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TEMPERATURA Los santiagueños aman el calor

El aire acondicionado nocturno de antes

Es la conversación favorita de todo el año, venga o no venga a cuento, invierno y verano, de enero a enero y si no está, lo extrañan

El amor que sienten los santiagueños por el calor desde hace varios años, quizás desde el principio de los tiempos, viene superando los límites del entendimiento humano. Es increíble, inaudito, nunca visto, el extravagante cariño que le tienen al calor. Se esfuerzan, a como dé lugar a sentirse siempre acalorados, molestos, fatigados, sudados, pegosos, mal.
Para saludarse no dicen: “Buenas tardes, ¿cómo estás?”, sino: “Buenas tardes, qué calor”, la cortesía indica que, a su vez, el otro responda: “Sí, pero mañana va a hacer más”, y se cierra el diálogo con un contundente: “Vamos a arder”. Después de toda esta introducción, el ama de casa educada recién le pedirá al verdulero una oferta de papa, medio kilo de tomate, aquel pimiento que parece tan rico o una sandía.
El santiagueño se regodea con el calor, lo persigue afanosamente en los intersticios de las conversaciones más disímiles, en diálogos casuales, en saludos intrascendentes. A veces, en pleno invierno, con un frío que hiela los pensamientos, tres camisetas, dos camisas, dos suéteres, una campera, gorra de lana, también es una fórmula para iniciar una conversación. Un parroquiano entra a un bar y, restregándose las manos, pide un café bien caliente. Es posible que el mozo, al verlo tan abrigado comente: “¡Qué fresquete amigo!”. La respuesta, no falla, ni tiene por qué fallar, siempre será: “¡Seee…! pero ya vas a ver que en enero se va a derretir el pavimento por el calor”.
Porque cuando el sol no calienta como es debido, el santiagueño lo extraña como si fuera un amante, un algo supremo, su razón de ser, de estar, de vivir, su más intrínseca razón de ser y permanecer en este mundo. Es parte de su ontología, podría decirse, si es que supiera qué quiere decir ontología. Lo quiere de cuerpo presente, no como una promesa para el otro verano, sino en todos los rincones de su vida, desde la transpiración hasta el lenguaje cotidiano, desde los recuerdos más íntimos hasta sus proyecciones de futuro más esperadas, desde sus bajezas más pecaminosas hasta su heroísmo más acendrado.
Hay una época en Santiago que es preciosa, aunque nadie de afuera de la provincia lo crea, porque es tal la propaganda que aquí mismo se hace del calor, que quién va a creer que haya un tiempo con temperatura agradable, encantadora. Desde principios del otoño y hasta bien entrado el invierno y parte de la primavera, hay maravillosos días —preciosos —en que, si uno quiere ponerse un saquito, va bien, si sale de camisa así nomás, también. Pero incluso en esos días, muchos le interpondrán un “sin embargo”, con el que le recordarán el hervor de enero y febrero, los cuarenta grados a la sombra, el derretimiento del asfalto, los huevos fritos que se hacen poniendo una sartén al sol de las dos de la tarde, la reverberación del pavimento a los lejos, las palomas cayendo muertas del cielo, sofocadas por la canícula.
Es un fanatismo tan grande, que incluso desafía las convenciones más básicas de las ciencias, como la meteorología. Si uno dice que ayer no hizo tanto calor, porque la temperatura máxima fue de solamente 37 grados, siempre alguno, lo pondrá en duda afirmando: “Eso es en el aeropuerto, en casa hay que sumarle cinco grados”. Y sí, amigos, la temperatura suele medirse en todas las ciudades de la Argentina en un lugar parecido, para luego comparar correctamente los valores. Entre otras cosas, porque en su casa tampoco hace el mismo calor en todas partes, en la pared del sol hay una temperatura y en la de la sombra otra. En el comedor hace un calor, en la cocina hay otro y en el dormitorio otro más. Los santiagueños creen que el Servicio Meteorológico Nacional es un organismo propio, que debiera perseguirlo a cada uno, midiendo la temperatura por dondequiera que vayan.
Otra cosita más. Muchos santiagueños fueron criados en el campo, de Árraga a Ojo de Agua, de Estación Simbolar a Real Sayana, de Los Núñez a Los Puestos, de Remes a Frías, de La Banda a Monte Quemado y los casi infinitos pueblitos que hay en los caminos intermedios. Casi todos los que vivieron en esos sitios dicen que extrañan las cabras en el monte, la represa, la mama amasando pan, el tata atando la zorra, la escuela en medio de un algarrobal, el canto de los coyuyos, el silbo de la perdiz. Si les preguntan por sus recuerdos del campo dirán que son muchísimos, pero mire usté lo que son las cosas, en ninguno figura el calor, como si en Loreto City hiciera la misma temperatura veranieg que en Oxfordshire, Reino Unido. Oiga, comían guiso año redondo, con mucho ají picante, de enero a enero, sin protestar, dormían con los catres desparramados en el patio. Pero ahora los niños desayunan con café helado o licuado de banana y no te lo duermen si el esplit no está puesto a 16 grados al menos desde media hora antes, porque el Carrier de antes hace mucho ruido y es anti ecológico, ¿vistes?
En estos días salen de la casa muertos de frío por el aire acondicionado, se suben al auto con aire acondicionado, van al trabajo que tiene aire acondicionado, se escapan del trabajo para ir a la confitería que tiene también aire acondicionado, se fugan a la casa de la otra que si no tuviera aire acondicionado la dejarían, la llevan al telo con aire acondicionado, duermen con aire acondicionado, toman mate con la Número Uno con aire acondicionado, ven los noticiarios de la tele con aire acondicionado. Pero, eso sí, en todas sus conversaciones, en todas sus charlas, en todos sus diálogos, en todas sus pláticas, sin faltar ni una está presente el calor, uf, ¿ha visto doña?
Y uno de estos días se mueren de sensación térmica.
Los santiagueños no dejan el sol ni, aunque vengan degollando, es una presencia constante que dura todo el año, pegado al cuerpo como una garrapata que los incomoda, los martiriza, los atormenta, los molesta, los fastidia, los tortura, los inoportuna, los mortifica de tal suerte que, ni siquiera saben conversar de otra cosa que no sea de temperaturas, días calurosos, mentiras del Servicio Meteorológico, sudores, transpiraciones y oscuros vaticinios para el año que viene, cuando los termómetros trepen hasta llegar a los 60 grados a la sombra o un poquito más, porque en casa siempre es peor.
Bueno, eso nomás tenía que decir.
Después de la lluvia de ayer, si sale el sol, hoy nos vamos a cocinar en vida amigo, ya va a ver.
Juan Manuel Aragón
A 27 de enero del 2025, en La Breíta. Comiendo sandía.
Ramírez de Velasco®

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