Generación de cristal |
“Pero, ya se sabe, las modernas generaciones son de cristal, cualquier cosa los ofende, los lastima, los deja traumados, ¡pobres!, para toda la vida”
Entre los apodos que están a punto de desaparecer del léxico diario de los argentinos, figuran Negro, Ñato, Pato, Rubio, Tartancho, Narigón, Barriga, Jetón, Cabeza, Tuerto, Gringo, Patón, Ciego, Mudo y todo otro que haga referencia a una característica física o del habla, de la vista, la manera de caminar o la forma de la cabeza (a uno que tenía un hombro muy por encima del otro, le decían “Lacoste enderezado”, porque el cocodrilo miraba para arriba).No son hipocorísticos dichos con odio sino más bien para marcar una característica del otro, siempre si llegar al agravio. Mi hija desde niña siempre ha sido “la Negra”, lo mismo que una de mis hermanas, sin que se les cayera nada y nunca se sintieran ofendidas. En la campaña se suele hablar de las mujeres diciendo “las chinitas” y no se sabe de presentaciones judiciales para evitar un apodo que siempre es cariñoso.Es claro que, si a alguien no le gusta el apodo, hay que evitar decírselo y listo. Pero no se debe apelar a los derechos humanos, el Instituto contra la discriminación, la Organización de Estados Americanos o la Carta de las Naciones Unidas. ¡Vamos!, cosas peores a que te digan Rengo te van a pasar en la vida.Pero, ya se sabe, las modernas generaciones son de cristal, cualquier cosa los ofende, los lastima, los deja traumados, ¡pobres!, para toda la vida. Aman la victimización, adoran tener razón, son maestros consumados en exponer sus dramas como si fueran los de la humanidad toda.
Descubrieron, para peor, que quienes han sido abusados, golpeados, maltratados, a veces demoran años en reaccionar. Artistas, vedettes, prostitutas y prostitutos de diversa laya y pelaje denuncian veinte años después que su abuelito las tocaba, el padrino las pellizcaba o un tío las violaba. Casi siempre el culpable, digamos, está convenientemente muerto y, qué pena, ya no se puede iniciar una acción judicial en su contra, salvo ishpar sobre su tumba. El culpable tampoco se va a defender, pero es lo mismo, porque en el mundo moderno nadie le creerá.
Hay temas públicos que se instalan con tanta fuerza en los diarios, en las radios, en la televisión, que instantáneamente mucha gente adhiere a la postura contraria, es decir, no les cree, los niega, escupe con asco el rostro de los unánimes presentadores de los noticiarios hablando de “chicos y chicas”, “alumnos y alumnas”, “empleados y empleadas”, cuando no el estúpido “chiques”.
Pero no lo va a decir a viva voz porque el enojo de la generación de cristal es instantáneo y furibundo. Es rapidísima para pedir por sus derechos, pero jamás reclama cumplir con sus obligaciones, no tiene conciencia de que la vida es un ir y venir, no sabe que para recibir primero debe dar.
Está atrapada en cientos de tiquismiquis a los que quiere mostrar como sacrosantos derechos, pequeñas lastimaduras llevadas a la categoría de grandes epopeyas, a saber: salvemos a los perritos, mi cuerpo es mi cuerpo, inclusión sin restricciones, sustentable y sostenible, efecto invernadero y ciento y una más que usted y yo oímos con asco, estupefacción, repugnancia.
Pero les hablan del vecino que trabaja en la tienda en que compra sus pantalones, que cobra, con suerte, la mitad del salario que por ley le corresponde y no le parece una causa justa ni siquiera para mover el dedito, publicándolo en Facebook.
La generación de cristal quiere pelear por causas grandilocuentes y lejanas, las Líneas de Nazca, la ballena jorobada, los huerfanitos de la Guerra contra Ucrania, la recuperación del mamut de la Siberia, los migrantes trancados en la frontera norte de Méjico, los pueblos africanos sojuzgados.
Pero no les hablen del tío que trabaja de albañil en una obra, sin casco, con nulas medidas de seguridad, sin que los patrones les paguen una aseguradora de riesgos de trabajo, cobrando una miseria que apenas les alcanza para pagar la cuota de la moto y medio paquete de fideos, y no les parece una causa digna de levantar banderas.
©Juan Manuel Aragón
Descubrieron, para peor, que quienes han sido abusados, golpeados, maltratados, a veces demoran años en reaccionar. Artistas, vedettes, prostitutas y prostitutos de diversa laya y pelaje denuncian veinte años después que su abuelito las tocaba, el padrino las pellizcaba o un tío las violaba. Casi siempre el culpable, digamos, está convenientemente muerto y, qué pena, ya no se puede iniciar una acción judicial en su contra, salvo ishpar sobre su tumba. El culpable tampoco se va a defender, pero es lo mismo, porque en el mundo moderno nadie le creerá.
Hay temas públicos que se instalan con tanta fuerza en los diarios, en las radios, en la televisión, que instantáneamente mucha gente adhiere a la postura contraria, es decir, no les cree, los niega, escupe con asco el rostro de los unánimes presentadores de los noticiarios hablando de “chicos y chicas”, “alumnos y alumnas”, “empleados y empleadas”, cuando no el estúpido “chiques”.
Pero no lo va a decir a viva voz porque el enojo de la generación de cristal es instantáneo y furibundo. Es rapidísima para pedir por sus derechos, pero jamás reclama cumplir con sus obligaciones, no tiene conciencia de que la vida es un ir y venir, no sabe que para recibir primero debe dar.
Está atrapada en cientos de tiquismiquis a los que quiere mostrar como sacrosantos derechos, pequeñas lastimaduras llevadas a la categoría de grandes epopeyas, a saber: salvemos a los perritos, mi cuerpo es mi cuerpo, inclusión sin restricciones, sustentable y sostenible, efecto invernadero y ciento y una más que usted y yo oímos con asco, estupefacción, repugnancia.
Pero les hablan del vecino que trabaja en la tienda en que compra sus pantalones, que cobra, con suerte, la mitad del salario que por ley le corresponde y no le parece una causa justa ni siquiera para mover el dedito, publicándolo en Facebook.
La generación de cristal quiere pelear por causas grandilocuentes y lejanas, las Líneas de Nazca, la ballena jorobada, los huerfanitos de la Guerra contra Ucrania, la recuperación del mamut de la Siberia, los migrantes trancados en la frontera norte de Méjico, los pueblos africanos sojuzgados.
Pero no les hablen del tío que trabaja de albañil en una obra, sin casco, con nulas medidas de seguridad, sin que los patrones les paguen una aseguradora de riesgos de trabajo, cobrando una miseria que apenas les alcanza para pagar la cuota de la moto y medio paquete de fideos, y no les parece una causa digna de levantar banderas.
©Juan Manuel Aragón
Muy bueno el artículo 👍 amigo
ResponderEliminarNunca me gusto mando porque mi hermano no sabía decir maría aurora!!!
Jaja
Arq Maria lopez
Si pones en face mis amigas de bsas no saben quechua
ResponderEliminarCuanta razón Juan. En mi pago a uno le decían Berto la Burra_ tenía de novia a su parda escuelera. Al principio se hizo el molesto y al final terminó gustoso. Hoy está viviendo en Nueva Francia y muy chocho acepta su apelativo. Y que hay ? si es dueño y a nadie le causa problemas . ALBRICIA También lee tus escrituras xq yo les paso a diario ja ja ja espero que esto le guste. Tenia un problema : nunca me quizo prestar su novia para que yo debute.
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