Brigitte Bardot |
“Como no soy un fanático al estilo clásico, no junté todos los datos de su biografía, sino solamente informaciones aisladas que llegaban en diarios y revistas”
El primigenio amor ocurrió en un viaje que hicimos a Santiago con mi abuelo: tal vez para que me dejara de molestar, el tío Ñato Hernández, que vivía en la Roca, donde ahora están haciendo un edificio alto, me dio unos números de la revista Life en español y con ellos me entretuve gran parte del tiempo que estuvimos aquí.Cuando nos íbamos de vuelta, quise devolver las revistas al tío Ñato, pero no las agarró, dijo que me las regalaba. En una, dedicada a Francia, había dos o tres páginas con fotos grandes de la Brigitte Bardot, la más hermosa de todas las mujeres que hubo, hay y haberá jamás en este mundo y en varios siglos a la redonda.Luego, más grandecito, fui a ver tres o cuatro de sus películas, todas prohibidas para menores de 18 años, en el Renzi. Nos dejaban pasar a los que todavía no habíamos llegado a esa edad, de otra manera los dueños del cine se hubieran fundido antes.Habrían sido una completa desilusión si no fuera porque estaba ella: de vez en cuando miraba para este lado de la pantalla y ahí estaba yo, adorándola desde la segunda fila. Oiga, eran un embole esas cintas, morosas, con dramas psicológicos incongruentes que no se creían ni el director. Lo único bueno era ella.
Como no soy un fanático al estilo clásico, no junté todos los datos de su biografía, sino solamente informaciones aisladas que llegaban en diarios y revistas, como que tuvo cuatro maridos y se retiró joven del cine para dedicarse a criar perritos y defender focas, petreles y narvales del Ártico, esas cosas. Pero para ese tiempo ya era otra, había dejado atrás su loca juventud y la madurez la topaba con el ecologismo, esa huevada que viene arruinando la vida de mucha gente con pensamientos malsanos.
Cuando andaba en la secundaria, aparecieron fotos en que se la veía desnuda, tomando sol no me acuerdo dónde, pero como a todas les habían puesto una tira negra en las partes, dejé de hojearla, para qué, me dije. Además, ya estaba vieja, tenía más de 40 años y se estaba arrugando como pasa de uva.
De chico me imaginaba un encuentro, un espejismo quimérico, un sueño, sobre todo porque no hablo más francés que “alonsafán de la patríe” y no sé si ella sabe algo de español. Pero de alguna manera nos arreglaríamos para tener una relación tórrida, intensa, y breve, porque no era cuestión de andar faltando a la escuela, ¿no?, por más que la excusa fuera Brigitte Bardot.
En la foto de la revista del tío Ñato, debía andar por los treinta, pongalé treintaicinco años, quizás menos, no importa. Estaba sentada en una reposera, con algo amarillo sobre el cuerpo, la pierna al aire, larga y gloriosamente desnuda. Y me miraba, seria y sensual. Ayer estuve gugleando un buen rato hasta que volví a encontrar la imagen, que usé para ilustrar esta nota; cuando la hallé sentí algo parecido a esa primera vez, pero menos.
¡Ay!, cuánto daría por volver a ese tiempo, toparla por la calle Tucumán, en Santiago y que me pida acompañarla al Palace, donde se estaría alojando, sola su alma, hermosa y sensual, como en la filmación de “Y Dios creó a la mujer”. En el medio de una tórrida —intensa y lujuriosa— noche de amor desenfrenado, le hablaría de cosas del colegio, del barrio, anécdotas de los amigos, ella me narraría su vida en Francia y me contaría de sus maridos, sólo para matarme de los celos.
Quizás hasta le contaría de esa revista en que la vi por primera vez para enamorarme tan perdidamente que ninguna otra la iba reemplazar en mi corazón adolescente. Y ella se reiría a las carcajadas iluminando la noche santiagueña.
A la mañana, tempranito, iríamos a desayunar a la Ideal, ella huevos revueltos con jamón crudo y champán, para mí mate cocido con tortilla. En la puerta del colegio nos despediríamos con un apasionado beso, mientras el hermano Tomás nos miraría enojado, parado en la puerta, con su sotana negra.
Ese día había prueba escrita con la Gorda de Anelli y no me sabía los símbolos y valencias de los metales y no metales.
El helado se había hecho agua. Pero qué importaba la vida.
©Juan Manuel Aragón
Nota Interesante
ResponderEliminarBuenísimo. Me ha gustado. Creo que muchos hemos tenido nuestra "Brigitte" de la adolescencia.
ResponderEliminarMe gustó, sí. Bien el Aragón
ResponderEliminarGenialllll,Brigite Bardot,divina,mala artista,películas jaja,me imagino el momento entrando al colegio y el hermano Tomas,te pasaste,de lo mejor
ResponderEliminar... Diso te va prefunta
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