Dibujos de un ave en retirada |
Estaba en el pago antes de que llegaran los indios, los blancos, los gringos, ahora me tratan como usurpador
Me dicen cacuy y hoy no les hablaré de la leyenda, del amor que sentía el hermano por la hermana, de las ramas del árbol cortadas o de mi lamento, esas son historias para folkloristas amanecidos. ¿Han visto que cada tanto salen publicadas fotos mías porque me vieron en el árbol de un barrio, en el patio de una casa? Bueno, yo no soy una visita, este era mi lugar y ustedes me lo han quitado.Me tratan como un ocupa, porque un buen día alguien descubre que estoy asentado en la rama de paraíso de la calle de un sector cualquiera de la ciudad y creen que vine de otra parte a hacer nido en un lugar ajeno. No señor, yo estaba aquí desde antes de que llegaran ustedes al pago: los indios, los blancos, los gringos. Es al revés, amigos, ustedes son los usurpadores, apenas los ampara un papel firmado por otro, como si esas escrituras tuvieran algún valor, son letras perdidas en el aire: se asentaron sin pedir permiso. ¿O alguien me dijo "disculpe, pero quiero hacer una casa en este lugar"?Cuando hicieron sus construcciones, nos empezamos a correr tierra adentro. Antes no importaba, había muchos árboles y el bosque santiagueño se nos hizo interminable. Ustedes vivían en pueblos y ciudades y nosotros lejos de sus calles, sus plazas, sus monumentos. El misterio hizo que se formara la leyenda, quizás la más arraigada de todos los animales santiagueños. Ninguna otra ave tiene una historia tan bonita como la nuestra. Tampoco las de hábitos nocturnos, como lechuzas, cocos, ataja caminos.
De noche el campesino oía nuestro grito y, si andaba solo, se le ponía la piel de gallina por temor al misterio de la oscuridad. Muchos eran conocedores de los montes santiagueños de toda la vida, y a pesar de haber habitado cerquita desde siempre, nunca nos habían visto pues nos confundíamos con las ramas de los árboles.
Apenas alguien nos distingue, alrededor se forma una pequeña multitud para observarnos, los chicos preguntan si mordemos, los grandes pelan sus teléfonos y nos toman imágenes o vienen fotógrafos de los diarios y nos fusilan con sus flashes. Cuando se van, siempre hay un changuito que quiere hondearnos, quizás con la esperanza de hallar dentro de nosotros el alma de una fama tan inesperada como no querida.
Ese bosque que hasta hace unos años nos daba cobijo se fue haciendo cada vez más y más pequeño hasta desaparecer del todo. De tal suerte que los pocos que aparecemos en las casas de vez en cuando somos todos los que quedamos. Uno de estos días, cuando no haya noticias en los diarios de que hallaron a uno en el lapacho de la vereda, será porque nos morimos, desaparecimos, nos hicimos humo en el humo del recuerdo de los campesinos de antes.
No te alegres amigo, si has satisfecho tu curiosidad porque finalmente me viste personalmente en la ciudad y tuviste frente a frente a la leyenda que te contaban en la escuela, el hermano cacuy del que hablan los poetas, el protagonista de cada guitarreada, cuando uno empieza a cantar: “Cuenta la gente, allá en el pago, lo sucedido entre dos hermanos…”. Esa no es mi historia, es solamente una leyenda.
Yo soy el que aparece de vez en cuando en la televisión, en el diario, no busco la fama, vuelo buscando un bosque que en Santiago del Estero me es negado. Quisiera volver, uno de estos días, a mi verdadero ser. No puedo, me sacaron mi hogar, mi barrio, mi mundo, mi país y lo cambiaron por mares verdes de soja, forraje de los chanchos de China, la India.
Cuando pienso en lo que hicieron con mi casa me da vergüenza ajena.
©Juan Manuel Aragón
Una linda forma de hacer la nota creando conciencia y ďándonos la posibilidad de reflexionar. Un abrazo, Juan Manuel
ResponderEliminarJuan Manuel gracias que bueno tu relato
ResponderEliminarTe felicito
Sin palabras amigo
Porque sale anónimo
ResponderEliminarArq aurora López Ramos
Excelente
ResponderEliminarMuy bueno.
ResponderEliminarCuántos quisiéramos hablar como el Cacuy,pero ni lo tragénico llama la atención ya ...buenísima metáfora de la invasión a la naturaleza sin conciencia
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