El mundo de las letras |
“Los artistas de la pluma tienen solamente los libros que venden como medio de vida, y van y se los fotocopian en la perra cara”
Si hubieran existido las fotocopias en tiempos que los conquistadores españoles llegaban a América, es casi seguro el ahorro que habría significado en controversias a las generaciones futuras como la que pregunta quién fundó Santiago, Juan Núñez de Prado o Francisco de Aguirre. Olvídenlo, no habría ninguna duda. Ese maravilloso invento que hizo más fácil el trabajo de los escribanos, con el tiempo se convirtió en el segundo enemigo de la lectura.El primero fue la televisión. Durante muchos años salía en blanco y negro, comenzaba a las 6 de la tarde y terminaba a la medianoche. Pero aún así atrapó a millones que, de otra manera hubieran agarrado un libro o, aunque más no fuera una revista de historietas. Varias generaciones tomaron la merienda mirando algo en la televisión. Ese “algo” estaba pensado expresamente para atrapar (nos) a los chicos, ya fuera El Zorro, Carlitos Balá o los maravillosos hermanos Aragón que hacían Gaby, Fofó y Miliki.Era un asunto más o menos manejable para las madres, que querían ver estudiando a sus hijos y no mirando esas tonterías por la tele. Pero ellas también se prendían al aparato, a la hora de la telenovela, que ahora llaman novela nomás. Al menos en Santiago no había nada “en vivo y en directo”, ni siquiera el noticiario, que durante muchos años fue grabado, por las dudas.En el medio apareció la fotocopia. Si en la escuela le pedían a un chico un cuento, iba a la biblioteca, lo fotocopiaba y listo. ¿Para qué comprar todo el libro si solamente necesito tres páginas? De esa manera muchos autores fueron conocidos, aunque sus libros fueran un fracaso editorial. Algo parecido podría haber sucedido con los cantantes, ahora venden poquísimos discos y se defienden con los recitales. En realidad, tienen que armar un “show” de luces, humo, bailarines, proyecciones, apariciones mágicas, porque si es por cantar nomás, ahí está el disco grabado de un pirata.
¿Y los escritores? Oiga, quién va a pagar por oir cómo un escritor lee sus cuentos, los recitales de poesías se acabaron hace más de un siglo. Los artistas de la pluma tienen solamente los libros que venden como medio de vida, y van y se los fotocopian en la perra cara. Un tiempo después de que apareció “Platita”, mi primer libro de cuentos, me pidieron una donación las empleadas de la biblioteca 9 de Julio, porque los chicos les pedían una fotocopia y no tenían de dónde sacarlas. Les dije que sí, cómo no, y nunca les doné nada. ¿Me iban a piratear y todavía tenía que darles el revólver?
Ahora dicen que ya no hay más fotocopias, los profesores pasan en formato de documento portátil, el PDF, báh. Escanean el capítulo de un libro de aquí, un apunte de allá, una monografía de más allá, arman la ensalada y la entregan a los alumnos, lista para que la consuman, estudien, aprendan y rindan. ¿Buscar en la biblioteca del barrio o de la Universidad?, ¿cotejar autores y quedarse con el más afín?, ¿comprar los libros de a poco, así va armando su propia biblioteca para cuando se reciba? Ya veo, si tengo todo masticado, para qué voy a ir al mecánico dental.
Y en ese mundo que tenía a los libros cuesta abajo en la rodada, apareció Netflix. Penúltimo invento de la industria del espectáculo, la diversión, el disfrute y el pasarla bien que, para peor, les hace creer a muchos que están consumiendo cultura y todavía en un formato superior a la lectura. Hay cientos de libros escritos sobre todos los temas posibles. Sobre un hecho cualquiera del pasado, hay cientos de libros que lo miran desde distintos puntos de vista. ¿Quiere saber sobre Napoleón Bonaparte, Manuel Belgrano, Bartolomé Mitre, la Primera Cruzada, la vida privada de los antiguos mayas, la Ley del Talión o lo que fuere? Hallará cientos, si no miles de libros sobre cada uno de estos asuntos.
Viene uno, dice que ha visto una serie sobre el caso Dreyfuss y le comunica que sabe todo sobre el asunto, porque lo dieron en un documental. ¿Entiende? Usted lo ha leído, pero al tipo se lo han dado todo masticado y supuestamente sabe todo lo que pasó. Ningún libro le enseñará a él, después de mirar la serie, lo que sucedió verdaderamente. Olvídese de los matices, los “pero”, los “sin embargo”, los grises y sobre todo las dudas que provocarán que quiera saber más y conseguir otros textos sobre ese o cualquier otro tema. Del segundo plano en que se hallaban los libros, de un plumazo pasaron al tercero o cuarto.
El mundo de las letras de molde, al menos para una gran mayoría se ha vuelto ajeno, lejano, distante, casi una curiosidad. Dicen que el futuro es de quienes escriben los guiones de las series de Netflix, los carteles de publicidad de Marcelo Tinelli las publicidades no tradicionales (pe ene té, ¿vio?), de Mirtha Legrand pero al paso que va la cultura se reemplazarán las letras con memes, dibujos, chistecitos, fotitos con carteles escritos con mayúscula. Trazos gruesos para una humanidad que todos los días desmiente la teoría de la evolución.
La involución está ganando la carrera.
Por lejos.
©Juan Manuel Aragón
Orilla del Chujchala. A 2 de octubre del 2022.
De acuerdo totalmente 👍
ResponderEliminarBueno, pero la otra es que Netflix descubra que tu novela puede ser un boom en su plataforma y te la compra por una millonada. Y después la gente quiere leerla, porque en Netflix fue un éxito. Esa es la otra vuelta de tuerca. Dios escribe torcido, pero siempre premia al buen escritor.
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