Belgrano sofrena su flete |
“Agarró un arcabuz, hizo un tiro apuntando al norte y pidió a sus hombres que fueran a ver dónde había caído la bala”
Juan Núñez de Prado quiso, de intento, hacer un pueblo al margen. Los sabihondos sostienen que fue cerca de la Universidad Nacional, en la Belgrano 1912. En el sillón en que el rector pone el culo en su oficina quizás ha sido el sitio exacto para clavar el palo de justicia, arriesgan algunos con postura de académicos, parados frente a un auditorio de viejas, recitando sus historias incomprobables, sus presunciones peregrinas y traídas de los pelos, gallitos canfinfleros de la historia de este barrio.Una teoría popular, en cambio, corre unas cuadras al naciente aquella fundación, y ubica la primigenia ciudad, en Gobernador Miguel y Únzaga sur, pleno barrio 8 de Abril, donde sabía estar la sandwichería Migui´s, con lomitos de pollo y de vaca gratinados, capaz que sigue, pero no sé. Si fuera cierta esta teoría, el Tata Eduardo se anotó un poroto en los libros de historia, pero no hoy sino el día que inauguró el barrio, 8 de abril de 1959.Sobre el pucho llegó a estos andurriales un indignado Francisco de Aguirre, ese sotreta de Núñez le había cambiado de lugar la ciudad. Fue primero a Tucumán y no lo halló, le dijeron que se había mandado a mudar a Salta, más o menos a Rosario de la Frontera o por ahí cerca, no importa, pero tampoco estaba. Montó en Cólera, que era un caballo tordillo que tenía y se vino rastreándolo hasta Santiago.Cuando llegó, Núñez, ahijuna, no estaba en la Ciudad del Barco, ¿por qué? Andaba en Famatina buscando oro el ñorse. Antes de que volviera, Aguirre un día salió a caballo rumbo al norte, pasó por frente a la casa del Indio Froilán y decidió que la acequia Belgrano traería agua, más o menos de esa parte del río. Cuatro siglos después, con ingenieros, teodolitos, cálculos matemáticos bien hechos, no se halló otro lugar mejor para traer agua del Dulce. Él lo hizo a ojo de buen regante y calculó exactamente por dónde tenía que cavarse la primera obra de ingeniería en serio que se hizo en el país.
En eso volvió Núñez, que todavía era “de” Prado y no “del” Prado como lo nombran los que escriben los carteles de la Municipalidad. En fin, ¿no?, pobre gente, es su laburo y lo hace como puede. El caso es que hoy, señores catedráticos con títulos que ¡uf!, dan miedo, lo nombran como aquel ignorado pintor de carteles.
Lo cierto es que Aguirre lo sacó carpiendo, le puso cadenas y lo mandó al Perú. Y dispuso trasladar la ciudad un poco al norte de donde la había puesto el otro y cambiarle el nombre por el más eufónico de Santiago del Estero.
Agarró un arcabuz, hizo un tiro apuntando al norte y pidió a sus hombres que fueran a ver dónde había caído la bala, le marcaron la Absalón Ibarra, dicho hijo de Juan Felipe. Se paró ahí, miró el desolador panorama a su alrededor y anunció que haría otro tiro, a ver qué pasaba. Llegó hasta el otro lado de la cancha de Mitre, hasta el corazón del barrio Cáceres. Tampoco lo convenció. Entonces hizo el último disparo de arcabuz y picó cerca del Lawn Tenis, lugar sombreado, con eucaliptos por todos lados, hermosas piletas de natación, sombrillas, chicas en bikini, canchas de tenis como su nombre lo indica, asadores, quinchos, dependencias (y Pintura y Kid Sungo, para quienes los conocieron).
¡Aquí es!, dijo.
Tenga en cuenta que en aquel tiempo todavía no había bosques ancestrales por estos pagos. Los primeros españoles vivieron muchos años detrás de los ancochis y las tuscas, en una planicie inmensa, poblada mayormente de cardos y jumiales inmensos verdeando saladillos atroces. De cuando en cuando, un bosquecito hacía sombrear los suris y daba algo de cobijo a las bumbunas, los hualos, las corzuelas. No llegaron los españoles a golpes de hacha y machete, abriéndose paso por el bosque de quebracho, sino a una desolación, cruzada solamente por un río traicionero. Ahí erigieron la ciudad y nació la asombrosa leyenda de un pueblo capaz de mostrar alegría en cualquier tiempo, en todo lugar y bajo cualquier circunstancia.
