Firma de los contrayentes |
Si no se exige a los contrayentes ser fieles entre sí ni es dificultoso conseguir el divorcio, como institución legal ha dejado de tener una razón válida para seguir existiendo
Dentro de la actual lógica liberal individualista que impregna hasta los costados más lejanos de la civilización, es ilógico que siga existiendo la institución del matrimonio civil. ¿Por qué el Estado debe gastar tiempo y dinero en ser testigo de la voluntad de vivir juntos de dos particulares?, ¿por qué se mete?El matrimonio es la unión de hombre y mujer, concertada mediante ciertos ritos o formalidades legales, para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses, según la primera acepción del Diccionario de la lengua española de la Real Academia. ¿Qué importancia tiene para el Estado que un hombre y una mujer se unan para mantener una comunidad de vida?Si una ley decidiera cómo se deben celebrar los cumpleaños de la gente, la mayoría diría que se trata de una injusta intromisión del Estado en la vida privada. Por otra parte, el Estado ha decidido que ya no debe inmiscuirse en las causas por las que ambos cónyuges o uno solo, quiere divorciarse. Ya no le importa si es por incompatibilidad de caracteres, infidelidad de uno, de ambos, si el varón mantiene manceba dentro o fuera del hogar conyugal o la mujer se acostó con el vecino o el zapatero de la otra cuadra.De manera voluntaria, sin que mediara un pedido masivo de la población, el Estado vació de contenido una institución que, en sus fundamentos, venía funcionando desde antes del cristianismo. De hecho, antiguamente sólo se casaban los nobles, como forma de asegurar los derechos dinásticos de la prole. La gente común se unía nomás y tenía hijos.
En esta parte del mundo, digamos de Grecia para aquí, la Iglesia Católica lo convirtió en un sacramento y le dio el carácter de indisoluble, fijó sus límites, estableció derechos y deberes de ambas partes como requisitos sin los cuales no podía considerarse tal. El mundo estaba despoblado, las cosechas necesitaban brazos y era preciso conseguir quién se hiciera cargo de la gente en su edad provecta: bueno, ahí estaban los hijos para cumplir esa misión.
Pero la Tierra se sobrepobló, ahora hay 8.000 millones de personas, la mayor parte de las cosechas las levantan las máquinas y los viejos tienen sus jubilaciones o asilos construidos para ellos. El matrimonio, la familia, los hijos, han perdido su razón de ser, siempre hablando según la lógica liberal y burguesa que hoy funge como ideología de base en todo el mundo.
De hecho, mucha gente lo entiende así: hay parejas que se van a vivir juntas, conviven, tienen hijos, los educan y hasta envejecen juntos. Y aducen un grave motivo para no casarse: el día que uno de ellos o ambos decidan separarse, se separan y listo. Es decir, no tienen que pagar un abogado o dos ni deben firmar papeles ni —menos que menos— andar ventilando intimidades ante desconocidos. Puede haber disputas, sí, por la tenencia de los hijos, régimen de visitas y dietas y por la división de los bienes, como en toda sociedad comercial que se disuelve, pero el divorcio en sí, ya no es un drama homérico.
En los tiempos de antes, el matrimonio civil pudo haber fungido como un remedio para quienes no eran cristianos: el Estado les aseguraba el derecho a considerar legítimos a sus hijos, aunque fuera para la ley y los igualaba, de alguna forma, a los creyentes.
(Si uno de los fines del matrimonio era que el Estado se asegurase la identidad de la prole, ahora existe un examen de ácido desoxirribonucleico, que establece paternidades y parentescos, de manera mucho más segura y exacta que un papel firmado por los contrayentes, los testigos y el juez).
Pero al Estado ya no le importa si es la unión de un hombre y una mujer o entre dos mujeres y dos hombres entre sí, tampoco se mete con la fidelidad debida entre esposos ni quiere averiguar si el matrimonio se consumó, eufemismo usado en eras antiguas para indicar que remojaron el cochayuyo, para decirlo en términos que no ofendan a las damas presentes. Entonces viene a ser lo mismo que nada.
Así como el Estado no regula los bautismos las primeras comuniones, las misas de los cristianos o los bar mitzvá de los judíos, entre otros ritos de diferentes religiones, ¿por qué debe meterse a anotar los matrimonios?, ¿qué fin persigue con semejante intromisión en la vida privada de la gente? Si la gente que tiene una religión, cualquiera sea, quiere casarse de acuerdo a los términos de sus creencias, que lo haga.
Báh, digo. Pero capaz que usted tiene un mejor argumento en contra de este, si es así escríbalo abajo, con su nombre o anónimamente, que este sitio banca a todos.
©Juan Manuel Aragón
En el interior de santiago, un hombre se casó con una tontaca, al tiempo un amigo le dijo: chango que has hecho , xq te has casado con esa mujer ? y le respondio: pero no sabes vos Juan que lo mismo tiene y lo mismo da pa meter y sacar ?ja jaja . Anécdota del pago.
ResponderEliminarHay cuestiones legales de por medio. En caso de algún conflicto futuro, si han estado juntos pero no se han casado, habrá que andar buscando testigos y una serie de problemas judiciales.
ResponderEliminarcomo estan las cosas si se han casado también buscaran testigos y otros problemas judicales
EliminarAbril González
El Estado no obliga a casarse. En La Argentina, el que estableció el matrimonio civil fue Roca, con lo cual se convirtió en un diablo para la Iglesia. El Derecho Civil regula la vida privada de la gente. Viene del derecho Romano.Seria bueno leer " El origen de la familia la propiedad y el Estado " de Engels. Se lo puede leer en la computadora . Léanlo tranquilos, no van a ir al Infierno, a lo sumo necesitaran indulgencias plenarias.
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