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Sombra de la bicicleta |
Este cuento se publicó por primera vez en el libro “Platita”
Juancho va en bicicleta. Chaveta floja. Asiento viejo. Gorra ladeada. Estampa santiagueña. Aindiados cabellos, duros y negros. Juancho. Juancho. Color sol. Caliente sol. Y silba que te silba por el angosto callejón de la Avellaneda. Embotellamiento y sábado. Fiaca sabatina. Peinado al medio. Flechas nuevas. Sueldo nuevo. Sabor a fiesta.
Juancho Vieyra, municipal y ordenanza. Soltero y tristón. Más que eso, tristero y solterón. Curtido. Curtido por el sol, los madrugones de lunes, el mate como plato fuerte a veces, las mujeres y el barrio. El 8 de Abril, por supuesto.
Ese ciclista es todo sol, siesta, río, gorrión, Santiago... nada. Es uno más del montón de peloduros con la piel cansada de sudar. Santiagueños. Santiagueño. Uno más. Uno igual. Uno solo.
Los sábados de Juancho están llenos de luz. Desde el vino con los changos los viernes a la noche en doña Isa. Hasta el despertador mudo del sábado a la mañana. Desde la noche con picada, mesa de madera, foco solitario, chistes recontados y vino en damajuana, hasta el frío mañanero para esa mujer que hoy tiene que ver pero que no llega.
¡La mujer sueño de Juan! Pobre Juancho. Que supo tener viviendo con él a una chica. Así nomás. Sin libreta. Ni papeles. Ni macanas. Buena cocinera, buena lavandera, buena pero buena en serio. El primer año le regaló besos, al siguiente un hijo, al otro ya se le comenzó a retobar y después se le fue a Buenos Aires con hijo y todo. ¡Ay el dolor de Juancho! ¡Ay qué lindo era el Juancito! Negrito y peloduro igual que él. Un día cualquiera de hace dos años (¿dos o tres?), se le fue la Gladys. Llevaba en la valija toda su ropa, en una chatita los muebles, al volante iba la nueva adquisición y en el regazo -falda, nacimiento- a un sol con cara de indiecito trigueño. Un futuro lustrín en Buenos Aires. Que es el principio y el fin de la esperanza de los santiagueños. Más fin que principio. Fin acementado y cruel. Muerte. Tumba. Libertad entre latones de villas miserias con olor a podrido.
¡Vamos Juancho! Después de levantarse, el mate. Amargo sabor caliente, hermano mate, ayuda memoria, filósofo, mano tendida, porongo tibio. Luego viene lavar la ropa, miseria propia del soltero. Soltero pero prolijo ¿ah? Afeitado con patillas, baño y... sábado. Sábado libre. Sol caliente de las diez. Sol tentador de ganas de salir a pedalear mañana. ¿Adónde va el pedaleo? ¿Adónde el manubrio? Avellaneda e Independencia, por supuesto. Esquina clave del que no tiene nada que hacer o del que ha dejado lo que tenía para ir a no hacer nada. Allá van las más lindas mujeres de Santiago, los tramposos, los grandes abogados, jueces, médicos, lustrines, empleados, vagos, mendigos, los futbolistas, los acabados, los tomadores, los músicos y... Juancho. Uno más. Individual. Colectivo. Igual y solo. Ex albañil, ex lustrín. Soltero y fiero. Típico del 8 de Abril. Ese barrio con olor a río, a campo todavía, a sábalo y a bagre, a ropa tendida y guisos de fideo.
Ahí anda Juancho, en pleno centro de Santiago. Corazón de la ciudad, miradas furtivas, saludos amigos. Conversa con una chinita ladina que el sábado pasado le había prometido ir al baile y no fue porque se quedó a cuidar los changuitos de la patrona. ¡Con las ganas que tenía de verla! Juan no quiere entender de razones... a pesar de que se salió del baile con una teñida que se ha quedado todo el domingo pasado escondida en su casa.
Pero esta es mejor. Mucho mejor. Es del campo. Morocha con nalgas rellenas, ojos tristes y manos tiernas. Casi, casi, casi el ideal, un sueño, morocha y fuerte. María se llama. Mari, Mari es mejor. Pero falta algún tiempo para que le diga Mari, calcula. Mari más adelante. Como una promesa que se ha hecho para decirle cuando la quiera.
