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POLÍTICA Los años gloriosos

Raúl Alfonsín habla ante la Asamblea Legislativa

Cómo era la discusión sobre la cosa pública cuando en las calles se debatía sanamente sobre las ideas de cada uno


Cuando volvió la democracia, esos primeros años, del 83 al 90, fueron los más gloriosos de la política nacional. Discutían en todos los foros, en la calle, en los cafés, en las universidades, en la televisión, en la radio, peronistas y radicales de los más variados pensamientos. Había cientos de matices entre lo que pensaba un radical y otro radical, incluso de la misma línea interna, lo mismo entre los peronistas. Y como siempre, en la izquierda y en la derecha, a pesar de ser minoritarios, tenían una extensión de doctrinas, sistemas y próceres, como para hacer dulce, y cada militante de cada uno de ellos era un partido distinto.
Había cientos de pensamientos en el peronismo, pero como vienen de un partido fundado por un militar, eran un poco más disciplinados, los radicales en cambio solían ser más bochincheros. Cada uno sabía por qué era peronista o radical, no eran adscripciones por herencia o, en todo caso, después de decir: “En mi familia eran todos radicales”, había que justificarlo.
Hubo en ese tiempo cientos de debates entre adherentes a unos y otros, como que desde muchachos se iban forjando para lo que después sería su propia vida política y en la confrontación de ideas afirmaban las suyas, les iban agregando florcitas o las torcían un poco al darse cuenta de que no eran tan buenas.
Florecían entre los compañeros y los correligionarios los líderes intermedios quienes, si tenían suerte, algún día serían concejales, diputados, tal vez algo más, cada uno tenía sus seguidores, su hinchada, que a veces les copiaba hasta las maneras de hablar, de vestirse, de peinarse.
Cuando los viejos contaban sus historias, los jóvenes se callaban y aprendían de sus viejas luchas, de sus frustraciones, de sus éxitos y fracasos, de su experiencia.
Los viejos sabían quiénes habían sido Perón, Frondizi, Guido, Illia, pero mucho más allá de lo que dicen los libros, con una narrativa que se detenía en su experiencia de aquellos tiempos, con los líderes locales o nacionales.
En los partidos no se “militaba” como ahora, con un telefonito en la mano. Había que salir de noche a pintar paredes, repartir panfletos o, más difícil, vender un periódico partidario, convencer a los compañeros de facultad o del trabajo, a los amigos del barrio, a los parientes, en un mano a mano que iba forjando el carácter de cada uno.
En el arte del convencimiento, los más grandes entregaban claves secretas que finalmente eran para todos: primero dar la razón en todo al que se debía convencer, así su pensamiento fuera diametralmente opuesto, luego, con el correr del tiempo, empezar a ponerle “peros” o mostrar inocentemente las contradicciones de su discurso. “Hay que arrearlos de poquito”, aconsejaban, y los más jóvenes ponían en práctica esas enseñanzas como si hubieran sido tomadas directamente de los Proverbios de una Biblia laica.
Un poco después de la llegada de Carlos Menem al poder, la política se empezó a poner cada vez más maniquea: estás de este lado o estás al frente, sos de los nuestros o de los otros, te vienes con nosotros o te quedas afuera, militas en el partido o tienes los pies afuera. Fue entonces que la política nacional se convirtió en una cuestión de réprobos y elegidos, de aquí nosotros, de allá ellos, en el medio el desierto.
Las privatizaciones fueron la primera prueba de fuego para el neo pensamiento liberaloide “a la argentina”. Bastaba con que uno dijera “me parece que sí hay que privatizar algunas empresas, pero se debería ser un poco más prolijo, ver si se les puede sacar más dinero”, para que lo consignaran del lado de los réprobos.
