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“Como a la semana, en una reunión en el kiosco, a la salida de la fábrica, Martita le contó que al dueño no le había gustado”
Cuando entró el Negro Ponce, se dio cuenta al toque, fallaba el sistema de distribución interna, consecuencia de la tardanza de los proveedores que nunca llegaban a tiempo. Se puso a hacer cálculos y, cambiando la fábrica que enviaba los insumos por cualquier otra que llegase a horario, las cosas funcionarían mejor. Fue a verlo a Alderete, el jefe, quien le pidió que le llevara todo por escrito.Preparó un infome detallando paso a paso cómo era el circuito desde que llegaban los materiales hasta que se completaba el proceso y se empaquetaba todo para mandarlo a los clientes. Después contaba que cuando lo estaba redactando se dio cuenta de que con el nuevo sistema se ganaría más plata sin invertir en un empleado más, detalle fundamental para la Empresa, y además se dejaría conformes a los clientes con un producto superior.Como a la semana le llevó una carpeta a Alderete, había agregado gráficos, números, todo basado en una revista de mercados del rubro. Alderete miró la carpeta y dijo que la llevaría directamente a los dueños para que la evaluasen. Después le contó que había hablado con el gerente quien a su vez la había hecho fotocopiar para enviarla a los socios. El relato fue ratificado por Martita, secretaria de la Gerencia, que tuvo que fotocopiar la carpeta.Hubo movimientos arriba. Un día lo llamaron al Negro Ponce para que explicara su idea ante los capos máximos. Fue así nomás como estaba, despeinado, porque al sacarnos el casco siempre nos quedaban los pelos para cualquier parte. Se alisó nomás un poco la camisa antes de entrar y lo recibió la plana mayor en pleno.
Después contaba que le había ido muy bien, lo hicieron sentar y todo, Martita le sirvió un café mientras le tiraba buenas ondas con la mirada y el hijo del dueño, un muchacho bastante piola, que muchas veces había topado la parada por los obreros, lo convidó a exponer: “Díganos con sus palabras cómo sería el nuevo sistema que propone, explíquelo haciendo de cuenta que somos sus compañeros de trabajo”.
Al principio estaba nervioso, pero después dice que se embaló y detalló minuciosamente cómo tendría que ser el nuevo sistema. A medida que avanzaba, se daba cuenta de que casi todos los ojos se ponían en alerta primero, después prestaban mucha atención y al final había hasta como una sonrisa de satisfacción en muchos rostros. Casi todos, el Gordo, como le decíamos al dueño, fue el único que no cambió la expresión ni el tono de la mirada.
Cuando terminó lo felicitaron por el empeño puesto en su trabajo, le dijeron que necesitaban más gente cómo él, agregaron que les parecía excelente que tuviera puesta la camiseta de la Empresa y no se guardara las ideas sólo para él. Alderete le dijo que había estado muy bien, y lo mismo Martita, que estuvo toda la reunión parada, quietita, sin moverse, sin hacerse notar, detrás del dueño.
Hay que decir que, hasta que el Negro fue a exponer a la reunión ya había pasado un año dentro de la Empresa. Cumplidor, no faltaba, era atento y amable con todos. Si había que quedarse fuera de hora no protestaba, entendía que los trabajos tienen imponderables y que, por el bien de todos, a veces hay que hacer un sacrificio. Detallista, revisaba su laburo antes de entregarlo. Y era un buen tipo, además, comedido, siempre con una sonrisa en los labios.
Como a la semana, en una reunión en el kiosco, a la salida, Martita le contó que al dueño no le había gustado que fuera despeinado. Le recordaron que el hombre estaba laburando y no podía andar fijándose en esos detalles, pero igual no quedó convencido. Los proveedores que podrían dejar afuera tenían una larga relación con la Empresa, como que venían desde el tiempo en que su padre manejaba todo. “Mas vale malo conocido…”, les advertía a los socios.
Alderete lo llamó al Negro y le avisó que le empezaría a dar más responsabilidades: “Necesito alguien que sea mi mano derecha, uno no es eterno, cualquier día de estos me muero, nadie va a saber los secretitos de la fábrica, quiero que te esfuerces, así algún día ocupas mi lugar o llegas más arriba, quién te dice”.
