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CUENTO Papá ratón (Con anti moraleja tácita)

Ratón al crochet

Aquí se cuenta qué sucede cuando los roedores son pequeños y pierden los dientes de leche, quién les pone un billete bajo la almohada


Cuando los ratones son pequeños y pierden los dientes de leche, los ponen bajo la almohada, luego viene un hombre, Juancito Pérez, se lo lleva y deja un billete que le alcanzará al ratoncito quizás para comer un poco de queso del bueno o de máquina, como lo llaman. Tal le entregue la plata al Papá Ratón para pedirle que le compre un buen libro, cuyas hojas degustará todos los días como dulce golosina: puede ser un texto de filosofía, de historia, de matemáticas, pero los más sabrosos suelen ser los de poesía, preferentemente sonetos.
Los ratones, como se sabe, viven en las orillas de la humanidad y son despreciados, combatidos, execrados, odiados, vilipendiados, alejados a toda costa. Su presencia indica a los hombres que algo han hecho mal, hay mucha basura tirada, no limpian, dejan mucha grasa en las paredes y los pisos, no lavan los platos, acumulan cosas viejas sin sentido, orden ni concierto.
Hacen sus casas en lugares en que suelen haber quesos o
 libros. Pero los alimentos que más les gustan son los granos: el maíz, el trigo, la avena, la cebada. Adoran también las sobras de comida de los restaurantes y de las casas que no son habitadas por la higiene.
En todos esos lugares el Papá Ratón suele ser il capo di tutti gli capi de la mamá cucaracha, de las simpáticas hormigas y en casos extremos, de las chinches, pulgas y otras sabandijas que suelen vivir en cercanías de la gente.
De noche, en la televisión los ratones miran la serie del Hombre Mickey, también llamado Mickeyman, muy inteligente y muy feroz también, como que pelea con otros para disputarse algo de lo que no entiende muy bien el concepto, porque guardar la comida para otro día no entra en la cabeza de los simpáticos roedores.
Cuando uno de ellos halla un silo de maíz, no duda en avisar al resto de la colonia para que todos coman. Si los dejan mucho tiempo sin molestarlos ni ponerles el odioso veneno, al tiempito serán miles, quizás millones alimentándose en el mismo lugar. Cuando terminen de comer los maíces del silo o los hombres lo vacíen, enflaquecerán todos, otros directamente morirán de hambre. Pero nunca los ratones se acabarán del todamente, pues siempre alguno hallará otra fuente de comida y hacia ahí correrá el resto para repetir el ciclo.
Por eso no entiende mucho a los hombres, que trabajan y no comparten, trabajan y esconden lo que han ganado, trabajan y mezquinan a los demás y se escatiman a sí mismos el fruto de su cansancio, sus desvelos, su sudor y su sapiencia. Ahora con internet se anotician al instante de las macanas que se mandan los hombres, las guerras, las muertes, la desolación y las injusticias que siembran por todas partes.

Leer más: La muerte del carancho, historia casi humana para leer, debatir y compartir

Cada vez que se entera de un nuevo conflicto, Papá Ratón se dice a sí mismo, que prefiere sus ciclos de grandes atracones y hambres famélicas, antes que la falsa seguridad que tienen los Juancito Pérez con el trabajo infecundo de todos los días. Pero al fin piensa que son dos posturas distintas, dos maneras de mirar la vida de dos especies animales que, lo único que tienen en común es que ambos están vivos y coleando
.
Entonces va a la oscura y fresca habitación del hijo ratón, en un hueco del albañal de una vieja casona abandonada, lo mira, le saca el diente de debajo de la almohada, le pone un billete de cien pesos, lo mira dormir un rato, lo tapa y se va a buscar una pizza podrida que alguien tiró a la calle hace tres días y nadie ha barrido todavía.
¿No sabe? Las pizzas viejas tienen una cosita verde por encima que las hace ¡mmmhhh…!, exquisitas.
©Juan Manuel Aragón
A 5 de noviembre del 2023, en Simbol Pozo. Cazando urpilas

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