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CUENTO Mujer recatada

Para todos los gustos

Una extraña y casi inofensiva manía, puede provocar la huida de un hombre, como se narra a continuación


No se sacaba los zapatos jamás. Cualquier cosa hacía por mí, menos sacarse los zapatos. Cuando le preguntaba por qué, me decía con tono de bolero: “Dejá que tenga un resto de pudor, de recato para mí sola, lo demás te lo he dado todo”. Así pasamos varios inviernos, yo amándola con desesperación, ella creo que también, sólo que no se sacaba los zapatos ni cuando suspiraba nuestro encendido entre las sábanas.
Los conocidos quizás decían: “Mirá que linda pareja que hacen”. Para su familia y la mía, habíamos alcanzado en brazos del otro “la cumbre del remanso”, según dijo una tía suya en un oxímoron destemplado y quizás feliz.
Lo que había comenzado como un capricho suyo, como una ocurrencia o un pequeño capricho, ya era obsesión. En todo estaba de acuerdo conmigo. Si quería ir al cine sólo tenía que decírselo, cuando la invitaba a la pizzería iba con gusto, caminar a mi lado le encantaba, mis temas de conversación le fascinaban, corría presurosa a abrazarme si dejaba de verme por unas horas y cuando me miraba, el rostro se le iluminaba. Sin razones, sin un por qué, sólo porfiaba en no sacarse los zapatos.
Báh, sí se los sacaba a escondidas, como cuando salía de mañana, a hacer compras en la verdulería, el almacén, algunas veces se calzaba sandalias y para un casamiento se animó a los tacos altos. Pero nunca supe cuándo se los cambiaba.
Invierno, verano, año redondo, fiestas de guardar incluidas, a todo se avenía, salvo ese pequeño, mínimo detalle. Tenía unas marcas en los pies de los que no se sacan jamás el calzado. Supongo porque a nadie más se las había visto, así que n tenía con quién compararlas.
Una vez la quise espiar mientras se bañaba: dejó sus prendas en una sillita, aflojó el grifo del agua, antes de entrar a la bañera se percató de que yo estaba mirándola, me sacó a los empujones y trancó con llave la puerta. Fue la única vez que la vi enojada.
De noche cuando estaba profundamente dormida, en ocasiones perdía una sandalia que quedaba boyando en la cama, al despertarse la buscaba, se la ponía y luego observaba si yo la había visto descalza, con el mismo rostro que habría puesto una dulce doncella del Medioevo al ser sorprendida desnuda bañándose en un arroyo.
Un buen día me empezó a fastidiar la situación, luego me cansaron sus remilgos y todo lo que antes me parecía hermoso en ella, ahora me molestaba profundamente, empezando por lo que antes me había parecido adorable.
Y otro día de unos meses después, dejamos.
Me costó acostumbrarme a la soledad, pero luego hallé otra mujer a la que no le molestaba andar descalza por la casa: me quedaba horas mirándole los pies, pero nunca le dije por qué, para no despertar celos retrospectivos. Además, me avergonzaba haber aguantado tanto tiempo a una mujer con un antojo tan fuera de lugar.
Hace unos días nos topamos en el centro de la ciudad, iba apurado a hacer unos trámites y ella venía de frente, con el mismo rostro de mujer buena, dulce y complaciente de antes. Traía a un hombre del brazo, quizás un nuevo amor, no sé. Nos detuvimos a conversar un momento, me presentó a su amigo, nos dijimos dos o tres palabras de compromiso y chau, chau, adiós. Cuando se iba, me di vuelta y observé que seguía teniendo esas extrañas marcas en los pies.
No va a creer, tentado estuve de recordar con nostalgia aquellos tiempos, cuando me vinieron a la mente la inmundicia de las sábanas todos los días al despertarnos, la ridiculez de su figura paseando por la habitación, vestida sólo con un corpiño, medias y zapatillas medio básquet y ese tufo que tardó mucho tiempo en marcharse de casa.
Y se me pasó.
©Juan Manuel Aragón
A 27 de octubre del 2023, en Tarapaya. Enhebrando la aguja

Comentarios

  1. Un corte abrupto al final a lo Horacio Quiroga en el cuento "A la Deriva"un recurso utilizado por los escritores para dar pie al lector a sorprenderse y hacer jugar su imaginación.
    Y yo me preguntó ¿Cómo aguantó tanto?

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