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FIESTA Navidad, ¡dulce Navidad!

Lechón relleno

Nadie le pide que abandone sus tradiciones, su folklore particular para celebrar la fiesta de acuerdo a otros parámetros


Ha llegado el tiempo de juntarse con los amigos, los compañeros de trabajo, los conocidos, compartir una sidra, un champán, sanguchitos, empanadas, quipis, uno que otro asado. Es época de andar a los apurones buscando regalos, pidiendo al carnicero que le tenga guardado, por favor, un peceto para el vitel toné o un matambre para el arrollado. 
 Es el tiempo de pensar de nuevo en los parientes que se ven una vez al año o todos los días, en la casa de quién se van a reunir, quién va a llevar las ensaladas, a quién le toca poner los sanguchitos, que las pizzas no las haga la tía Pocha, porque le salen horribles, quién será el encargado de asar los pollos, los lechones y cabritos, no olvidar los turrones, los panes dulces, para mí sin frutitas, por favor, si pinta budín, se comerá budín. Y que haya beberaje, claro.
Es un tiempo que a muchos no les gusta porque hay que organizarse, ir a visitar a los parientes que viven lejos, dormir mal, comer hasta quedar pupulo, tomar, alegrarse, todo falso, ¿ha visto?, porque las cuñadas no se aguantan, los yernos odian verse con sus suegros, los suegros piensan que los hijos podrían haber conseguido algo mejor, los concuñados se ignoran y afloran viejos —o nuevos— rencores entre los hijos.
Otros están esperando el baile, la joda, la promesa de sexo de una madrugada desenfrenada en algún lugar que estará repleto de otra gente haciendo lo mismo. Pero qué más da, amigo, son fechas de mucha alegría, de gran contento, de regocijo, de toparse con los amigos que vienen de lejos a visitar a los parientes que quedaron en el pago. Y hablar de los hermosos tiempos de antes.
Bueno, las lucecitas en las calles, los renos, los papá Noel, los arbolitos, el muérdago (sea lo que fuere muérdago porque nunca he visto uno en vivo y en directo), las guirnaldas que andan repartidas en los negocios, plazas y calles de las ciudades, en realidad son lo contrario al espíritu de Navidad. Mejor dicho, todo eso es enemigo del ánimo con que los católicos al menos, concebimos el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.
Nadie le pide que abandone sus tradiciones, su folklore particular para celebrar la fiesta de acuerdo a otros parámetros. Haga lo que quiera, este país presume de ser libre y abierto a todos los hombres del mundo, incluidas sus creencias y convicciones, amigo. Aquí sólo se pone de manifiesto qué es la Navidad para quienes sí creen en el milagro que todos los años se repite, sin falta, en esa fecha exacta.
Le cuento, nosotros creemos que una mujer, que era virgen antes, durante y después del parto, concibió y tuvo un hijo al que le puso de nombre Emanuel, que significa “Dios con nosotros”. Estaba en Belén con su marido, el casto José porque tenía que censarse, cuando empezó a sentir que daría a luz. Buscaron dónde recibir el chico y lo único que hallaron fue un humilde portal en el que también había animales resguardándose del frío.
No festejamos el aniversario de aquello, nos ponemos felices porque todos los años ocurre de nuevo. Y va a seguir sucediendo hasta que llegue la Parusía. Le contaría qué es la Parusía, pero es casi seguro que usted la confundirá con el cambio climático y esos macaneos modernosos de la ecología, salvemos a las pobres ballenas y coso, así que mejor lo dejemos ahí nomás.
Nos regocijamos, por supuesto, porque creemos que aquel chico, que era el hijo de Dios, también era Dios. Y lo festejamos también, cómo no, pero no perdemos la cabeza en una joda para tirar la casa por la ventana. Bendecimos la mesa, comemos algo rico, damos alguna enseñanza sobre el pesebre a nuestros hijos y nos acostamos a dormir.
No, amigo, no se confunda, no somos unos amargos, no estamos apenadas, no recibimos la fecha con la cabeza gacha, nos ha nacido el Salvador, ¿por qué habríamos de estar tristes? Sólo no creemos en los falsos oropeles de las fiestas fabricadas con dinero y hechas a la medida del mundo o, como en este caso, de los comerciantes.
¿Nunca le ha pasado andar feliz porque un hijo aprobó un examen difícil?, ¿y qué hace?, nada, porque es algo que se lleva adentro, ¿no es cierto? No se va a poner a bailar y saltar en medio de la calle ni va a tirar cohetes ni se va a comer medio cabrito de una sentada, ¿no? Bueno, más o menos así es lo que sentimos nosotros, los católicos, en la Navidad, un revoltijo gozoso en el alma.
Le digo más, no creemos que lo exterior, el lujo, los oropeles, sean lo principal de la vida, es lo último que tenemos en cuenta, por lo menos eso intentamos, aunque no siempre nos salga bien. Justo en esta fecha al menos, todos los años nos ponemos las pilas, como dicen, e intentamos imitar a Nuestro Señor.
Si usted leyera alguna vez la vida de Jesús, se daría con que es una novela que, justo cuando está por terminar mal del todo con su muerte en el Gólgota, se compone y resucita. En Pascua, sí, que es cuando usted come roscas y busca huevitos y conejitos de chocolate y aprovecha para otra comilona con otros homenajes a los señores comerciantes y carniceros del barrio. Y no va a misa ni bautiza a sus hijos ni los prepara para la primera comunión ni reza el Rosario, para qué, si no cree.
Le digo, esta nota no es una crítica, usted no necesita que nadie le diga qué va a hacer, cuándo, cómo ni por qué. Tómelo como una ilustración, para saber que hay gente que festeja estas fechas de otra forma. Quizás para los musulmanes que viven aquí sea un día común y corriente, lo mismo que para los budistas, los judíos, los animistas, los adoradores de la Pachamama, que tienen sus propias fiestas y celebraciones, algunas muy sentidas, muy bonitas. Tome estas líneas como una curiosidad, si quiere, un dato de color, un comentario al pasar.
Bueno, feliz Navidad, si no nos vemos hasta ese día.
Y saludos.
©Juan Manuel Aragón

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