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RAZONES Porqué y para qué estas notas

Antiguo instrumento periodístico

A veces se deben consignar los motivos del trabajo, no para resaltar lo que se hace, pues sería vanidad, sino simplemente para pedir ayuda


Escrito en primera persona. Hace un tiempo le pregunté a un amigo que sabe de literatura, qué debía hacer para mejorar mi trabajo. El tipo lo pensó un rato y dijo: “Tendrías que hacer tal o cual cosa para mejorar en este y aquel aspecto”. Cuando terminó le aseguré que no era como él creía, que sí estaba haciendo bien las cosas. Respondió simplemente que yo le había preguntado cómo mejorar mi trabajo y él había opinado y por lo tanto no cabía una discusión. ¿Sabes qué?, tenía razón y más o menos le hice caso en lo que pude.
A qué viene. Hay gente que me escribe por aquí, en Feibu o en Twitter, para decirme que no le ha gustado cómo traté tal asunto, que no debía haber escrito tal cosa, que tendría que profundizar lo de más allá. A todos los leo y me sirve para seguir tratando de mejorar. Si este es un sitio abierto a los comentarios de todo tipo, anónimos o nominados, y no tiene restricciones para que se escriba esto o aquello, me la tengo que bancar. No me queda otra.
¿En serio? El asunto es pensar. Estas notas serían como un juego platónico diario, sólo que, una vez lanzado un escrito al viento, no se aplica la mayéutica para ayudar a nadie a parir sus propias opiniones, sino que lo hará si quiere y le da el cuero. Quizás sirva como un ayuda memoria o, mejor, como una tarima de ideas que en una de esas te ayudan a pensar en otra cosa que no sean las cuentas a pagar, el trabajo, las cuentas a pagar, el auto que tiene un ruidito, las cuentas a pagar, tu chango que no quiere estudiar, las cuentas a pagar, el arreglo del techo de la casa. Intento mechar algo de humor en cada una, como una manera de no hacerlas tan aburridas.
Ah, por eso. Claro, esa es la razón por la que, en realidad, no importa que estés de acuerdo o en desacuerdo mucho, poquito o nada con estas notas. Lo que interesa realmente es que, a partir de un escrito que necesariamente no te da todo masticado, digerido y asimilado, como la televisión, actives las neuronas y pienses, quizás de una manera lateral, en una solución para los pequeños o grandes dramas de tu vida o de los demás. Sería, si esta fuera una columna de palabras pomposas, una plataforma de lanzamiento de opiniones sueltas para que cada uno halle la que más le convenga, se apodere de ella, la haga pelota, la rompa contra el piso, se ría o llore de rabia contra el autor. Ahí está, es tuya.
Gustos son gustos. Por eso me agrada cuando alguien escribe algo, en el lugar de los comentarios, que está furibundamente en contra de lo que dije. Es uno que viene guardando bronca, quizás desde hace varios escritos y de repente dice: “Este tipo no puede haber escrito eso, es un hijo de mil, le voy a escribir para que sepa que no todos pensamos como él y que sus ideas son una basura”. Mejor si lo hace en forma anónima, porque así descarga mejor su enojo. Sé que a ese Juan de los Palotes le he movido algo en los intestinos —porque me sucedió muchas veces a mí, no porque me lo contaron —y que reventó un día, cuando le colmé el aguante. Lo que en realidad interesa, vuelvo un poco atrás, es que piense, que mantenga el alma ocupada en afirmar su propia doctrina o ver cómo hace para librarse de ese corsé, y salga a pelear con palabras cada vez que alguien contradice su lógica.
Demasiado ocupados. Casi siempre los que opinan publicando una noteja al final de los artículos, son pocos. Algunos dejan su nombre y apellido y hasta cuentan anécdotas personales, otros, más reservados escriben anónimamente. El resto quizás lo haría si tuviera tiempo o no renegara tanto con los celulares, que impiden redactar correctamente. A todos los leo, los anónimos generalmente no sé quiénes son, pero por la manera de escribir los detecto, aunque sea de manera difusa: “Este es el que casi siempre dice que está de acuerdo, pero me marca los errores” o “este debe ser el mismo que la semana pasada me señaló tal cosa”.

Leer aquí las máximas que los periodistas debieron desaprender en su oficio

Error no forzado. Una de las primeras reglas del periodismo es escribir en tercera persona, porque a nadie le interesa si el autor vio o hizo tal cosa A los lectores, en todo caso, les importa tal cosa, no la circunstancia del plumífero. Por eso, si me permites, esta nota en particular tiene tres razones, la primera, contarte más o menos qué espero de vos, y es simplemente que me leas cuando puedas. La segunda, que sigas así, si sos de los que hace comentarios todos los días, que continúes, si comentas poco, lo mismo y si estás en la categoría de “comé aca que te voy a escribir algo che, pelotudo”, reírme con vos, porque la vida es risa. Y la tercera es la más delicada, dos puntos, si quieres hacer un aporte en dinero a esta columna, porque consideras que espacios así son necesarios en la internet (nunca sé si es la o el internet), por favor, hacelo, ahí arriba, en verdecito dice dónde y cómo poner la tagusa. Hoy por ti, mañana por mí, una mano lava la otra y las dos lavan la cara, etcétera, etcétera, etcétera.
La seguimos el martes.
Juan Manuel Aragón
A 22 de julio del 2024, en Señora Pujio. Desgranando ají del monte.
Ramírez de Velasco®

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