La yacu chiri, de Elpidio
Herrera, abría el programa
El programa “Santiago, guitarra y copla”, conducido por Juan Carlos Carabajal, figura entre las creaciones más geniales de la radiofonía argentina y, sin exagerar, del mundo quizás. Se daban cita en LV11, los más grandes creadores de la música popular santiagueña y del país, junto a humildes intérpretes que llegaban desde el fondo de los departamentos más alejados de la capital, sorteando mil y un inconvenientes.Todas las tardes, en miles de receptores de radio de la provincia sonaba la “Yacu chiri”, la genial creación de Elpidio Herrera, y la voz característica de Carabajal, anunciando que empezaba el programa, a la vez que recordaba “el orgullo de ser y sentirnos santiagueños”. Antes de la oración, cuando empezaba a sonar, los campesinos pedían silencio en las casas y quizás con un mate compañero se daban a sentir esa voz tan característica, tan santiagueña, tan entrañable.Con el éxito del programa, apareció una revista del mismo nombre, publicada y redactada casi íntegramente por Carabajal que, a poco de aparecer ya era uno de los más grandes éxitos editoriales de Santiago de ese tiempo y quizás también de toda su historia. La revista era un tesoro que muchos campesinos guardaban en sus casas y otros conservan hasta hoy, como prueba de su fidelidad al programa de radio.Por ahí pasaban no solamente músicos santiagueños, desde los más grandes hasta grupos que recién se estaban formando o conocidos solamente en sus barrios y de toda la Argentina y países vecinos.
El programa hablaba de la gente sencilla, la de todos los días, y no tenía ninguna pretensión de ser otra cosa que lo que era, testigo de un tiempo que también se estaba yendo para siempre. La música que pasaban eran los grandes éxitos del momento, clásicos conocidos y desconocidos de la historia del género folklórico y piezas nuevas o que por primera vez se cantaban en una radio, después de haber pasado tal vez siglos en el seno del pueblo del cual venían.
Como anécdota personal debo contar que siempre que volvía al pago, llevaba dos o tres ejemplares de la revista para los amigos, aunque no fueran del último número que estaba en la calle, porque salvo dos o tres notas, el resto eran de las que no perdían actualidad, mercadería no perecedera las llaman los periodistas.
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Una vez en el pago del Aibalito, el Bebe Suárez me preguntó si lo conocía a Carabajal. Respondí que sí, porque él trabajaba arriba, en el segundo piso, en la radio y yo abajo, en el diario, dos empresas de un solo dueño.
—Pero, ¿te saluda? — averiguó.
—Claro, por qué no me va a saludar.
—¿Anda en un auto caro?, ¿tiene chofer?
—Creo que no tiene auto avisaba— y no me creía.
Suponían que era un personaje importante, como los de la televisión, alejado del mundanal ruido, un tipo que, de tan famoso, no podría caminar por la calle.
Pero cualquiera sabía en Santiago que era una persona humilde, despojada de todo afán de divismo. Hay y había, eso sí, otros que, con mucho menos de lo que ha hecho Juan Carlos por la cultura, el arte, la música, se siguen dando aires de señores importantes (importones). Pero somos pocos y nos conocemos mucho.
Un día cualquiera, un Juan de los Palotes de la guía, tocaba el timbre en su casa, en el barrio América del Sur y al rato estaba mateando, compartiendo anécdotas como si se hubieran conocido de toda la vida. El divismo que es característico de otros, no tocó jamás la puerta del corazón de Juan Carlos.
Otra anécdota personal (y disculpe). Una vez estaba en el campo y la conversación en la radio se trató, durante dos o tres minutos, sobre el chaupi correón. Preguntaba Juan Carlos qué era y nadie le supo decir. Después cambiaron de tema. Con un amigo que oíamos el programa, nos lamentamos estar lejos de Santiago. No teníamos cómo explicarle que es el correón de la cincha, pero del lado del lazo, que debe ser tan fuerte como del lado de montar, algo que hasta el campesino más avisado suele olvidar. Era como decir algo así: cada sociedad tiene una parte que parece fuerte y otra que no se ve, pero las dos son importantes para sostener, en un caso el apero sobre el flete y en el otro un emprendimiento de cualquier tipo.
Una anécdota de Juan Carlos. Una vez llegó a un pueblo con la embajada artística, grupos de músicos con los que iban en camioneta, en giras por toda la provincia, durante los fines de semana. Como los viejos radioteatros. Antes de la función, Juan Carlos salía a recorrer el pueblo, conocerlo, tomarle el pulso. Esa vez se puso a conversar con un vecino y en eso se acercó otro, que le preguntó:
—Buenas tardes, disculpe, ¿usted es Juan Carlos Carabajal?
—Sí, soy yo.
—Lo siento hablar y es como si estuviera oyendo la radio.
Estas son anécdotas, historias de un medio de comunicación que ha dejado de tener la influencia y el alcance de antaño. Pervive como un recuerdo entre la gente vieja, que de vez en cuando siente nostalgias de un tiempo que no ha de volver.
Quizás en el futuro sea posible captar los sonidos que se perdieron en el aire de todo el mundo, junto a la voz de mi padre, mi madre, mis abuelos, quisiera oir la de Juan Carlos y tantos otros que fueron compañía de solitarios, presos, campesinos, camioneros, amas de casa, hacheros y tantos otros y otros que no están más.
©Juan Manuel Aragón
De Santiago del Estero, a 24 de septiembre del 2023, recordando a la Virgen de la Merced
Indudablemente hicieron mucho por el enriquecimiento y la difusión del folclore, las costumbres y la cultura.
ResponderEliminarYo los perdí cuando se pusieron a usar el folclore para hacer canciones de campaña política a ciertos candidatos para las elecciones locales.
Excelente Aporte Cultural..Juan Manuel al Recordar a un Grande como Juan Carlos Carabajal
ResponderEliminar¡Excelente! Un artículo así, es muy merecido por el maestro Juan Carlos Carabajal, quien además es uno de los grandes autores del cancionero folclórico argentino. Voy a nombrar solamente cuatro de sus muchas creaciones: La Mesa, Entra a mi hogar, Hermano cacuy, La Misa Santiagueña.
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