El reloj del Fórum, visto en un charco |
La nota empieza con citas del Martín Fierro y desde la mitad empieza a explicar de qué se trata, tómese el trabajo, amigo y léala, capaz que le gusta
Recuerde, amigo, una no olvidada perlita de la payada del Martín Fierro, en la parte de La Vuelta. Cuando el negro le dice: “Si responde a esta pregunta // téngasé por vencedor; // doy la derecha al mejor; // y respóndamé al momento: // cuándo formó Dios el tiempo // y por qué lo dividió”.Algunos martinfierristas fanáticos solían tener la payada como verdadera y remarcaban la sabiduría del protagonista principal del libro por sobre el personaje secundario. Sabían que, como es lógico, que José Hernández se hizo a sí mismo la pregunta y la respondió con palabras que alcanzan alturas casi metafísicas. “Moreno, voy a decir // según mi saber alcanza: // el tiempo sólo es tardanza // de lo que está por venir; // No tuvo nunca principio // ni jamás acabará, // porque el tiempo es una rueda, // y rueda es la eternidá; // y si el hombre lo divide // sólo lo hace, en mi sentir, // por saber lo que ha vivido // o le resta que vivir.”Y aquí está el hombre de hoy, creyendo que lleva el tiempo en el bolsillo, sólo porque el teléfono le avisa al instante lo que sucede en el mundo y le da la hora exacta, coordinada puntualmente con Greenwich. Y no es lo mismo, como lo sabe cualquiera que haya aprobado el tercer año reforzado de antes, cuando las maestras se preocupaban de que sus alumnos sepan y sean curiosos, no solamente que aprueben.
Hoy se debe contar a los chicos cómo funcionaba el reloj de antes, el de agujas que todavía está en la Casa de Gobierno de Santiago, en la plaza Libertad y en dos o tres lugares más. ¿Ves los dos palitos? Bueno, uno es grande e indica los minutos y otro más chico para avisar las horas. Los de bolsillo y de muñeca, solían traer también una aguja más finita, que indicaba los segundos, pero casi nadie le prestaba atención porque, al menos en Santiago, nadie vivía con esa precisión cuántica.
Las horas estaban divididas en cuatro cuartos. Los minutos se contaban de cinco en cinco hasta llegar a las “y media” y luego, también de cinco en cinco, pero al revés. Es decir, “menos veinticinco”, “menos veinte,”, “menos cuarto”, “menos diez”, “menos cinco”. La hora exacta era una referencia inútil, pues a nadie le servía saber que eran las ocho y 58 sino más bien, casi las nueve.
En realidad, lo que indicaban los relojes era cuánto faltaba para bañarse, para salir, para que llegue el ómnibus, para lo que fuere. Los relojes a cuerda funcionaban en un mundo que prescindía de la exactitud y lo asumía, no como hoy, que sigue siendo tan inexacto como aquel, pero al menos en los papeles, pretende ser matemáticamente estricto. Es más, un reloj que adelantaba o atrasaba cinco minutos por día, se consideraba que andaba bien y cada tres o cuatro días su dueño lo ponía en hora.
El consenso más o menos universal establecía que en “en un santiamén” era ahora o ya mismo. Un ratito duraba entre cinco y diez minutos, un rato era quince minutos, un rato largo llegaba hasta media hora y una hora era “nos hemos cansado de esperar”. Igual que ahora, si se va a decir todo. Pero, en estos tiempos, con relojes que avisan los minutos, segundos y hasta centésimas de segundo con precisión atómica, muchos se pierden porque si les dicen las ocho y 59, lógicamente piensan que están más cerca de las ocho que de las nueve.
El mundo ha perdido con estos nuevos relojitos, la noción de que la hora que pasó es una abstracción sin cabida en lo que pasa todos los días y que en realidad no sirve de mucho saber en qué hora vive uno. Desde siempre lo único que vale, mejor dicho, lo que más sirve saber, como dice el Martín Fierro al Negro es “lo que resta que vivir”.
En otra nota se hablará de los super exactos burócratas actuales, incapaces de avisar que algo pasó a las tres de la tarde, que es una hora con muchos significados al menos en español y dicen en cambio, que fue “a las 15” y por las dudas, después de una coma o un punto le agregan “00”, sabiendo que esa cifra no puntualiza nada y da una sensación de escrupulosa rectitud que es falsa, inútil y, si se va a decir todo, medio estúpida. O estúpida y media.
Si quiere, abajo desmiéntame, insulte o quéjese porque ya no puede decir cualquier bobería de manera anónima.
Juan Manuel Aragón
A 20 de enero del 2025, en el Trust Pastelero. Comiendo una cocadita.
Ramírez de Velasco®
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