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¿CUENTO? El dueño del corralón y el otro

Cortada de ladrillos

“A la semana, calculando no llegar ni temprano ni tarde sino justo a la hora, el otro entra a la empresa y pregunta por el patrón”


El tiempo no corre igual para el dueño del gran corralón que para el otro, el que le pide trabajo. Si le dice: “Ahora no tengo para ofrecerte, pero date una vuelta de aquí a una semana”, sabe que no tiene asegurado nada, no le han hecho una promesa, pero el hecho de llamarlo para que vaya en siete días implica que algo podría haber para entonces. Le nace una ilusión y cuando regresa a la casa le comenta a la mujer: “No me ha asegurado nada, pero quiere que vuelva el otro martes”. Ella se alegra en una oración: “Dios quiera”. Con una mano en el pecho.
El dueño del corralón quizás lo dice porque vio los ojos suplicantes del otro y no quiere quitarle las esperanzas. Por otra parte, en una semana algún empleado podría renunciar ya sea porque consiguió otro trabajo, ganó la lotería, se murió o lo halló robando. Pero es algo que podría ocurrir en diez días también, en un mes o el año que viene.
Para el otro, en cambio, una semana son siete días exactos en los que se hace ilusiones, calcula las ventajas de trabajar en esa empresa, tal vez piensa en que no lo van a tomar como peón raso, sino que le ofrecerán un puesto jerárquico, algo más importante, porque es alguien que sabe, no un aprendiz cualquiera. Ha presentado un currículum impecable, sin exagerar nada y sin usar la palabra mágica: “proactivo”, que todos agregan, pero ni él ni nadie sabe qué significa exactamente.
Cuando pregunta a qué hora le quedaba más cómodo al dueño del corralón, le responde: “Venite a la tardecita”. Ese día desde la mañana anda calculando a qué hora es la tardecita, ¿las siete de la tarde, las 7 y media?, ¿cuando el sol se ha escondido?, ¿al comenzar a oscurecer? No quiere llegar en plena siesta y dar la impresión de estar desesperado ni a la noche y quedar como alguien a quien no le importa conseguir el empleo.
Durante esos siete días el dueño del corralón necesita tomar un empleado, pero no tiene en cuenta el currículum del otro, y recurre a alguno de sus subrdinados para decirle: “¿Che, ¿no tienes a algún amigo o pariente sin trabajo que quiera reemplazar a Alberto que ha renunciado?” Le responden que sí, entonces pide: “Decile que venga mañana”. No lo hace porque es perverso, sino porque la vez pasada, apenas el otro se dio vuelta para irse, lo olvidó del todo.
A la semana, calculando no llegar ni temprano ni tarde sino justo a la hora, el otro entra a la empresa y pregunta por el patrón. Al verlo, recién se acuerda. El dueño del corralón tiene tanto poder que ni siquiera se molesta en mentir. “Ayer necesité a alguien porque renunció un empleado, vino uno y lo tomé; pero no te preocupes porque en cualquier momento aparece algo”, le explica. Esta vez le anota el número de teléfono para llamarlo. “Venite en una semana y conversamos”, agrega.
El otro sigue buscando trabajo, como corresponde. Pero ante la negativa rotunda en todas partes, anda con el ojo puesto en la cita en el corralón. Ruega que alguien le diga: “Presentate mañana” o “quedate y tomá el puesto aquel”, porque lo hará sin dudar, pero nadie le da ni siquiera la mínima posibilidad de demostrar su buena disposición.
La semana se cumple y vuelve al lugar aquel. La secretaria esta vez lo tranca avisándole: ”El patrón está en una reunión, me ha dejado dicho que si se desocupa lo va a atender”. Anuncia: ”Lo voy a esperar”, total, tiene todo el tiempo del mundo. Mientras aguaita, observa cómo entra y sale la gente que va a verlo al patrón mientras se aferra a la esperanza de que sea cierto que está en una reunión.
Como a las 10 de la noche, después de que la mayoría de los empleados se ha ido a la casa, la secretaria entra un instante a la oficina del patrón y al salir le informa: “Dice que venga en dos o tres semanas, porque puede haber novedades”. Al hombre se le caen los hombros un instante, pero se recompone y se marcha.
Sabe que ha perdido, por alguna extraña razón no lo quieren en aquel lugar, no lo necesitan o le han visto cara de vago, de inútil, de mal entretenido o de algo. Se dice a sí mismo que de vez en cuando, si anda cerca se dará una vuelta para ver si hay trabajo, por las dudas. Como al año pasa por el corralón, halla al patrón y conversan como viejos amigos, entonces se enterará de que las cosas no van bien en el negocio, la situación está difícil, se quejará del precio del dólar, el gobierno, los insumos, los proveedores, la mar en coche.
Desde un costado del escritorio, una foto del verano pasado del dueño del corralón con toda su familia de vacaciones en Miami, desmentirá palabra por palabra lo que está diciendo. Pero al otro no le importará, ha puesto una cortada de ladrillos con el cuñado, en un campito cercano y, si bien no es millonario, gana lo suficiente como para no quejarse y seguir tirando.
Ahora que están distendidos el patrón le pregunta si no tiene a alguien para recomendarle, se le murió un empleado. Le dice: “Dejemeló por mi cuenta, en la semana le mando un amigo”. Le avisará al gordo Sopa, un conocido, vago y malandra que le hará robos hormiga.
Anda necesitando una pala de puntear. Ya se ha fijado, no hay cámaras de seguridad.
Que se cague.
©Juan Manuel Aragón

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