El sábado mañanero va pasando manso. Tan manso que ya se ha acabado. Y a pedaleo lento vuelve a su casa. Tiene un guiso preparado desde ayer al mediodía. Ya se ha hecho práctico para calcular que el guiso le dure hasta el otro día. Hoy arroz, mañana puchero, ayer fideos, después milanesas. Juancho es un príncipe, vive tan bien como un verdadero príncipe. A pesar de que su Santiago es tan chato, tan llano y tan ignorantemente desesperanzado.
Siesta. Cancha de fútbol. Solteros contra casados. Juancho porfía en el equipo de solteros a pesar de su treintena. Ágil wing derecho. Con sus zapatillas Flechas viejas y las corridas desatadas por una pelota seguida de veintidós caballos sueltos a puro galope. Sudor y goles. Después porrón. Sentados a la orilla del boliche de doña Isa discuten las jugadas del partido y planean las de la noche.
Noche luna fresca movimiento. Pantalones, polleras y camisas planchadas se movilizan hacia el baile, se deslizan en moto, corren a pie, sudan en bici, se apiñan en ómnibus, cancherean en auto, se amontonan en chatitas y camiones. ¡Al baile! Tristeza festiva, contagiosa fiesta. Coloridos peinados revolotean en la puerta de entrada. Y corre en el aire un olor a desodorante, a perfume y a jabón de tocador. Alegría en todos los brazos que se mueven desenfadados, dueños del mundo, dueños de Santiago.
La Mari ha ido. Han bailado juntitos. La Mari también lo besa. Y Juancho está contento porque tal vez ya no sueñe más. Sueños de pobre chango. Chango cerdudo y trabajador. Muncipal para más datos. Ex lustrín del mercado. Con una casa levantada con sudor y algunos amigos, changos del barrio también. Morenos y fuertes, fieles como perros.
¡Juancho! Pedalea el hombre el lunes con el madrugón encima. Juancho va a la Libertad (un decir, la Libertad aquí es solamente una calle, la de la municipalidad), al trabajo, a la rutina soleada, chata, gris, hermosa como tristeza de Santiago.
Pero la pena de ser un pobre Juancho santiagueño. La pena de saberse uno solo entre los miles. La pena vieja de ser un simple ordenanza municipal. Esa pena engrillada en su corazón, arraigada y firme; esa pena, esa tristeza, hoy lunes está suavizada, la Mari está durmiendo tranquila en el 8 de Abril. En la casa de Juancho.
Y en una de esas se queda para siempre.
©Juan Manuel Aragón
Juancho Vieyra, municipal y ordenanza. Soltero y tristón. Más que eso, tristero y solterón. Curtido. Curtido por el sol, los madrugones de lunes, el mate como plato fuerte a veces, las mujeres y el barrio. El 8 de Abril, por supuesto.
Ese ciclista es todo sol, siesta, río, gorrión, Santiago... nada. Es uno más del montón de peloduros con la piel cansada de sudar. Santiagueños. Santiagueño. Uno más. Uno igual. Uno solo.
Los sábados de Juancho están llenos de luz. Desde el vino con los changos los viernes a la noche en doña Isa. Hasta el despertador mudo del sábado a la mañana. Desde la noche con picada, mesa de madera, foco solitario, chistes recontados y vino en damajuana, hasta el frío mañanero para esa mujer que hoy tiene que ver pero que no llega.
¡La mujer sueño de Juan! Pobre Juancho. Que supo tener viviendo con él a una chica. Así nomás. Sin libreta. Ni papeles. Ni macanas. Buena cocinera, buena lavandera, buena pero buena en serio. El primer año le regaló besos, al siguiente un hijo, al otro ya se le comenzó a retobar y después se le fue a Buenos Aires con hijo y todo. ¡Ay el dolor de Juancho! ¡Ay qué lindo era el Juancito! Negrito y peloduro igual que él. Un día cualquiera de hace dos años (¿dos o tres?), se le fue la Gladys. Llevaba en la valija toda su ropa, en una chatita los muebles, al volante iba la nueva adquisición y en el regazo -falda, nacimiento- a un sol con cara de indiecito trigueño. Un futuro lustrín en Buenos Aires. Que es el principio y el fin de la esperanza de los santiagueños. Más fin que principio. Fin acementado y cruel. Muerte. Tumba. Libertad entre latones de villas miserias con olor a podrido.
