Alfonso Nassif |
Aquí se cuenta algo que se fue juntando de a retazos: el 1 de mayo podría concretarse la instalación de la famosa universidad francesa en Santiago
Alfonso Nassif, el vate santiagueño viajó a Europa hace unos años, con la señora, Alicia y uno de los hijos. Cualquiera puede ir a España, Francia, Italia, es cuestión de tener plata para el pasaje, embarcarse en el avión y allá tomar una excursión, con guías que le irán diciendo qué está viendo. Pero Alfonso, dueño de una gran cultura, es obvio que no necesitaba que le dijeran por dónde andaba, qué era lo que miraba, conocía la historia mejor que muchos lugareños y capaz que le ganaba si discutía con uno nacido y criado, allá.La cuestión es que hay muchos santiagueños desperdigados por el mundo. Uno es el amigo Pedro de Dios Llanos, oriundo de San Cristóbal, en la raya de los departamentos Jiménez y Pellegrini, que hace muchos años salió del pago, se fue a Buenos Aires, luego se metió de cocinero en un buque carguero hasta que llegó al puerto de El Havre, en Francia, sobre el Canal de la Mancha, capaz que ubica, bueno, ahí. Se enamoró de una chica, se casó y se fueron a vivir a un departamentito del barrio Latino, y consiguió un trabajo cerca, en la Universidad de la Sorbona, labura de portero.Después de muchos años se volvió a comunicar con su gente de San Cristóbal, mediante Facebook, y de esa remota manera, mire lo que son las cosas, conoció a sus sobrinos y en cierta manera volvió al pago, aunque nunca regresó efectivamente. Hace poco, en un mensaje que envió a los amigos, contó una extraña historia. Dijo que, así como aquí hay una leyenda que habla de una cueva de la Salamanca, que vuelve más virtuosos a los artistas que la visitan, allá se habla de la cueva de la Sorbona, pero no es una cueva.
Yo fui armando todo lo que le cuento, con retazos que fui juntando en el camino.
Cuando estaban en París, a los otros no les extrañó mucho que una noche, después de cenar en un barcito cerca del hotel, Alfonso dijera que daría una vuelta a la manzana. A veces las calles de las ciudades desconocidas son engañosas, el caso es que aseguran que se perdió, y en vez de pedir ayuda a algún parisino, siguió caminando, feliz de andar extraviado en París, ¡imagínese! Como a las dos horas, el hijo salió a buscarlo, anduvo dando vueltas por aquí, por allá, preguntó a un vecino si no habían visto pasar a un señor así y asá. Y nada. Volvió al hotel, decidido a dar parte a la policía, cuando Alfonso se apeó de un auto lujoso, luego de que un chofer le abriera la puerta. Y no dijo a nadie dónde había estado, qué había sucedido, quién lo había llevado de vuelta. Fue todo un misterio, Alfonso siempre respondió con evasivas, cuando le preguntaron qué había hecho. Algunas veces responde: “Andaba por ahí” o “miraba vidrieras”, “me metí en un cine”. Nadie le cree.
Hace unas semanas, Llanos se comunicó conmigo para avisarme que se había jubilado, me mandó fotos de su familia, de su casa, y ahí fue cuando me contó.
—En la Sorbonne, yo era “portier de batiment”, portero, báh. Cuando me contrataron me dijeron que yo sería la “personne qui a la charge d'ouvrir, de fermer et, généralement, de surveiller l'entrée principale d'un édifice”.
—Decímelo en cristiano —le digo.
—Ah, sí, bueno, el encargado de abrir, cerrar y, en general, vigilar la entrada principal de un edificio.
—Contá, qué pasó —lo apuro.
—Una noche llegó un señor alto, de anteojos, flaco, de caminar elegante y cuando lo atajé en la entrada, me mostró una tarjeta del rector, la tarjeta especialísima que sólo entrega a la gente de confianza, así que lo dejé pasar.
—Ahá, ¿y?
—Bueno, al rato me ordenaron que cierre la puerta y que no deje entrar ni al mismísimo presidente de Francia ni a monsieur le Président tenía que dar permiso para que entrara, si iba, por supuesto. Como no tenía nada que hacer, me fui a recorrer los pasillos, algo que hacía siempre, por si algún profesor necesitaba algo o me fijaba si estaban los pisos limpios, esas cosas.
—Vamos al grano.
—Llegué hasta un salón, anexo al rectorado ahí estaba el cuerpo de profesores de Langue française, rodeando a ese tal Nassif. Nunca había oído hablar de él, imagínate, vengo de un hogar muy humilde, apenas aprobé el tercer grado reforzado de antes...
—Pero, contá, contá.
—Bueno, cuando llegué estaba terminando todo. Sólo sé que el rector de la Universidad, Cristophe Kerrero, le dijo antes de despedirlo: “Nous sommes heureux de l'avoir reçu, ses poèmes honorent Santiago del Estero et sont indispensables pour connaître l'Argentine en profondeur”.
