Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas etiquetadas como Vecino

INSTRUCCIONES Cómo salvar una crónica con un quetuví

Quetuví, qué querí “Antes que el alba se saque la pereza, ya andan agitando al vecindario, anunciando que la hora del sueño ha terminado…” Cuando mi mujer lo halla en el patio, lo echa, le dice “fuera de aquí, bicho”. Él se escapa raudo, vuela hasta la mora del vecino y se queda mirando, curioso, lo que sucede en casa. Es un amigo el quetuví, hasta le puse de sobrenombre “Sombrita”. Y capaz que le llama la atención esta dualidad. Mientras uno le pone —secretamente— miguitas de pan en el alféizar de la ventana de la cocina, la otra lo corre sin piedad. —Me imagino que no estarás apañando a ese pájaro del diablo, que ensucia la ropa que dejo colgada en la soga, ¿no? —reclama mi media naranja. Y yo siempre niego poniendo cara de “no entiendo de qué hablas, chica”. A la madrugada, cuando me siento en la máquina a preparar estas notitas que irán a parar a Ramírez de Velasco y a los otros lugares de internet que suelo frecuentar, aparece a ver qué le he dejado para comer, qué hay en el tacho

INFANCIA El dulce, dulce de moras

Como su figura lo indica, son moras Uno de los miedos que poblaron la infancia, el de la cárcel por haber robado algo, pero al final no era robo Esa lejana tarde mi madre me pidió que la acompañara al fondo de una casa que alquilábamos en un pequeño pueblo. Debía tenerle la silla para que se trepara a la tapia y cortara moras de un árbol del vecino porque quería hacer dulce. Mientras las iba poniendo en una fuente le pregunté qué haríamos si el vecino se enojaba”. "Nada”, respondió “nos meten presos a los dos y listo”. Son esas naderías que dicen los padres a los hijos, sin darse cuenta de lo que hacen. Aquello me causó una gran impresión. Estábamos en peligro. En cualquier momento llegaría la policía a llevarnos y quién sabe qué castigos nos darían, pensaba por una parte. Pero por la otra me tranquilizaba al verla en la cocina, despreocupada, feliz, contenta, revolviendo el dulce con una cuchara de madera. En ese tiempo de pequeñas desdichas, felices días y monstruosas noches, pe

BILLETERA Parrillada completa

Billetera gordita De repente, un momento, en una noche de asado con un amigo que ha venido de lejos, se transforma en una decisión difícil de tomar De tanto en tanto, Joaquín Alfonso Apesteguy Arenas, que había sido vecino del barrio de toda la vida, volvía al pago —según decía— a tomar un baño de sencillez. Se había ido joven a estudiar a Buenos Aires, a la casa de unas tías, de ahí pasó a los Estados Unidos, España, Francia, y se especializó en algo importante, aunque no sabíamos en qué. Ahora trabajaba de nuevo en la Argentina en una empresa de cuyo difícil nombre nos olvidábamos tres minutos después de que lo pronunciaba. No sé por qué, pero le caíamos bien, no le cantábamos la justa de Santiago porque no la sabíamos ni le pasábamos chismes de los altos jerarcas del gobierno ni sacábamos cuenta de la marcha de la economía de la provincia. Pero lo poníamos al día con lo que sucedía en el barrio: se había muerto la vecina que toda la vida había vivido tapia de por medio con sus padre