Con el tiempo, el río Dulce, al encrespar sus aguas cada verano, fue obligando a los sucesivos gobiernos a trasladarla de la orilla al centro, a la acequia Belgrano. En esta ciudad, al revés de otras, primero fueron los arrabales; el centro y su pobre circunstancia fueron siempre los extramuros internos trazados por la mesnada.
En el camino se perdió el acta de fundación de la ciudad, se encontró, se volvió a perder y finalmente fue hallada de nuevo. Al final no quedó más remedio que hacerlo montar su cojudo al general Belgrano, que desde entonces lo sofrena con violencia en el centro de la plaza Libertad, pusimos la Catedral sobre la calle 24 de Septiembre, el Barquito Bar al frente, al que todos los mediodías acuden los que tienen perdida la fe, el Centro Cultural del Bicentenario para envidia del mundo y la galería Lindow y New London completando la manzana por los cuatro costados. El resto del mundo se mueve a su alrededor.
En los bordes de la imaginación de Juan Núñez de Prado y Francisco de Aguirre, sostenidos por el siglo XXI, los santiagueños siguen siendo el pueblo originario de la Argentina más antiguo y señero de todos los que poblaron esta bendita tierra (casi nadie sabe qué quiere decir “señero”, ni yo, agrego la palabra porque queda bonita en un escrito como este, como que le da categoría, ¿ha visto?).
Conservamos el español que nos legaron los fundadores en el carácter y en las palabras, lo mezclamos con el idioma del inca, luego lo hicimos chacarera, bombo, patio, danza, guitarra, violín, arpa y lo lanzamos al mundo para darnos a conocer con un corazón sincopado, cajoneando en el pecho.
Tenemos un cielo azul desde el río Dulce hasta la oración cerrada, cuando el sol se pone en el cementerio de Las Cejas. Más allá, la terra incógnita, qué sabrá haber, no le voy a decir, nunca he ido, nadie conoce que hay más allá.
©Juan Manuel Aragón
Muy bueno. Como siempre. Carlos Zigalini
ResponderEliminarHermosa y original manera de contar la historia de la ciudad!
ResponderEliminarBuen resumen, que cuenta sobre la refundación de Santiago con matices costumbristas del Santiago de hoy. Amerita aclarar la razón por la cual Aguirre aparece en escena.
ResponderEliminarAguirre era un lugarteniente de Valdivia, quién comandaba la corriente colonizadora del Oeste (en Chile), mientras que la expedición de Núñez de Prado venía en misión desde la corriente colonizadora del Alto Perú.
Valdivia reclamaba que el territorio al Este de la cordillera pertenecía a la capitanía dr Chile por delegación de la corona, y mandó a Aguirre y unos soldados a tomar posesión de lo que Núñez fundara.
Para validar el asentamiento como perteneciente al control de Chile, corrió el caserío unas cuadras y lo fundó de nuevo....típico trucho español.
Las coordenadas de esa y de los tres asentamientos de El Barco se mencionan en el libro "Santiago del Estero: Orígenes de un agiogeotopónimo y de la ciudad que él mismo nombra" del historiador Dr. Vicente Oddo.
Esas coordenadas se pueden poner en Google maps y ubicar los sitios de las fundaciones.
Muy buena la nota, escrita con gracia y conocimiento. La fundación fue una sola, Barco en 1550. Las ciudades no se fundan más de una vez. Pueden trasladarse o repoblarse, pero no refundarse. De hecho, varias ciudades argentinas del siglo XVI fueron trasladadas, por ejemplo, San Miguel de Tucumán, Santa Fe y Córdoba.
ResponderEliminarBuenísimo el relato, jajajajaja, nada más certero!!!!
ResponderEliminar"Montó en Cólera, su caballo... " buenísimo...!! Genio!!
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