El esplendor de la ciudad de CABA |
Una manía generalizada de la gente de lo que fuera la Capital Federal, es nombrar a los provincianos desde una supuesta altura estratosférica
Algunas ocasiones a la gente le gusta hablar como supone que es correcto. Si usted dice que se va a su casa, se va a su casa, no hay problema, todos lo entenderán. ¿Qué necesidad hay de aclarar que va al interior de su casa? ¡Sí, pues!, va al adentro, si es posible esta frase. Qué necesidad hay de tanta puntualización vana, es un misterio.Muchos años se habló de la compulsión de los porteños de creerse parte de una estratósfera superior que, por supuesto, estaba más allá de la Argentina o por sobre ella. Por eso al resto del país le decían el interior. Y, oiga bien, ellos también son el interior, están adentro, no viven en un Cielo indeterminado. Pero, bueno, uno sabe que los habitantes de la Porteñía tienen sus taras, sus costumbres distintas, sus incomprensibles maneras de pensar y el hecho de creerse superiores, no con respecto a nosotros, los que vivimos en las provincias, porque eso lo dan por descontado, sino que son mejores que el resto del redondo mundo, más piolas, más inteligentes, más civilizados y más todo. Y muchas veces hemos visto en la televisión que nos desprecian con una sola frase: “Pobre, es del interior”.El sobreentendido más generalizado en esos pagos es que interior es todo aquello que no es parte de ellos. Cómo será que se idearon un estatus que supera la provincianía, ellos son “Ciudad Autónoma de Buenos Aires” y para mostrar su analfabetismo institucional, nombran a Buenos Aires como “CABA”. Es decir, rebajaron hasta el bellísimo nombre de Puerto de Santa María de los Buenos Aires, para llamarse con una sigla cualquiera. Son porteños, ¿ha visto?, piensan muchos y dan por cerrado el asunto.Y no, amigo.
El problema es que en las provincias se replica la confusión de creer que las capitales son extraterritoriales y sus departamentos son parte de un confuso y equívoco interior. Pongalé que, al haber sido el puerto más grande de la Argentina, por el que los porteños vienen contrabandeando desde tiempos de la Colonia y al vivir, literalmente en una orilla del mapa continental, los porteños se sintieran con algún derecho a nombrar al resto del país como el interior.
Santiago es una provincia mediterránea, su capital queda a 100 kilómetros de su frontera más próxima, pero sin embargo replica la tara de los porteños y nombra como interior a cualquier lugar de sus departamentos. Como si ellos también fueran parte de un exterior que, casualmente, comparte algunos rasgos con el resto, igualitos a los porteños, ¿vio? La costumbre periodística llevó a que La Banda fuera La Banda nomás, como si desde aquí se le otorgara un rango superior al resto y todo lo demás es terra incógnita, el campo, el lugar en el que viven los indios que hablan quichua, cocinan con brasas y se tapan las partes con plumas de suri.
Cualquiera ha observado que cuando se presenta alguien de Sumampa, Monte Quemado, el Colorado, los santiagueños de la capital lo miran de arriba a abajo, pensando quizás en hallarle algún rasgo que denote su procedencia, como si tuviera que andar de alpargatas, pañuelo al cuello o con un hacha en la mano para satisfacer el estereotipo. A no afligirse, los habitantes de las cabeceras departamentales también hablan de los del interior, para referirse a la gente de los pueblos vecinos.
Es un país, vamos a ensayar aquí la teoría, con gente que anda en puntas de pie sobre el territorio que le toca caminar todos los días. Todos quieren ser parte de una capital, pretenden ser la cabeza, el lugar superior, fuera del territorio, desde el que a veces se baja a observar lo que hace el resto, hormigas obreras de una tierra que no es propia.
Buenos Aires, hay que decirlo, perdió por voluntad propia su calidad de Capital Federal de todos los argentinos para pasar a ser la capital de ellos mismos. Luego de la reforma constitucional por el pacto preexistente entre Raúl Alfonsín y Carlos Saúl Menem, la Porteñía decidió reclamar su autonomía y nombrar sus propias autoridades, hoy tiene solamente la sede temporal de sus ministerios y la simbólica Casa Rosada. Su rechazo al resto del país se concretó con el abandono de su misión de ser la primera población en enfrentar a los hipotéticos enemigos de la Patria, como lo hicieron en 1806 y 1807. Ellos quieren seguir siendo lo que siempre fueron, una ciudad de contrabandistas, que desde el pacto entre Julito Roca y Walter Runciman, que nos hizo ser parte integrante del Imperio Británico viene vendiendo al resto a precio de ocasión.
Algunas madrugadas, cuando los provincianos se levantan algo cabreros, piensan que cuando Justo José de Urquiza, abandonó a los suyos y se fue del campo de batalla, con toda su caballada, al trotecito, le hizo el peor de los males que podría haber provocado a la Confederación Argentina, al obligarla a bajar la cabeza frente a los porteños.
Muchos provincianos, más de los que usted imagina, cuando ishpan*, apuntan a Buenos Aires, por las dudas.
Juan Manuel Aragón
A 9 de mayo del 2024, en San Pedro, departamento Borges. Pedaleando la mañana.
©Ramírez de Velasco
Ishpa: Orín, orines, según el quichuista Domingo Bravo.
Hace no muchos años, un ministro de algo de la Nación, porteño él, había dicho: "Alguna provincia lejana". He quedado pensando que sería alguna provincia en la Polinesia o en el Polo Norte, porque para un funcionario nacional, nada que esté en el interior del país, ya sea junto al obelisco de la avenida 9 de Julio, o el hito de las tres fronteras, debería resultarle lejano, justamente por estar en el país que le paga para que trabaje sin hablar pavadas.
ResponderEliminarEs el único embudo invertido para colar sus apetencias insaciables de los aprendices piratas que dejaron sus prolongaciones bursátiles y herencias sin abolengos. Ellos son las terminales de todas las despedidas no queridas por ellos y si para muchos que en el sacrificio se aprenden a querer , que tienen incorporado que a las cosas hacen no importa que a muchos si les dan el valor afectivo de lo producido.
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