La cuna de la antidemocracia |
Si hay una institución en la que no se vota cada decisión, es la familia que, gracias a Dios, funciona muy bien sin división de poderes
La familia, Dios sea loado, es la institución más antidemocrática que existe en la faz de la Tierra y, a menos que se demuestre lo contrario, es la única que sigue funcionando con buenos resultados, al menos desde hace un millón de años, quizás más.Veamos: los chicos no eligen qué día, a qué hora, en qué país nacer, tampoco eligen si nacer o no. No, papito, tampoco eligen el sexo: tienen el que tienen y lo lamento si querían otro, es imposible, no se puede volver atrás, never, nunca, jamás. Podrán parecer otra cosa, si se les da por ese lado, pero debajo del calzoncillo o la bombachita, siempre tendrán lo que tienen y no otra cosa. ¿Si se lo cortan, pregunta?, si se lo cortan tendrán el mismo coso, ahora moto, pero no pasarán a ser Adelita, después de haber sido Horacio Daniel. Además, nacen porque así está dispuesto, porque sí nomás, punto. Mirá si Dios le va a preguntar a cada almita inocente, si quiere o no nacer.No eligen a sus padres, a sus hermanos, a sus tíos, a sus abuelos ni a sus primos. A lo sumo, el día de mañana, cuando sean grandes, podrán ignorarlos, pelearse con todos o con algunos, mandarse a mudar lejos para no verlos nunca más, negar el parentesco en la perra cara. Pero es lo que les tocó en suerte, siempre tendrán ese vínculo de parentesco y si le gusta bien, pero si no le gusta es lo mismo.
Tampoco eligieron el nombre que tienen, a lo sumo, a los 18 años, cuando dejen la casa, vivan de lo suyo, alquilen o compren en otro lugar, podrán cambiarlo, mientras tanto si a uno no le agrada el Juan Carlos, porque es demasiado común y quiere llamarse Comuesito Pérez, Pingoleón González, Kevin Gómez o cualquiera de esos nombres estrafalarios extranjeros o nacanpop, con que los castigan ahora, se embroma solo. Espere un poco, ya va a tener tiempo de cambiarse Ernesto por Brallan Anríquez, Natalia por Dayana Sheyla Luna, Alberto por Nahuel Condorcanqui Giannoli.
Los chicos no eligen si van a ir a la escuela. Los padres que pueden los mandan desde jardín de infantes, sin preguntarles siquiera cuál es la que prefieren. Y van, a como dé lugar. Cuando sean más grandes elegirán quizás faltar sin permiso de los padres y, si se ponen muy duros, quizás no asistan más a clases, en cuyo caso los padres de antes al menos, los mandaban a trabajar. No había las opciones de “se quiere encontrar a sí mismo”, “está indeciso entre dedicarse al arte o al ocio creativo” o “el nene se pasa los días en los jueguitos de la computadora y ya no sé qué hacer”. No se podía elegir. Era la escuela o el laburo, una u otro, si no les propinaban un buen voleo allá donde la espalda cambia su casto nombre, qué tanto gregré para decir Greta. En muchas casas de hoy, ese sistema sigue funcionando a la perfección hasta la fecha, sin necesidad de someterlo a un referéndum o pedir la autorizada opinión de las fuerzas vivas.
En muchos casos, todavía hoy, a los chicos los hacen trabajar porque no hay cómo mandarlos a la escuela, si quieren estudiar, tienen que ir a la nocturna o arreglarse como pueden. ¿Es injusto?, es injusto, por supuesto. Pero renegando no solucionan nada, y muchos lo hacen.
Tampoco hay sufragios en la mesa. Se come lo que papá y mamá compraron en el almacén, en la carnicería y en la verdulería. Pero, en este asunto, sí hay un poco de democracia individualista, pero democracia al fin. Si a uno no le gustan los zapallitos rellenos o el bife de hígado, no los come, se levanta de la mesa y se aguanta hasta que hacen otra comida de su agrado. Pero casos se han visto de padres y madres que guardan amorosamente la comidita en un táper, la vuelven a ofrecer a la hora de la cena. Si el párvulo insiste en su negativa, la volverá a ver en el desayuno hasta que, en algún momento su mente dejará de ser democrática y a fuerza de hambre cederá a los deseos de los mayores. Con mucho gusto.
Recién después de los 16 años, la edad que se requiere para votar por las máximas autoridades de la comuna, la provincia y el país, cada integrante menudo de la familia pasa a tener un poco más de derechos amparados en la Constitución. Si va a trabajar en vez de estudiar, podrá elegir si quiere hacerlo en la verdulería de la esquina, en la talabartería de la vuelta o en la obra de pavimento, como capachero. Si sigue viviendo en la casa, los padres exigirán, sin derecho a votación, que pague la luz, la comida, el gas o algo. Si, en cambio, decide estudiar, es seguro que los progenitores se harán hilachas literalmente, para que no le falte nada hasta que se reciba: lo seguirán vistiendo, dándole de comer y comprándole libros. Y en ambos casos, cuando se independice, se irá a vivir solo.
Luego, si Dios quiere, formará una familia que será tan antidemocrática como la suya. Quizás lo sea más en algunos asuntos y menos en otros. Un buen día, con la mujer que se consiga el chango o el marido que elija la mujer, decidirán tener hijos, en forma antidemocrática, sin preguntarle al alma del futuro changuito si quiere nacer o prefiere seguir siendo aire en el aire.
Y así seguirá la humanidad hasta que todas las parejas elijan tener un perro porque es más cómodo, ¿ha visto? Luego, en pocos años no habrá más niños en el mundo y el último viejo que quede en cada ciudad de la Tierra, cuando le llegue el día, antes de dormirse para siempre apagará la luz. Cuando el hambre lo apriete, el perrito que crió con primor y ternura, será el primero en comerse su cadáver.
Y chau.
Juan Manuel Aragón
A 26 de octubre del 2024, en El Aibe. Dando maíz a los chanchos.
Ramírez de Velasco®
La cruda realidad. Lo comparto con quienes creo deban y puedan leerlo.
ResponderEliminarMuy buen artículo, que describe la importancia del núcleo familiar con sólidos valores, para una humanidad que perdure en los tiempos.
ResponderEliminarPienso que la familia no es "anti democrática", y en cambio es "no-democrática", ya que no es por mecanismos democráticos que toma las decisiones. La familia es más bien (o debe ser), una institución monárquica verticalista, que se sostiene mediante la práctica de valores y normas preestablecidas en la que las decisiones se imparten desde una autoridad superior que asume la responsabilidad por las consecuencias de las mismas.
Claro que hoy muchas familias han elegido "democratizarse" y relegar esa autoridad con los hijos, el perro y el loro....y así nos va.