"Empieza a pensar en dejarlo" |
Las últimas palabras de una mujer a un hombre suelen ser las que reflejan su verdadero sentir, lo que le debió decir hace mucho
Cuando toma la decisión de cortar, empieza a pensar, todo el día, en dejarlo. Hace lo que los psicólogos llaman “el duelo”, llora por anticipado y pone su corazón en el congelador, para separarse sin un llanto, ninguna escena, ningún daño. “Ningún tango llorón”, piensa con una sonrisa, porque con él aprendió a cantar varios de memoria.Una amiga íntima lo sabe, le ha confiado intimidades de la relación que ni siquiera con la almohada se anima a conversar. Reconoce como error haber acumulado una camionada de reproches a los que en el pasado no les puso esas palabras que quizás podrían haber evitado algunas situaciones que para ella fueron desagradables.Desde que toma la decisión no duda ni un instante. Sobre todo, hace algo en que son especialistas las mujeres, va anticipando las respuestas que le dará: “Si me dice tal cosa, le retruco con tal otra” y se las aprende de memoria, eso que son cientos. Ha preparado un reproche para cada palabra, para cada una de sus preguntas, para su posible enojo. Adivina el rostro de perplejidad que pondrá cuando se lo diga. Sabe que le causará una herida profunda, pero a esta altura no le importa nada, porque ese día lo hará recordar todas y cada una de las veces que la trató mal, prefirió ir con los amigos a jugar a la pelota antes que quedarse, dejó la ropa tirada en cualquier parte, eructó después de tomar gaseosas y antes de conocerla le tiró los perros a la hermana, entre otros graves pecados.
Piensa que hizo mal en comentarle a la madre que iban a dejar, porque luego fueron juntos a su cumpleaños y notó que todos lo trataban de manera rara. Le reprochó haberlo desparramado, pero la vieja le respondió: “Qué quieres, somos tu familia y nos preocupamos por vos, no te olvides de que siempre vas a ser mi hija”. Al parecer él no se dio cuenta, cargó a los hermanos con el fútbol y conversó con su padre de asuntos de autos, motores, de lo que siempre hablaban.
Unos días después, el marido de la amiga le cuenta todo, punto por punto. Amigazo al fin.
—Por favor, no me deschaves —le advierte, como un ruego.
—No te hagas problema.
Le avisa hasta el momento preciso en que lo van a dejar: un día antes del aniversario. Es un duro golpe, sobre todo cuando le advierte que no hay ninguna posibilidad de volver atrás, lo abandonarán a como dé lugar, así él se convierta en el príncipe Azul y gane una docena de primeros premios de la Lotería Nacional al hilo.
Piensa en sentarla, esa misma noche, a conversar sobre lo que le pasa a cada uno, sobre todo porque no tiene ningún motivo de reproche: se siente tan bien, tan a gusto, tan hombre con ella, que la noticia es una sorpresa. Si alguien le hubiera preguntado qué tal se llevaba, habría dicho: “Al pelo”.
Está tentado en no creer nada, pero cuando lo piensa, se da cuenta de que es verdad, hubo señales, como el cumpleaños de la suegra el otro día, algunas palabras sueltas de los cuñados (como uno de ellos, que en voz baja dijo: “Pero éste quién se cree que es”, la suegra no le preparó ese día el choripán, una tradición que habían adquirido en esos años de compartir asados y fiestas, el suegro, siempre atento, estaba como distraído, sólo los sobrinos se portaron normalmente).
Durante un tiempito anda algo triste, hasta que se repone y se dice que debería hacer algo: busca una pensión, alquila una habitación para vivir y empieza a llevar, de a poco, toda la ropa, sus viejas revistas “Mecánica Popular”, la guitarra, el cuaderno de canciones. Decide que el lavarropas, el televisor, el juego de dormitorio que compraron juntos los dejará para ella. Un día antes del día fatal, están almorzando, hablando de cualquier cosa, como siempre y le dice:
—Me voy.
¿Adónde?
—Me voy —repite, mientras la mira firme, luego de dejar los cubiertos sobre la mesa.
Ella se da cuenta de la jugada.
—¿Así nomás, sin explicaciones? —no sabe si sentirse feliz, desgraciada, atónita. Está sorprendida, eso sí.
—¿Mi amiga te dijo algo?
—No, ¿tiene un mensaje para mí?
—No te entiendo —señala, ahora sí, desconcertada.
Se levanta, va al dormitorio y vuelve cargando un bolsito que tenía preparado con lo último que le quedaba en la casa.
—¿Vas a venir por el resto de tus cosas?
—Ya me llevé todo —escupe con indiferencia, y tira desde arriba y con mucha suavidad las llaves de la casa sobre la mesa en que ella sigue, con un plato de arroz a medio comer.
Mientras baja las escaleras oye que ella le grita:
—¡Hijo de puta!
¿Adónde?
—Me voy —repite, mientras la mira firme, luego de dejar los cubiertos sobre la mesa.
Ella se da cuenta de la jugada.
—¿Así nomás, sin explicaciones? —no sabe si sentirse feliz, desgraciada, atónita. Está sorprendida, eso sí.
—¿Mi amiga te dijo algo?
—No, ¿tiene un mensaje para mí?
—No te entiendo —señala, ahora sí, desconcertada.
Se levanta, va al dormitorio y vuelve cargando un bolsito que tenía preparado con lo último que le quedaba en la casa.
—¿Vas a venir por el resto de tus cosas?
—Ya me llevé todo —escupe con indiferencia, y tira desde arriba y con mucha suavidad las llaves de la casa sobre la mesa en que ella sigue, con un plato de arroz a medio comer.
Mientras baja las escaleras oye que ella le grita:
—¡Hijo de puta!
—¡Síii! —responde desde abajo.
Sale a la calle.
Envía un mensaje por el telefonito, al marido de la amiga.
—Me fui, no te deschavé, tené cuidado de que no te saquen de mentira verdad.
El roblema ahora es que no sabe dónde verá el partido del domingo, juegan Boca y River en el Monumental. Patea lejos, con rabia una piedrita que entra justito entre dos lapachos. Quizás sea una señal: “Capaz que los nuestros dan el batacazo”, piensa.
Pero quién sabe che.
©Juan Manuel Aragón
A 22 de febrero del 2024, en Changolandia. Contando eucaliptos
Sale a la calle.
Envía un mensaje por el telefonito, al marido de la amiga.
—Me fui, no te deschavé, tené cuidado de que no te saquen de mentira verdad.
El roblema ahora es que no sabe dónde verá el partido del domingo, juegan Boca y River en el Monumental. Patea lejos, con rabia una piedrita que entra justito entre dos lapachos. Quizás sea una señal: “Capaz que los nuestros dan el batacazo”, piensa.
Pero quién sabe che.
©Juan Manuel Aragón
A 22 de febrero del 2024, en Changolandia. Contando eucaliptos
Habia un dicho tan conocido que parece la norma a cumplir. Alguna vez se dijo y la mujer dispone, habria que agregar si te elige, porque sabrá de antemano que efectos causar porque si el hombre juega de simplón no obtendrá repercusión pero si se siente ganador o fanfarrón tendrá publicidad para el que quiera hacer daño o acercar al timido amigo que le falta pique y gambeta.
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