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Venus, Anquises y los celulares

A modo de ilustración

Del fondo de un viejo archivo hoy se rescata esta nota cuyo autor firma a continuación, es del amigo Luis Gabriel, la ignorada pluma más valiosa de Santiago del Estero


Por Luis Gabriel Barrionuevo, "Johnny"
Trato de salir de mi asombro envidioso al mirar en la página de policiales a una joven mujer retratada, en sensual parada, casi ataviada de policía, una especie de estereotipo de lupanar caro. Se me disculpará -en especial la dama- este trato, pero así, con su camisa de calle gris, tanga negra, palo, revólver reglamentario y en ademanes de decir por ejemplo "pa que te quiero mi negro", la niña es, o era hasta la noticia, integrante de las filas de la policía santafesina. ¿Las fotos?, las tomo ella misma para despertar la lujuria de cierto joven que lejos de guardar para sí este secreto se lo contó primero a sus allegados, ellos a los superiores de la señorita en cuestión y ellos al periodismo. Bueno aquí continúa una insospechada visión de estos hechos.
Anquises era un sujeto tan bello que Venus misma, la Diosa del Amor, la comparada con la Aurora, fue encontrada corneando con Ares a su amado Hefesto. Venus se enamoró perdidamente de Anquises y lo amó primero en secreto, luego se le presentó, pongámosle en el súper, el llevola a su cotorro y allí amáronse como unos locos. Ella, enamorada, le concedió el don de la inmortalidad y lo despidió con la condición de que no contara a nadie lo sucedido, pero Anquises, que era bello y también buchón, puso al descubierto estos amores a quienes se lo preguntaran.
Dejemos la mitología por ahora.
En el desglose, entra primero la avanzada técnica del celular con cámara fotográfica. Hace solo diez años en nuestra ciudad sin ir mas lejos, mucha gente se dejo en el ropero fotos de alto voltaje porque, "en el laboratorio alguien las va a ver". Otra, esta bien no me importa que las vean pero, ¿quién las retira? En este caso se ve de lleno como desinhibe el hecho de que pensemos, "total están en el celu", "de última las puedo borrar", pero allí esta el riesgo, y ¿si perdemos el teléfono?, si nos lo roban, el plato que se haría el chorro, o si la mandamos a quien es un Anquises en potencia.
Y entra aquí el hecho de que, de pequeño, al varón se le enseñe a cuidar para sí esas cosechas que con la mente apariencia, dinero, intrepidez o inteligencia sepa conseguir de la mujer. No debe traicionar esta entrega. Por otro lado en el comportamiento de esta joven funcionaria policial, existe el mensaje: "Ves, yo soy la autoridad pero mirá con que desmesura uso mi uniforme para agradarte", lo que da por hecho de que usando su uniforme como disfraz de lupanar caro, disculpen las damas este improperio, el efecto es el del fuego en la paja, en la mente de cualquier hombre en edad de torear.
Suponemos que daba por existente en el destinatario de esta foto-carta de amor-ofrecimiento, iban a caer en manos de un muchacho amigo del silencio y el Amor. En el análisis no debe estar de más el actuar del joven, que -diría yo- se comportó como el argentino medio que observé desde niño, en la esquina de casa sin ir mas lejos, entre relatos los extensos relatos de las lides amorosas de todos mis amigos o de casi todos. Dime con quien andas y te diré quién eres, dirán, pero a riesgo de caer en la volteada afirmo que alguna vez me fui de boca, ahora que lo recuerdo para desgracia mía, aunque aquella vez no se transformó en noticia nacional.
Retomemos el rumbo mitológico de este mamotreto: Venus le concedió inmortalidad, pero no eterna juventud, por ello Anquises envejeció tanto que ser transformó en un animalito que con su arrullo tantas veces nos aturde en Santiago. Allí, agazapado entre las ramas Anquises sigue contando su historia, aunque su cuerpo, a fuer de envejecer, intenta con su monótono aturdir, dejar atrás aquella vieja noche en que en brazos del amor vivió la historia que lo tiene cantando entre el ramaje y aunque inaudible esa es la noche que más canta. Por culpa de un infidente nos vinimos a enterar de una chica traicionada y de la verdadera historia del coyuyo.
©Ramírez de Velasco y el autor

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