Rosario (imagen de archivo) |
La vulgaridad de pensamientos que no han pasado por el tamiz de la inteligencia, dicho en pocas palabras
—Joven, cuál es su sentir —pregunta el viejo.
—¿Mi sentir?
—Eso le estoy preguntando, en qué va a gastar su vida —vuelve a indagar.
El muchacho ensaya una respuesta cualquiera, la primera obviedad que se le viene a la cabeza:
—La verdad, no sé todavía.Es Santiago, ha pasado mucho tiempo desde ese entonces, cuando tenía catorce años y se le hacía que el tiempo del mundo andaba por delante de él. El hombre aquel andaría por sus 40. Al muchacho se le ocurría una edad a la que llegaría luego de dos o tres vidas.Ese sentir era un mandato, no una pregunta, porque a algunos les daba vergüenza ajena preguntar a un chango con las piernas peludas ya, qué iba a ser cuando fuera grande, como si fuera un niño.
Se trataba de tener una idea con alguna fuerza para imponer cualquier pensamiento, no importaba cuál: enseñar una religión en la que sus fieles se salvarían al final del camino y que fuera acatada, aunque sea en el barrio. O aprender el opinable arte de curar gente, así para ello tuviera que acudir a una universidad y ejercer la medicina, para después llevar la bandera de la salud a lejanos pueblos que la precisaran. O mirar las estrellas y su evolución nocturna y comprender a cuál de todas las divinidades que pueblan el Cielo se debe agradecer la existencia de los hombres y la de las hermanas hormigas, las hermanas montañas, el hermano león, la hermana garrapata, los hermanos ácaros, los hermanitos microbios. Enamorado del idioma, podría intentar que quienes lo ignorasen, lo aprendieran y, sabiendo sus secretos, apreciaran sus vericuetos, arcanos y escondrijos para tenerlo en alta estimación. O ser un viajero obstinado de los que cruzan mares emponzoñados de tiburones, ríos con plagas de cocodrilos, montañas erizadas de pedregales, desiertos infames, bosques herméticos, salitrales imperecederos y luego vuelven a su pago a entusiasmar a los jóvenes con aventuras similares. O vestirse de santón laico a quien amigos y conocidos consultan y le averiguan para dónde soplará la brisa letal de la política, cuál será el itinerario de la economía, qué revela el oráculo acerca de los vaivenes de la inestable sociedad argentina.
En este otro orbe que ha sucedido ya, varados en la otra orilla de la vida, está terminando de morir para el joven aquel, el inconsistente viento que ya no es una referencia a tener en cuenta para decidirse por alguna de las vocaciones que acechan al hombre en su juventud.
Todo un universo de convicciones se ha dejado atrás durante las últimas cosechas y en vez de ideas se obtuvo una creencia, las doctrinas fueron reemplazadas por ideologías a precio de liquidación, la apología de la Verdad se trueca por una malinterpretación de los métodos usados para conseguirla. Y nada más.
Hay un humo negro que sopla por todas partes, sin descanso, firme, obstinadamente, y se cuela por las rendijas más impensadas del consorcio que muchos, por comodidad intelectual más que nada, llaman cosmos. El más atroz descreimiento ha llegado a los confines del pensamiento y se aferra con uñas y dientes a la convicción de que no existe la Verdad, como unidad sino una que existe una multiplicidad de ellas, tantas como realidades anidan en los sesos de cada hombre.
Dicen los modernos sofistas que no hay Dios: lo dan por una hábil construcción del pensamiento destinada a nutrir a las almas humildes. Si existiera la divinidad, tal como la conciben las ideas de este lado del orbe, les resultaría imposible la vida. Afuera de ese mundo supuestamente seguro de los espíritus sencillos, sostienen, todo es caos, destrucción, muerte, anarquía.
Y ahí viven, creyéndose superiores, por supuesto. Son los que se detienen en cualquier esquina de la existencia a pontificar sus ideas, engolan la voz, levantan el cuello, apuntan al cielo con el índice y empiezan: “En mi humilde opinión…”, y todos saben, al toque, que no es suyo lo que van a proferir ni es opinión ni es humilde, por favor.
El sentir de estas líneas y las de todos los días, es desnudar al gran universo de los lectores de este blog la inestimable mediocridad de las ideas que aquí se despliegan, la vulgaridad de sus argumentos y lo basto de sus conclusiones.
Pero, para seguir intentándolo, mañana será otro día.
Hasta entonces amigo.
Juan Manuel Aragón
©Ramírez de Velasco
A 16 de abril del 2024, camino a Clodomira. Pedaleando contra el viento.
Buen artículo Juan, tanto en forma como en contenido. Lo bueno es que ayudas u obligas a pensar.
ResponderEliminar