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CUENTO del folklore santiagueño


El zorro

Juan y su tío


Juan (el zorro) iba caminando y lo encuentra a su tío, el tigre. El tigre le pregunta dónde va, y Juan le contesta que en busca de su vida; el tigre, que también andaba hambriento, lo invita a seguir juntos de compañeros para ayudarse; Juan, contento, se acompaña con su tío. Pero el tigre cazaba perdices, liebres, martinetas, las comía el sólo y no le daba nada a Juan. El sobrino reclama, y el tigre le dice que cuando cazara una vaca le haría parte.
Por ahí, lo hace subir a Juan a unas plantas para que divise si hay hacienda vacuna, y Juan le dice que lejos se veían unas vacas. Allí se largaron, pero al llegar vieron que eran blancas y negras, y el tigre no quería hacer presa diciendo que la carne de las blancas era blanca y la de las negras, negra. Juan, disgustado, quiso separarse de su tío, pues ya estaba muy hambriento, sube otra vez arriba a ver si aparece alguna vaca colorada.
Sube Juan, y ahí cerquita divisa una colorada. Muy contento le avisa. Va el tigre, la mata y comienza a comer solo. Juan le pide que le dé algo, y el otro le contesta que aguante, que el resto sería para él.
Después de llenarse el tío le da muy poca carne y la vejiga; se acuesta a dormir y le dice que lo cuide pues a él lo buscaba la polecía; si llegaba a ver un agente que lo despierte para que no lo pillen. Mientras Juan estaba de centinela infló la vejiga y la llenó de moscas, la ató en la cola de su tío y después lo despertó, haciéndose el asustado: levántese, tío, que viene cerca la policía.
El tigre se levanta rápido y con el ruido de las moscas huye asustado. Entonces Juan, solo, comió bien, levantó un poco de carne y llevó a la casa de su tía, la mujer del tigre. Le dijo que el tío lo mandaba a entregarle esa carne. A la noche se acuesta a dormir Juan con la tía y a la madrugada sienten un bramido; era el tigre que venía y Juan sale huyendo.
El tigre le cuenta a la señora lo que había hecho el sobrino, pregunta si Juan no había llegado por ahí y sale en su busca. Lejos lo alcanza, en un simbolar, cuando Juan estaba durmiendo estirado. El tigre se acerca despacito y se sienta junto a él; Juan lo ha visto, y se hace el dormido roncando mientras piensa cómo escapar para que el tío no lo mate por lo que había hecho. En lo que estaban, el tigre agarra un gajito de simbol y le empieza a cosquillar. Juan decía: salí mosquita, que me vas a hacer soñar que he dormido con mi tía; el tigre cree que Juan hablaba en dormido sin saber que él estaba a su lado. En eso Juan se encoge para acomodarse, y huye disparando por medio de las patas de su tío.
Sale el tigre a perseguirlo y lo hace entrar en una vizcachera. En eso vé pasar un carancho y no sabe qué hacer: quería ir a la casa a buscar una pala, y le pide al carancho que le cuide el preso en la cueva hasta que vuelva. Juan, oyendo, se allega a la boca de la cueva y le pide al carancho que por favor lo deje salir; el carancho no quiere, entonces Juan le dice que por favor como despedida le cante unos versos que ellos saben cantar. El centinela acepta y canta, y en lo que abre la boca Juan le tira un puñado de tierra, lo ahoga y se escapa.
Llega el tigre, pregunta si el preso estaba adentro; el carancho por miedo le dice que sí, entonces el tigre comienza a cavar y el carancho se va. El tigre cava toda la cueva y no encuentra nada. Entonces vuelve a la casa y le dice a la señora que él iba a hacerse el muerto y le avisen al sobrino para que fuera a velarlo.
Y así fue. La señora y Juan se van al velorio en un suri que tenía como caballo. Llegan, lo ata cerca de la casa como para disparar en caso de apuro, y la tía lo invita a pasar. Estaban todos los parientes llorando. Juan, desconfiado, quería estar afuera, y decía que no tenía coraje para ver al tío. Le preguntó a la tía si el tigre después de muerto había hablado, que si no hablaba era porque estaba vivo, que tenía que hablar si es que estaba muerto. El tío oyó eso y dijo dos o tres palabras. Juan le dijo que se haga el vivo nomás, que a él no lo iban a pillar con engaños, montó el suri y se disparó.
El tío empezó a investigar si dónde tomaría agua para esperarlo, y le dijeron que a las madrugadas en una represa grande que había a la distancia. Allá fue y se metió al agua, sacando sólo las narices para que Juan no lo viera. Al rato llega Juan, que de lejos había visto a su tío, y le dice buenos días señora agua; hoy la saludo como siempre para iniciar la conversación, ¿cómo se encuentra usted? Entonces el tío contesta el saludo y Juan le dice que nunca el agua habla, y vuelve a huirse.
Vuelve el tigre a su casa y con unos perros que tenía sale en persecución de Juan. A una distancia lo alcanza; Juan se baja del suri y se mete en unas vizcacheras. Al estar así piensa que lo van a pillar los perros, por la cola que tenía larga. Entonces resuelve sacar la puntita, pero sólo la puntita de la cola, para que se la corten los perros y él quedar libre. Así lo hizo. Pero los perros lo agarran bien de la cola, lo sacan entero y lo matan. Que las picardías a veces sirven, pero no siempre.
Del libro “Folklore santiagueño”, recopilado por Julián Cáceres Freyre y pasado en limpio y ordenado por Juan Manuel Aragón (padre).


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