, sobre todo si me atienden bien.

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  2. Que paguen la propina los copetudos del centro o de la orilla, pero tienen que pagar propina los que llegan a la gran ciudad desde interior y esperan ,a veces ,desde el día anterior tirados en las veredas expuestos al rigor del clima y al llegar el empleado le dice: vuelva el lunes?. Tiene que pagar propina el jubilado que va por un desayuno que es casi un almuerzo?. Si le damos la propina o le alcanzamos un paquete de galletas a los comen lo que pueden en las plazas?

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  3. Lo aplaudo Sr Aragón.He discutido por la propina con colegas.Y repetiré lo que vi en Alemania,en Augsburg y alrededores.Se ofenden con la propina.Solo en el October Fest(fiesta de la cerveza)lo reciben entre los pechos

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  4. Exigir propina, porque ahora hasta se exige y en algunos países viene ya sumada en la cuenta, es una práctica que debe abandonarse. Mi forma de recompensar un buen servicio es regresando y usándolo nuevamente.
    Pero volviendo al tema de las remuneraciones por servicios, la práctica de esperar o exigir propina se vuelve irrelevante, en mi opinión, frente a la práctica establecida unilateralmente y anárquicamente de cobrar servicios en porcentaje de la transacción, sobre todo cuando el servicio no está relacionado con el monto.
    Hablo de escribanos, agentes inmobiliarios y demás similares, que sacan su tajada en base al valor de la transacción y no según el esfuerzo, tiempo y/o dedicación asignados al servicio.

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