—En cristiano, amigo, en cristiano.
—Algo así como somos felices de haberlo recibido, sus poemas honran a Santiago del Estero y son imprescindibles para conocer en profundidad la Argentina.
—¿En serio?
—Te lo juro por esta.
—¿Y por qué no nos enteramos?, ¿por qué el secreto?
—Bueno, al principio parece que había una cueva de la Sorbona, en las afueras de París, parecida a la Salamanca nuestra, ahí estuvieron George Brassens, Edith Piaf, Serge Gainsbourg, Yves Montand y un montón más. Hasta la Brigitte Bardot estuvo.
—Pero, ella no canta.
—No, pero cuando salió estaba más linda todavía, porque la Sorbona también era como un salón de belleza.
—Mirá vos.
—Estoy seguro de que le armaron la ceremonia a deshora de la noche de París, a ese Alfonso Nassif, sólo porque el recibimiento tiene que ser secreto.
—¿Y la cueva?
—¡Amigo!, los parisinos han evolucionado, son modernos, son el Primer Mundo, ¿vos crees que van a seguir reuniéndose en cuevas en medio de los chañares, los mistoles?, haceme el favor.
—Pero…
—París es el centro de la elegancia mundial, aquí no se toma mate en bombilla ni se saca la leche a las cabras todas las mañanas, hace mucho que todo eso quedó atrás.
—Ah, entonces son el Primer Mundo en serio, che.
—Este año, cuando vaya a Santiago, después de largo tiempo, quiero que me lleves a la casa de ese Alfonso Nassif, tengo un encargo.
—¿Sí?
—Es un mensaje secreto del rector de la Universidad, parece que quieren poner una delegación en Santiago, “voyons s'ils arrêtent de plaisanter avec Salamanque”.
—¿Otra vez?, ¿qué quiere decir eso?
—Quiere decir a ver si se dejan de embromar con la Salamanca.
—Bueno, yo lo conozco al hombre, vive en la calle Independencia, si quieres, cuando vengas, te llevo.
—La semana que viene estoy por ahí, para el 1 de mayo podríamos caerle.
—Bueno, vos llevá el mensaje, yo llevo un vino que…
—No, el vino lo pongo yo. Vino francés, del bueno, no esos caldos Malbec que toman en la Argentina y tienen por buenos.
—Meta.
Amigo, habrá que prepararse para tener a la mismísima Sorbona en Santiago, capaz que vaya siendo hora de levantar un poco el nivel de la música local. En vez de decir “Cuando salí de Santiago todo el camino lloré, lloré sin saber por qué…”, tal vez entonemos: “Quand j'ai quitté Santiago, j'ai pleuré pendant tout le chemin, j'ai pleuré sans savoir pourquoi…”.
O algo así.
Juan Manuel Aragón
A 23 de abril del 2024, en la Avellaneda y Moreno, de La Banda. Hablando macanas.
Cuando estaban en París, a los otros no les extrañó mucho que una noche, después de cenar en un barcito cerca del hotel, Alfonso dijera que daría una vuelta a la manzana. A veces las calles de las ciudades desconocidas son engañosas, el caso es que aseguran que se perdió, y en vez de pedir ayuda a algún parisino, siguió caminando, feliz de andar extraviado en París, ¡imagínese! Como a las dos horas, el hijo salió a buscarlo, anduvo dando vueltas por aquí, por allá, preguntó a un vecino si no habían visto pasar a un señor así y asá. Y nada. Volvió al hotel, decidido a dar parte a la policía, cuando Alfonso se apeó de un auto lujoso, luego de que un chofer le abriera la puerta. Y no dijo a nadie dónde había estado, qué había sucedido, quién lo había llevado de vuelta. Fue todo un misterio, Alfonso siempre respondió con evasivas, cuando le preguntaron qué había hecho. Algunas veces responde: “Andaba por ahí” o “miraba vidrieras”, “me metí en un cine”. Nadie le cree.
Hace unas semanas, Llanos se comunicó conmigo para avisarme que se había jubilado, me mandó fotos de su familia, de su casa, y ahí fue cuando me contó.
—En la Sorbonne, yo era “portier de batiment”, portero, báh. Cuando me contrataron me dijeron que yo sería la “personne qui a la charge d'ouvrir, de fermer et, généralement, de surveiller l'entrée principale d'un édifice”.
—Decímelo en cristiano —le digo.
—Ah, sí, bueno, el encargado de abrir, cerrar y, en general, vigilar la entrada principal de un edificio.
—Contá, qué pasó —lo apuro.
—Una noche llegó un señor alto, de anteojos, flaco, de caminar elegante y cuando lo atajé en la entrada, me mostró una tarjeta del rector, la tarjeta especialísima que sólo entrega a la gente de confianza, así que lo dejé pasar.
