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Nockanchis |
“Entonces escondemos las motocicletas, los televisores, las radios, las cocinas a gas, los teléfonos”
Una vez vino uno que quiso averiguar quiénes éramos. Raúl Alberto les dijo:
—Somos Nockanchis nomás.
Y todos nos reímos, porque nockanchis significa “nosotros”, en el idioma de los abuelos.Desde entonces todos nos dicen así, los indios nockanchis. Uno de los documentales más largos, el que descubrió quiénes éramos y que servíamos para hacer lindos programas en la tele fue, justamente ”Los Nockanchis”. Como será que ahora, en el pueblo, cuando un muchacho baila con una de nuestras chicas dicen que ha andado nockancheando.
Sabemos para qué lado dispararles cada vez que llegan con sus cámaras filmadoras. Escondemos las motocicletas, los televisores, las radios, tapamos con lonas las cocinas a gas, apagamos los teléfonos, las mujeres se ponen unas polleras largas, los changos se sacan las zapatillas y los viejos se calzan una vincha.Cuando preguntan si bailamos alguna danza ancestral, les decimos que justamente esa noche tenemos una y les danzamos igualito a una película del África que pasaron en la tele. A veces les inventamos un casamiento, a la novia le ponemos un tocado de plumas de suri y le pintamos la cara con ceniza. También ofrecemos la fiesta de la fertilidad de los campos.
Todo depende de lo que pongan. El que les cobra es Ernestito, que es monotributista y tiene para darles factura. Nos encanta que vengan los alemanes, los belgas, los norteamericanos, porque cuando van a arreglar. Ernestito les dice:
—Sale tanto.
Pelan la billetera y ponen tanto. No discuten precios, como los argentinos ni pichulean. Con decir que una vez los gringos llamaron a los bomberos para que tiren agua y les hagamos la danza de la lluvia. Andábamos meta chivatear en medio del barro. Se fueron felices, les habíamos dado lo que querían.
En los últimos tiempos vienen con un libreto preparado, así que no tenemos que pensar mucho en qué hacer: indican que la novia vaya para la derecha, el cacique debe ser Rubén porque es gordito y bien morocho, y por eso tiene cara de jefe. Tenemos que preparar bien todo, no vaya a ser cosa que en medio de una toma suene un celular, porque hay que grabar todo de nuevo.
Apenas se bajan de las camionetas ya los tenemos vichados, algunos quieren algo bien ecológico, otros prefieren el folklore, otros andan en búsqueda de espíritus ancestrales, cada uno con algo distinto. No importa, a todos tratamos de conformarlos.
Un alemán vino diciendo que quería mostrar nuestras creencias más profundas y no sabíamos si esconder los Rosarios y las estampitas de San Cayetano o mostrarle que éramos católicos como siempre habíamos sido. La solución la dio Antonito, que le dijo que se acababan de ir unos misioneros, pero igual seguíamos creyendo en el dios Oclo.
—¿Mama Oclo? —preguntó el tipo.
—No, este es otro, es un dios nuestro, propio, lo hemos privatizado —le respondió.
El tipo quedó encantado, como una hora hablaron de Oclo, que cuidaba el maíz para que no le entre el gusano, protegía las majadas de los leones y los zorros, vigilaba las gallinas así no las picaba la víbora y andaba patrullando por todos lados, atendiendo a los más chicos para que no se enfermaran, cantando viejas vidalas al lado de las abuelas, mirando al Cielo para mandarnos la lluvia cuando la precisábamos, atajándonos el tierral cuando salía viento y hasta revolviendo el guiso para que no se pegue.
—Un súper Oclo —dijo el tipo.
—Casi, casi —respondió Antonito.
Al alemán le gustó tanto, que la película se llamó “Ein Super Oclo mitten im südamerikanischen Urwald”. Algo así como “Super Oclo vive en un bosque de Sudamérica”.
Pagó bien, eso sí.
Si vienen con sus libretitas el abuelo los atiende: anotan todo. Les cuenta que somos una comunidad de habitantes atávicos de la tierra, amamos la naturaleza, no cortamos una planta sin pedir permiso al dios de la vegetación ni matamos un animal sin rezar una plegaria por los seres vivos. Y le agradecemos al sol y a la luna y las estrellas, porque por su perfección se mueve el mundo. El abuelo es uno de los más descreídos y quizás por eso les inventa las historias más bellas.
Tienen que poner la plata antes de empezar la filmación. Si no, no hay celebración o trabajamos a desgano o no hacemos nada. El negocio de los documentales maneja millones y si bien somos el primer eslabón, exigimos que paguen lo que corresponde, así actuamos como se debe.
A veces piden más gente porque harán una mega—producción, entonces llamamos a los parientes del pueblo. Pagan la mitad antes de comenzar y el resto cuando terminan. El trabajo es fácil: filman lo que vendría a ser un día común y corriente. Para eso pedimos prestadas las cabras a un vecino porque las nuestras las vendimos todas, nos sacamos las zapatillas, andamos de ojotas, nos vestimos con la peor ropa y nos dedicamos todo el día a seguirlos por donde quiera que andan filmando. Entre pitos y flautas, un día en la aldea les lleva un mes de trabajo, sin contar la edición en la ciudad, las voces, la música.
Lo malo es que la juventud ya no quiere saber nada con ellos. Entre filmación y filmación la changada se aburre. Muchos se van a la ciudad a trabajar de cualquier cosa, no les hace gracia verse en la televisión como campesinos sin cultura.
Pero ya se sabe, cómo son los jóvenes. Odian las tradiciones, lo nuestro, el terruño, el pago. Son unos desagradecidos.
Juan Manuel Aragón
A 11 de febrero del 2025, en la curva de San Andrés. Trampeando cardenales.
Ramírez de Velasco®
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