El Vasco de Santiago |
La parrillada “El Vasco”, de Libertad y Pringles en Santiago, fue una fuente inacabable de mala atención y carne como piedra, hasta que se terminó
No habrá ninguna igual, no habrá ninguna. Ninguna otra parrillada asegurará a los comensales, como “El Vasco” o “El Vasco Junior”, como se llamaba al final de su perra vida, una carne de mamut tan dura, unos chinchulines tan gomosos, esos chorizos recalentados del mes pasado y morcillas que quién sabe de qué parte, de qué animales bípedos o cuadrúpedos, plumes o implumes, artrópodos o reptiles del vasto bosque santiagueño estarían hechas.Para no hablar de la pésima atención de los mozos, que en la Libertad y Pringles solían brindar mediodías y noches memorables, puteándolos sin parar, avivando úlceras, haciéndolas sangrar sin ranitidina ni ningún omeprazol a la vista para calmar tanto ardor estomacal, tanta furia.Ningún otro lugar de Santiago será nunca más teatro de tantas reincidencias: siempre terminábamos diciendo “a esta pocilga no vuelvo ni en el más maravillosos de los pedos” y todos terminaban regresando quién sabe por qué defecto del espíritu. Porque cuando la noche se empezaba a desgajar entre indecisiones vanas, siempre uno proponía: “Vamos al Vasco” y el resto, olvidado de sus malas experiencias respondía: “Meta, vamos”. Perdida por perdida, era mejor disipar la noche ahí, antes que terminar hablando macanas en la plaza Libertad o en cualquier otra parte.
Quién no recuerda esos rostros adustos de los mozos, sus negras uñas, esas crenchas que ignoraban el jabón, sus delantales con manchas que venían del tiempo en que llegaron las maestras norteamericanas de Sarmiento o quizás eran de la Colonia o ya se los pondrían los indios para salir de cacería, quién sabe.
En ninguna otra parte de Santiago daban tantas ganas de tomar a esos trabajadores gastronómicos (aunque llamarlos así era ofender al noble gremio), y agarrarlos a las trompadas luego de una noche en la que no solamente no te habían saludado, sino que además te preguntaban “qué vas a comer”, así, a lo gaucho, sin preámbulos vanos, con modales de fonda oscura.
Quedarán para siempre grabados en la memoria ese intomable vino de la casa, con muuucha, pero muuucha soda porque si no era imposible llevarse a la boca semejante brebaje, las ratas y cucarachas saludando a los parroquianos desde todos los rincones del local y esos finísimos, pequeños y casi invisibles gusanos verdes, puestos como al azar por un delicado chef, que disputaban la ensalada de lechuga a brazo partido con los comensales.
Dicen que el Papa Francisco imagina el Infierno vacío, quiere creer, con un enorme optimismo que nadie fue a parar ahí. Los responsables de esa fonda santiagueña deben mirarse entre sí, todos los días, acompañando a Belcebú en su infinita soledad, otro lugar no les cabe en el otro mundo.
Qué en paz descanses, Vasco, estés en el quinto infierno que estés. Desde que te fuiste no tenemos dónde degustar nuestro masoquismo gastronómico. Te seguimos extrañando. Pero, por favor, no vuelvas.
(Publicado en mi cuenta de Feibuc hace unos años. Sale ahora, con fritas y ensalada mixta, corregido y ampliado)
©Juan Manuel Aragón
A 17 de enero del 2024, en Punta Corral. Comiendo un budín
Y con el vino de la casa, por supuesto. 🤪
ResponderEliminarEstá como para reabrirlo y poner un cartel que diga: "Carne de mamut bien añeja y artrópodos fresquitos".
ResponderEliminarRecuerdo haber leído en el Facebook de Don Simón pero su autor era de origen separatista y vasco, habrá tenido que ver con el nombre de ese lugar? Lugar emblema y especial para olvidarse de lo que hacian otros desde la calle a cada mundo extraño y externo. Saludos
ResponderEliminarBastante duro el comentario sobre ese restaurante. Tal vez sea justificado, aunque siempre hubo clientela.
ResponderEliminarAntes fue una parrillada de buena calidad, atendida por Moriya. Yo viví pegado a la parrillada y siempre tenían la deferencia de llevarnos la orden a casa.
El Centro del Viajante, y su puchero español ! Que bueno ! Ese si que no habrá ninguno igual !!
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