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NOTA Audelina y la Almamula (las cadenas de Tarzán)

Foto de archivo de madre e hija

Un verano que no había noticias en el diario, una mujer llama para decir que ella ha sido el famoso espanto: por qué no se publica la noticia

“Tuve relaciones con el cura de mi parroquia, un muchacho bien puesto, inteligente y simpático”, dijo doña Audelina, tranquilamente, como si estuviera contando lo que había conversado con el carnicero esa misma mañana. No sé si le ha sucedido, que cuando un viejo narra sus aventuras juveniles, uno querría reconocer en esa misma persona, los rasgos de antaño. “Ese tiempo me insistió tanto que al final terminé diciéndole que sí”, siguió contando. La atendíamos muy serios, concentrados, mientras la vieja nos pasaba el mate.
Si no cree pregúntele a Chito Cáceres, del barrio Smata, que fue conmigo esa vez y que no va a desmentirme. En ese momento trabajábamos en el diario. Yo me hacía el periodista mientras él laburaba de chofer, de ayudante de los changos que hacían policiales y era hombre de confianza de los dueños.
La mujer nos hizo prometer que no mencionaríamos el nombre del cura aquel: “Para qué, ya está, fue hace tanto tiempo, mucha, mucha gente lo tiene como un santo, pero en aquella época era terriblemente pintón y tenía mucha labia, no solamente en los sermones”, agregó.
Bueno, el cura la convenció de que no estaba mal lo que hacían pues luego él dejaría los hábitos, para lo cual —según le dijo —ya había hablado con el Obispo, conseguiría un trabajo en una escuela católica y no habría problemas.
“Me dijo, si hay amor no existe el arrepentimiento”, cuenta Audelina y con Chito nos miramos disimuladamente, en ese momento los dos pensamos lo mismo, o sea: una más que se hacía la convencida para entregar aquello que, al menos en esos tiempos, se debía dejar para los maridos legalmente constituidos y establecidos en santo matrimonio y todo eso.
Era una tarde de enero, como ahora, y nos mandaron del diario porque esa señora había llamado por teléfono diciendo que había visto a la Almamula o algo así. “Vayan, averigüen qué hay de cierto y no demoren”, nos apuró el jefe de Redacción antes de que saliéramos.
Fue el mismo año en que el presidente Menem agarró la Ferrari que le habían regalado y manejó por la ruta a más de300 kilómetros por hora para verla a la Graciela Alfano, que todavía era un bombón.
Cualquiera que haya trabajado en un diario, sabe que en verano no hay noticias, la gente está de vacaciones o encerrada en las casas, quieta, en el sopor de los días, esperando que pase el tiempo de más calor para volver a vivir.
La mujer nos hizo pasar al patio en que había una piletita de lona debajo de una parra, después fue para adentro y volvió con un equipo de mate y pan de Navidad que había sobrado de las fiestas. Encendí el grabador y le pedí que me cuente su historia, mientras me hacía el de tomar notas en mi cuadernito.
Dijo que hasta ese día no se había arrepentido de nada y que no pensaba en remorderse por algo que había hecho “por amor”. Recordó que a sus 19 años había vivido un tiempo muy lindo con el cura, que en esta nota se llamará con un nombre ficticio, José, pero que por algunas pistas que se van dejando, los memoriosos podrán quizás sacarle la ficha. Se describió como muy hermosa en aquel tiempo, sostuvo que tenía muchos pretendientes, muchachos que la hablaban en los bailes o la paraban en la calle con cualquier excusa, sólo para ver si ella les daba alguna oportunidad. Dicho esto, se levantó, fue hasta adentro y volvió con una foto en blanco y negro, estaba en una plaza desconocida con una señora, su mamá. En serio había sido muy hermosa.