Para conseguir la reelección presidencial de una sola persona, se atropelló lo que se pusiera adelante, hasta hacerlos hocicar a los contrarios con un pacto que no querían, pero visto cómo se presentaban las cosas, era preferible eso, antes de que la voluntad mesiánica de uno solo terminara de destrozar lo que fuera con tal de seguir pegado a la silla.
Se hubieran reído los militantes de aquel tiempo si hubieran visto a sus hijos diciendo que hacían lo mismo, sentados en un banco, pasando “memes” por Twitter, Instagran, Feibuc, sintiéndose poco menos que el Che Guevara bajando de Sierra Maestra, fusil al hombro, rodeados de campesinos vivando la revolución, mientras se espantan una mosca, miran pasar una chica que pasa por la plaza o se afligen porque es la hora de ir a tomar la leche y la mamá los va a retar si no llegan a tiempo.
De saber en ese entonces que un Presidente cualquiera dedicaría, aunque fueran cinco minutos de un día para mandar un mensaje por el telefonito, seguro que más de un prócer —Raúl Alfonsín, César Jaroslavsky, Raúl Matera, Antonio Cafiero, Roberto Digón, hasta el mismo Menem —se tirarían flechita de nuevo al cajón, se taparían con tierra solitos y, por las dudas iban a pedir que no venga jamás el Día de la Resurrección de los Muertos.
Dicen que son tiempos nuevos los que se viven, con comunicaciones al instante y cientos de miles de analfabetos mirando al unísono sus aparatos, leyendo solamente los títulos porque la sesera no les da para mucho más que poner un “Me gusta” o reenviar el mensaje a los conocidos. “Es lo que hay”, se conforman algunos con resignación, como si tener una opinión levemente distinta convirtiera a los amigos en enemigos acérrimos, a los hermanos en contrarios, a los hijos en adversarios a derrotar en la mesa familiar del mediodía, en los casos en que se conserva esta costumbre.
Si esta fuera una nota editorial, debería terminar sosteniendo que ha llegado la hora de abandonar la maldita costumbre de estupidizarse mirando el telefonito cada cinco minutos, a la espera del mágico meme o dibujito que le cantará la justa sobre las últimas medidas económicas del gobierno.
Como no lo es, haga lo que quiera, siga pensando en sus términos contrapuestos, de amigo/enemigo, fuerte/débil, ganador/perdedor, aquí/allá, buenos/malos, inteligentes/bobos, grandes/pequeños. Deje que los pícaros de siempre se aprovechen de su inocencia para hacer, en el ancho pensamiento que queda vacante las fechorías que quieran con la corrupción del pensamiento. Que es la peor de todas las corrupciones habidas y por haber, pero de eso se debería hablar otro día.
Por hoy suficiente.
Ya sabe, abajo hay lugar para que haga lo que quiera, insultar, alabar, injuriar, opinar, decir, poner los puntos sobre las íes, desmentir todo, enojarse, desenojarse, hablar de otra cosa, cambiar de tema, volver al punto. Lo que quiera.
Saludos
©Juan Manuel Aragón
A 7 de marzo del 2024, en Guardia Escolta. Mirando pasar la vida

Comentarios

  1. Logro ver la grieta dibujada en los extremos amigo/enemigo, fuerte/débil, ganador/perdedor, aquí/allá, buenos/malos, inteligentes/bobos, grandes/pequeños y le sumaría criollos y españoles, Saavedra - Moreno, revoluc-ión gradualismo, Revolución y contrarrevolución. Autonomías y dependencias, caudillos y autoridad constituida, Congreso Nacional y rechazo, federales e unitarios, Constitucionalización o caudillismo, Centralismo-unitarismo,
    Rosas y Echeverría. Rosas Urquiza, Rosas y Alverdi.Nacionalistas autonomistas, Civilización y barbarie, Católicos y laicos, liberales y anarquistas, Radicales - conservadores-socialistas, Sustitución de importaciones . Golpe de estado- democracia, Modelo agroextortador- industrial . Populismo- republicanismo.
    en fin... historia atrvezada por
    Rupturas, ...

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