¡Vamos Juancho! Después de levantarse, el mate. Amargo sabor caliente, hermano mate, ayuda memoria, filósofo, mano tendida, porongo tibio. Luego viene lavar la ropa, miseria propia del soltero. Soltero pero prolijo ¿ah? Afeitado con patillas, baño y... sábado. Sábado libre. Sol caliente de las diez. Sol tentador de ganas de salir a pedalear mañana. ¿Adónde va el pedaleo? ¿Adónde el manubrio? Avellaneda e Independencia, por supuesto. Esquina clave del que no tiene nada que hacer o del que ha dejado lo que tenía para ir a no hacer nada. Allá van las más lindas mujeres de Santiago, los tramposos, los grandes abogados, jueces, médicos, lustrines, empleados, vagos, mendigos, los futbolistas, los acabados, los tomadores, los músicos y... Juancho. Uno más. Individual. Colectivo. Igual y solo. Ex albañil, ex lustrín. Soltero y fiero. Típico del 8 de Abril. Ese barrio con olor a río, a campo todavía, a sábalo y a bagre, a ropa tendida y guisos de fideo.
Ahí anda Juancho, en pleno centro de Santiago. Corazón de la ciudad, miradas furtivas, saludos amigos. Conversa con una chinita ladina que el sábado pasado le había prometido ir al baile y no fue porque se quedó a cuidar los changuitos de la patrona. ¡Con las ganas que tenía de verla! Juan no quiere entender de razones... a pesar de que se salió del baile con una teñida que se ha quedado todo el domingo pasado escondida en su casa.
Pero esta es mejor. Mucho mejor. Es del campo. Morocha con nalgas rellenas, ojos tristes y manos tiernas. Casi, casi, casi el ideal, un sueño, morocha y fuerte. María se llama. Mari, Mari es mejor. Pero falta algún tiempo para que le diga Mari, calcula. Mari más adelante. Como una promesa que se ha hecho para decirle cuando la quiera.
El sábado mañanero va pasando manso. Tan manso que ya se ha acabado. Y a pedaleo lento vuelve a su casa. Tiene un guiso preparado desde ayer al mediodía. Ya se ha hecho práctico para calcular que el guiso le dure hasta el otro día. Hoy arroz, mañana puchero, ayer fideos, después milanesas. Juancho es un príncipe, vive tan bien como un verdadero príncipe. A pesar de que su Santiago es tan chato, tan llano y tan ignorantemente desesperanzado.
Siesta. Cancha de fútbol. Solteros contra casados. Juancho porfía en el equipo de solteros a pesar de su treintena. Ágil wing derecho. Con sus zapatillas Flechas viejas y las corridas desatadas por una pelota seguida de veintidós caballos sueltos a puro galope. Sudor y goles. Después porrón. Sentados a la orilla del boliche de doña Isa discuten las jugadas del partido y planean las de la noche.
Noche luna fresca movimiento. Pantalones, polleras y camisas planchadas se movilizan hacia el baile, se deslizan en moto, corren a pie, sudan en bici, se apiñan en ómnibus, cancherean en auto, se amontonan en chatitas y camiones. ¡Al baile! Tristeza festiva, contagiosa fiesta. Coloridos peinados revolotean en la puerta de entrada. Y corre en el aire un olor a desodorante, a perfume y a jabón de tocador. Alegría en todos los brazos que se mueven desenfadados, dueños del mundo, dueños de Santiago.
La Mari ha ido. Han bailado juntitos. La Mari también lo besa. Y Juancho está contento porque tal vez ya no sueñe más. Sueños de pobre chango. Chango cerdudo y trabajador. Muncipal para más datos. Ex lustrín del mercado. Con una casa levantada con sudor y algunos amigos, changos del barrio también. Morenos y fuertes, fieles como perros.
¡Juancho! Pedalea el hombre el lunes con el madrugón encima. Juancho va a la Libertad (un decir, la Libertad aquí es solamente una calle, la de la municipalidad), al trabajo, a la rutina soleada, chata, gris, hermosa como tristeza de Santiago.
Pero la pena de ser un pobre Juancho santiagueño. La pena de saberse uno solo entre los miles. La pena vieja de ser un simple ordenanza municipal. Esa pena engrillada en su corazón, arraigada y firme; esa pena, esa tristeza, hoy lunes está suavizada, la Mari está durmiendo tranquila en el 8 de Abril. En la casa de Juancho.
Y en una de esas se queda para siempre.
©Juan Manuel Aragón
Muy bueno Juan Manuel! Conozco varios Juanchos parecidos al de tu cuento
ResponderEliminarBueno y melancólico. Lindo para leer.
ResponderEliminarEs bueno, bueno.
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