—Ahá, ¿y?
—Bueno, al rato me ordenaron que cierre la puerta y que no deje entrar ni al mismísimo presidente de Francia ni a monsieur le Président tenía que dar permiso para que entrara, si iba, por supuesto. Como no tenía nada que hacer, me fui a recorrer los pasillos, algo que hacía siempre, por si algún profesor necesitaba algo o me fijaba si estaban los pisos limpios, esas cosas.
—Vamos al grano.
—Llegué hasta un salón, anexo al rectorado ahí estaba el cuerpo de profesores de Langue française, rodeando a ese tal Nassif. Nunca había oído hablar de él, imagínate, vengo de un hogar muy humilde, apenas aprobé el tercer grado reforzado de antes...
—Pero, contá, contá.
—Bueno, cuando llegué estaba terminando todo. Sólo sé que el rector de la Universidad, Cristophe Kerrero, le dijo antes de despedirlo: “Nous sommes heureux de l'avoir reçu, ses poèmes honorent Santiago del Estero et sont indispensables pour connaître l'Argentine en profondeur”.
—En cristiano, amigo, en cristiano.
—Algo así como somos felices de haberlo recibido, sus poemas honran a Santiago del Estero y son imprescindibles para conocer en profundidad la Argentina.
—¿En serio?
—Te lo juro por esta.
—¿Y por qué no nos enteramos?, ¿por qué el secreto?
—Bueno, al principio parece que había una cueva de la Sorbona, en las afueras de París, parecida a la Salamanca nuestra, ahí estuvieron George Brassens, Edith Piaf, Serge Gainsbourg, Yves Montand y un montón más. Hasta la Brigitte Bardot estuvo.
—Pero, ella no canta.
—No, pero cuando salió estaba más linda todavía, porque la Sorbona también era como un salón de belleza.
—Mirá vos.
—Estoy seguro de que le armaron la ceremonia a deshora de la noche de París, a ese Alfonso Nassif, sólo porque el recibimiento tiene que ser secreto.
—¿Y la cueva?
—¡Amigo!, los parisinos han evolucionado, son modernos, son el Primer Mundo, ¿vos crees que van a seguir reuniéndose en cuevas en medio de los chañares, los mistoles?, haceme el favor.
—Pero…
—París es el centro de la elegancia mundial, aquí no se toma mate en bombilla ni se saca la leche a las cabras todas las mañanas, hace mucho que todo eso quedó atrás.
—Ah, entonces son el Primer Mundo en serio, che.
—Este año, cuando vaya a Santiago, después de largo tiempo, quiero que me lleves a la casa de ese Alfonso Nassif, tengo un encargo.
—¿Sí?
—Es un mensaje secreto del rector de la Universidad, parece que quieren poner una delegación en Santiago, “voyons s'ils arrêtent de plaisanter avec Salamanque”.
—¿Otra vez?, ¿qué quiere decir eso?
—Quiere decir a ver si se dejan de embromar con la Salamanca.
—Bueno, yo lo conozco al hombre, vive en la calle Independencia, si quieres, cuando vengas, te llevo.
—La semana que viene estoy por ahí, para el 1 de mayo podríamos caerle.
—Bueno, vos llevá el mensaje, yo llevo un vino que…
—No, el vino lo pongo yo. Vino francés, del bueno, no esos caldos Malbec que toman en la Argentina y tienen por buenos.
—Meta.
Amigo, habrá que prepararse para tener a la mismísima Sorbona en Santiago, capaz que vaya siendo hora de levantar un poco el nivel de la música local. En vez de decir “Cuando salí de Santiago todo el camino lloré, lloré sin saber por qué…”, tal vez entonemos: “Quand j'ai quitté Santiago, j'ai pleuré pendant tout le chemin, j'ai pleuré sans savoir pourquoi…”.
O algo así.
Juan Manuel Aragón
A 23 de abril del 2024, en la Avellaneda y Moreno, de La Banda. Hablando macanas.
©Ramírez de Velasco
Si ça vient de l'extérieur, c'est bien. Si viene del exterior, es bueno. No nos queremos.
ResponderEliminarEn España existía (o existe) la leyenda de La Cueva de Salamanca. A ella se refirió también Cervantes.
ResponderEliminarBuenísimo Juancho...hermoso cómo armaste este relato sobre nuestro querido Pocho Nassif..
ResponderEliminarHermoso cuento! Y avisen de la juntada! Ya faltan poquito!!
ResponderEliminarEx evento e Interesan Narración...Juaanuel
ResponderEliminarJustamente el amigo santiagueños debia saber que un 28 de abril del Puerto de El Havre salieron los restos del Gral San Martín por repatriar al país que lo dignifica. Y muchas veces reiterar sus hazañas por algún olvido preparado para quitar nuestras raices históricas que nos enorgullece
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