Un buen día Martita avisó que los cambios no se harían. Herrera, jefe de Compras y Suministros, había hablado con el Gordo para avisarle que la iniciativa del Negro significaba un cambio de paradigmas de la Empresa, no eran practicable y si salía mal le costaría mucho dinero volver para atrás. En una reunión de directorio se decidió dejar la propuesta en suspenso hasta investigar el obrero aquel tenía algo que ver con la competencia. Ahora les parecía una muy mala idea.
Un buen día Martita contó que quien había hablado con los jefes para trancar el proyecto del Negro, era, justamente, uno de Compras y Suministros. Resulta que según el proyecto tenían que entrar una hora después y salir también una hora tarde, en vez de 8 a 4 de la tarde, de 9 a 5, como el resto del personal. Al jefe no le gustó que no lo consultaran y habló directamente con el Gordo, que era padrino de uno de sus hijos. Le dijo que la propuesta era una barbaridad, si se hacía eso la Empresa se iría al tacho, que el Negro no sabía de qué hablaba, nadie iba a acompañarlo en esa aventura y mucho menos los clientes. El Gordo pisó el freno, decidió que no se haría ningún cambio y se quedó tranquilo.
Siempre hubo pica con los de Compras y Suministros. Como será que ni siquiera iban al kiosco de la vuelta sino a uno de más lejos, para no coincidir con nosotros. En las cenas anuales de la Empresa se sentaban aparte y trataban de darnos poca bola. Andaban con la sangre en el ojo desde que perdieron un campeonato interno de fútbol, según decían, a raíz de un penal mal cobrado por un referí vendido.
Al tiempo entró un nuevo a Compras y Suministros, de apellido Maguna, muchacho joven, se lo veía activo, diligente, empeñoso. Al toque se dio cuenta de que la falla de la Empresa era el sistema de distribución interna. Sus compañeros lo alentaron a que presentara un proyecto por escrito y oportunamente, enviaron la carpeta al directorio.
Cuando se enteró Alderete, un día lo encaró al dueño en el estacionamiento de la Empresa: ”¿Estamos por cambiar de rubro?”, le preguntó. “No, ¿por?”. “Porque me he enterado de que tienen en carpeta un proyecto para que entren otros proveedores, si vamos a fabricar caramelos, camisas o bulones, avisen así nos preparamos”.
Esta vez ni se discutió el asunto en la Gerencia. Alderete sabía cómo llegar al corazón del Gordo con sus comentarios. Llevaba varios años trabajando y, además, se había hecho casi imprescindible. La cuestión es que la Empresa entró a andar de mal en peor, comenzaron a bicicletear a los proveedores, se atrasaron los sueldos, el clima se caldeó adentro y cada vez que se perdía un cliente, ahora los jefes andaban husmeando, sección por sección, para ver cuál podía ser la causa.
Cuando se fundió la fábrica, el Negro y Alderete ya tenían desde antes, su propio emprendimiento y, de a poco le iban comiendo los clientes a sus viejos patrones. Llevaron con ellos a Martita, que sabía más que sus antiguos jefes cómo manejarse en el negocio y tenía una agenda con los números de teléfono que importaban y no lo llevaron a Maguna porque se había ido antes, cansado de laburar en un ambiente que le parecía chato, o eso adujo ante dos o tres amigos.
Ahora son socios los tres, viven bien, sin lujos, pero sin sobresaltos económicos. Pasando un fin de semana ellos van a pescar al dique. Después se reúnen con las familias y comen dorado, bagre y sábalo a la parrilla. La señora del Negro lleva empanadas y la de Alderete prepara las ensaladas. Las últimas veces la Martita ha ido con el novio, un muchacho trabajador, que conoció en el colectivo, parece que la cosa va en serio, andan queriendo casarse. Ella suele llevar el postre, hace unas tortas riquísimas.
©Juan Manuel Aragón
Los Quiroga, 26 de noviembre del 2022
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