—¿Cuánto tiempo anduvo con el padre José? —le preguntó Chito, que ya se estaba cansando de tantas alabanzas.
—Como dos años.
—¿Y nadie de la parroquia supo nada?
—No, porque éramos muy discretos, la única que sospechó algo fue mi mamá, pero le dije que ya era grande y que no me molestase.
—Disculpe, doña, ¿dónde se veían con el cura?
—Él vivía en una casa que le prestaban aquí a la vuelta, en el barrio, yo iba muy de noche, casi de madrugada, y me quedaba dos o tres días encerrada.
—¿Él también se encerraba?
—No, salía a hacer sus cosas, a dar misas, a visitar a los enfermos, a dar clases en un colegio secundario también.
—¿Y entonces qué ha pasado?
—Un día me dejó, dijo que el Obispo no le daba permiso para colgar los hábitos y que lo trasladaban a una parroquia del campo.
—¿Usted qué hizo?
—Me quise volver loca, le dije que me había usado, que era un esto, un aquello, un hijo de bueno, me mandé un escándalo, lo que siempre hacemos las mujeres, más si no nos dejan por otra, le quise pegar y todo. Y lloré como una Magdalena.
El caso es que dejaron, el padre José fue a vivir al campo y ella se volvió medio loca.
—Qué hacía —preguntó Chito.
—Era invierno y salía a la madrugada a buscarlo por todas partes, llevaba unas cadenas que habían sido de Tarzán, un perro bravo que se murió un tiempo antes, para golpearlo si lo hallaba.
—Bueno, pero ¿no ha dicho que él estaba lejos?
—Claro, pero en mi locura yo creía que lo encontraría y lo buscaba por todos lados, dando unos alaridos tremendos, arrastrando las cadenas para pegarle hasta matarlo.
—¿Cuánto tiempo anduvo con eso?
—No, no fue mucho, quizás dos semanas, tres a lo sumo.
—¿Por qué no siguió?
—Salió en El Liberal que andaba alguien asustando a la gente en mi barrio, la policía opinaba que era un pícaro que se hacía pasar por espanto. Pero unos periodistas anduvieron averiguando y una vecina muy chusma, doña Olivia, les dijo que ella creía que era una Almamula. Yo creo que doña Olivia sabía.
—¿Entonces?
—En ese tiempo no había psicólogos ni se conocían palabras como ´contención´, ´resiliencia´, ´frustración´, pero mi mamá me dijo que me deje de joder o una noche de esas la Policía me iba a apagar un tiro en el culo, y perdone que se lo cuente así.
—O sea, que usted fue la Almamula —afirmé.
—Claro —dijo la mujer —por eso los he llamado, para que cuenten mi historia.
Cuando volvíamos al diario le dije a Chito que la nota no iba a cuajar.
—Por qué amigo, esa mujer ha sido la Almamula —replicó Chito.
—No, en alguna época se habrá parecido, pero no es.
—Una lástima, yo ya veía la tapa de mañana: “Hallamos a la Almamula —dijo Chito, mientras pasaba los dedos índice y pulgar por una portada imaginaria.
—Sí, pero no tenemos fotos, no quiere que pongamos su nombre, si bien nos contó quién era el cura, tampoco lo podemos poner, porque sigue en actividad el viejo, da misas y todo en una parroquia cerca de casa. Tampoco podemos poner de qué parroquia era en ese entonces.
—Qué macana.
—¿Has visto cuando en el diario ponen que un abogado que trabaja en Tribunales hizo esto o aquello, sin el nombre del susodicho? Bueno, yo creo que siempre dan alguna pista para que, al menos los entendidos lo descubran. En este caso ni eso podemos hacer.
Nos quedamos callados. Yo pensaba en que, apenas llegáramos al diario tenía que bajar los cables nacionales e internacionales, ya se dijo que era verano, en verano no hay noticias y para llenar las páginas del diario había que hamacarse.
Pero me quedé pensando en algo que contó doña Audelina cuando nos íbamos. Le pregunté:
—¿Nunca más lo volvió a ver?
—Sí, como a los 10 años, yo ya estaba casada con mi finado marido, tenía dos hijos. Y lo encontré por la Absalón.
—Qué picante, de qué conversaron
—De nada, qué tal, cómo te va, te has casado, cuántos hijos tienes, esas cosas. Y antes de irse me dijo: “Me arrepiento de no haber tenido un hijo con vos”.
Y no sé, qué quiere que le diga. Uno ha visto y ha hecho muchas cosas en la vida, buenas y malas. Pero que le diga eso a una mujer justamente un cura, me parece que es de un reverendo hijo de puta.
Juan Manuel Aragón
A 18 de enero del 2024, en el Ulluas. Moliendo algarroba.
Ramírez de Velasco®

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