Sexo: Mujer |
El diccionario es una de las armas más fenomenales para terminar con una discusión y tiene sorpresas para todos los gustos e ideologías
A veces una discusión se zanja con un solo y simple acto, ir al diccionario. Si es el de la Real Academia, mucho mejor. Ahí está la palabra “sexo” y su definición: “Condición orgánica, masculina o femenina, de los animales y las plantas”. La primera sorpresa que se podrían llevar quienes lleguen a esta concluyente aseveración del diccionario es que divide la condición orgánica de los animales y las plantas en dos, a saber, masculina o femenina. Es decir, no hay tres, no hay veinte, no hay tantas como la voluntad de cada individuo pretenda obtener.En este caso el asunto no admite terceras interpretaciones: o se es macho o se es hembra. Quien diga que un caballo es un cuadrúpedo, la ballena un mamífero y la soja un vegetal, no lo dice por odio a nada, constata una verdad que está sobre la mesa. Quien sostenga que la raza humana se divide (o se une) en hombres y mujeres, tampoco lo dice por molestar a este o aquel grupo social, pues todos lo saben, es más que evidente.En la remota antigüedad de la Grecia Clásica, se creía que la filosofía era la madre y la fuente de todo el saber humano. A esa afirmación el cristianismo le agrega Dios y la filosofía se divide, dando origen a la teología. La Revolución Industrial reniega de estas dos disciplinas y se inclina por la ingeniería, que provee a la humanidad de un tiempo ocioso quizás sobrevalorado en la actualidad, dicho en una simplificación muy extrema obviamente, por el poco tiempo de los lectores para dedicarse a estos asuntos.
En los últimos años, al parecer el paradigma ha cambiado y es la sociología, la ciencia, si se le puede llamar así, que marca el paso —o eso anda queriendo —de la sociedad. Esta relativamente nueva disciplina, se pone al corriente de que lo más oculto del hombre es lo que hace en su dormitorio, su intimidad física más recóndita. Y decide sacarlo a la luz en nombre de una nueva verdad universal, que se expresaría más o menos, diciendo que no hay verdades ni universales ni particulares y que lo único que vale es lo que cada uno es. Y a eso no lo define la ocupación, la educación, domicilio u otras señas particulares como el sexo, sino una especial categoría de discriminación: el género. Que es el gusto que tiene cada uno de practicar actos sexuales como mejor le convenga o como más placer obtenga.
Más o menos como si se dividiera a la humanidad entre quienes gustan de lo dulce, lo salado, el helado de frutilla, la lechuga crespa, el asado con cuero, el vino patero, el arroz con leche, el aceite de oliva.
El género es solamente la negación del sexo como categoría de discriminación. Pasa a haber tantas clases como gustos tiene cada hombre. Hay en el mundo, entonces, 7.000 millones de géneros distintos que, para simplificar, la sociología divide en un centenar. Porque debe haber a quienes les guste practicar algo parecido a relaciones sexuales con un batracio anuro, pero quizás son tan pocos, que los ponen quizás en la categoría de bestiales para no andar haciendo subdivisiones tan finas.
Si solo fuera eso, tal vez la solución sería esperar que otra teoría más racional suplantara a la rama de la sociología que se empeña en suprimir el sexo como convención social e idear nuevas formas de relacionarse. El problema está en el último enunciado: y es que la sociología moderna no solo mide o estudia lo que sucede en la realidad, sino que, a la manera de la filosofía, la teología o la ingeniería, reclama su lugar para imponer nuevos estándares de reconocimiento. Y apela a la palabra odio, para nombrar a quienes no están de acuerdo con esta teoría.
La sociología supone, erróneamente, que los filósofos detestaban a quienes no pensaban como ellos o, peor aún, creen que a muchos de ellos los tacharon solamente por pensar. Conjetura que la teología se apoyó en el poder civil para imponer sus ideas y calcula que el método era bueno, aunque la razón no lo fuera. Y sospecha infundadamente, por supuesto, que el tiempo libre es un logro propio.
Al mezclar estas tres ideas fundamentales intenta el sacrificio de quienes no estén de acuerdo con sus ideas, porque, ¿no era que antes les gustaba cuando lo hacían en nombre de la razón o apelando a la fe?, ¿por qué los enoja que lo hagamos ahora, elevando al hombre a su definitiva categoría de Dios?
El problema es que la naturaleza, aunque eviten nombrarla, sigue ahí, impávida, serena, erigiéndose por sí misma, en el mayor escollo que tiene un hombre que se cree mujer, cuando le diagnostican problemas en la próstata o a la mujer que se cree hombre si tiene que curarse con el ginecólogo.
¿Su sistema soluciona el asunto nombrando los sexos de una forma que no implique sexo? No hay problema, el sexo sigue esperándolos para ponerlos de un lado si son hombres y del otro cuando son mujeres.
Es la misma ciencia que le tiraban por la cabeza a los teólogos cuando les advertían acerca de la inexistencia de un Dios, la que ahora les dice: “Es el sexo, che estúpido”.
Juan Manuel Aragón
A 4 de junio del 2024, en Sumampa. Tomando unos vinos.
Ramírez de Velasco®
Para muchos que creen haber descubierto la palabra libertad olvidan que la Constitución argentina casi asimilando a la de Estados Unidos en su concepción liberal impuso en art 19 que la moral está exenta de las leyes del hombre porque son del fuero íntimo de las personas. Las contradicciones surgen cuando la ética publica trastoca ese equilibrio porque ya intervienen dos personas con sus morales
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