![]() |
Grite todo lo que quiera |
La pelea contra el sistema es uno de los engaños que el sistema impone para que se crea que se lucha en su contra
Quizás las grandes causas que imponen colectivamente los diarios, la televisión, internet, lleven en sí mismas el germen de su fracaso. Dicen: “Salvemos las ballenas”. Y suena muy lindo, espectacular, maravilloso, grandioso. Tal vez un niño de Santiago del Estero se entusiasma con la consigna y luego, nunca en su vida hace nada para molestar a las ballenas, no tira basura al mar, no se sube a los barquitos que van a ver cómo se aparean, no las arponea, mira todos los documentales que pasan por televisión hablando de estos grandes bichos. Pero, también hay que decirlo, jamás andará ni cerca del mar.Bueno, es un caso extremo.Si le parece, entonces hay otros que le permitirán acercarse un poquito a la estulticia del prójimo. El tipo que en Santiago putea a las anteriores o actuales autoridades de la Argentina y, en cada oportunidad que halla, en la calle, en la casa, en el trabajo, en el colectivo, en internet, supuestamente pelea contra el sistema, grita, patalea, pone “Me gusta” en las más diversas publicaciones que le llegan al telefonito.
¿Y?
A los grandes capitales, a los funcionarios, a los presidentes, ministros, legisladores, a los inmensos intereses que dice golpear con sus discursos, no les hace ni cosquillas, no lo ven, no lo detectan, no lo tienen en la mira, no les importa, en definitiva. Uno es un nadie, igual que ellos, por supuesto, pero si le preguntaran les diría que mejor peleen y se enojen y discutan y se entusiasmen guerreando contra las injusticias que ven, que palpan, que oyen a diario en su propio barrio.
¿Qué dice?
Eso mismo. Luchen para que el almacenero o el kiosquero de la esquina ponga en blanco al empleado que tiene hace como mil años, al que conforma con dos mangos y una cajita de vino muy de vez en cuando. Peleen en su propia casa para que su mamá le pague en blanco a la chica que va todos los días a limpiar, a cocinar, a tender las camas. Vayan todos los días a la escuela de la vuelta de su casa, agarren a los padres que estacionan en doble fila sus autos y motos a la salida y entréguenles un folleto explicándoles que está mal lo que hacen. Cuando vean a un perro cagando en la vereda, si su dueño anda cerca, pídanle que recoja el aca porque ensucia el ambiente, es una molestia para el vecindario. Si ve que hay motociclistas que se meten contramano o circulan por la vereda, atájelos para que dejen de hacerlo.
¿Usted cree?
Con unas pocas acciones como esta que es posible llevar adelante todos los días, se podría empezar un cambio concreto en el mundo tangible, el que se ve, se toca y está ahí, del otro lado de la puerta de su casa. Cualquiera putea a Trump, a Biden, a Putin, a Milei y a sus santas madres. Total, ni se van a enterar.
No lo había pensado.
Su lucha contra Milei, contra Trump, contra Cristina, contra el Papa, contra la Guerra de Ucrania o a favor de la paz mundial no va a tener resultados concretos nunca, amigo. Son declamaciones vacías, igual que los discursos de las maestras en los actos escolares, hablando de cosas que los chicos no entienden, las otras maestras tampoco y los padres, si es que hay presente alguno, menos.
Quizás ahí esté el problema de las grandes causas, en que son tan inmensas e inabarcables, que nadie, ni siquiera el Partido Socialista (en cualquiera de sus infinitas denominaciones, desde Greenpeace hasta el comunismo más puro y duro, pasando por Propuesta Republicana), tiene cómo luchar para imponerlas ni siquiera como objeto de deseo de la gente.
No ha de ser para tanto.
En realidad, es para mucho más. El sistema necesita tener encapsulados en sus propias contradicciones a quienes luchan por desarmarlo. En algunos casos muestra en sus medios, con una vehemencia propia de causas más nobles, a quienes desearían verlo destruido para construir encima algo supuestamente mejor. El régimen, del que hablaba Hipólito Yrigoyen, hace sus ahijados y protege con su manto de hipocresía, a todos los que quieren destruirlo, sabe que, en la enormidad de sus deseos, está ínsito su fracaso. Luego de que alguien se lanza a la arena para protestar por alguna causa mundial, ni siquiera le marca la cancha, sino que, por el contrario, lo alienta diciéndole: “Andá, peleá donde quieras, el mundo es tu teatro de operaciones”. El pobre infeliz se larga a despotricar contra Trump, pongalé, hasta que se desgarganta gritando. ¿Y sabe qué pasa después? Nada.
Me ha hecho pensar, aunque no crea.
Uno de estos días se podría también hablar de las causas (in)nobles de esa gente, la maldad intrínseca que encierran sus ideas desde el veganismo hasta la imposición de energías limpias, la ecología y otras animaladas de las que muchos hablan y pocos entienden. Por hoy suficiente.
Bueno, al fin terminó esta columna.
Eso, al fin.
Juan Manuel Aragón
A 23 de enero del 2025, en Cerco de la Finada Rosa. Bajando al pesebre
Ramírez de Velasco®
Comentarios
Publicar un comentario