Que viva |
“Los grandes animales antediluvianos, se muestran y se ocultan ante los ojos embelesados de los estudiosos como si jugaran a las escondidas”
Antes de extinguirse los dinosaurios parece que quisieron dejar un mensaje para las generaciones futuras, algo así como “aquí estuvimos”, una señal de lo que fuera su propio cuerpo, su existencia. En algunos lugares dejaron plantadas sus huellas, en otros unos huevos que quién sabe por qué no llegaron a término y también otras marcas que los especialistas van hallando y de vez en cuando muestran al mundo con asombro.Cual detectives de las ciencias pasadas, los expertos deducen teorías tomadas de un hueso por aquí, un rastro por allá. Y publican sus conclusiones en mamotretos, destinados a otros estudiosos como ellos, a estudiantes avanzados, a legos en la materia, interesados en el asunto.Los grandes animales antediluvianos, se muestran y se ocultan ante los ojos embelesados de los estudiosos como si jugaran a las escondidas. El descubrimiento de un solo diente de un mastodonte de aquellos, desmiente o confirma una o varias hipótesis en las que algunos dejaron la vida. Otras ocasiones, tarda en aparecer ese molar que ratificaría la verdad de una enorme biblioteca, mientras el mundo académico debate, a veces en acaloradas polémicas sobre tiempos fantásticos en los que el hombre no había asomado la nariz sobre la faz de la Tierra.
Algunos piensan que, con un poco de inteligencia como la nuestra, aquellos fabulosos animales quizás se hubieran percatado de la necesidad de dejar cualquier cosa para ser reconocidos en el futuro. Algo más que una huella involuntaria en un pantano que se petrificó por obra de la casualidad, aunque más no fuera un montículo de boñiga puesto de manera práctica. Pero la vida, el mundo, la inteligencia de la realidad, lo que recordamos de aquello que una vez fue, es lo que es y no otra cosa.
Los hombres son tal vez los únicos animales que tienen conciencia del mañana, por eso intentan ser eternos levantan inmensos edificios o escriben frágiles libros en desviaciones que imponen a la naturaleza para torcer su voluntad, en ideas y modas que pretenden quedarse para siempre. De todo lo que la humanidad ha venido haciendo desde el tiempo de las pirámides hasta los rascacielos, quién sabe qué es lo que la sobrevivirá si sobreviniera un cataclismo como el que terminó con los dinosaurios. Tal vez un tótem tallado en madera en los Estados Unidos, quizás un detalle de la cúpula del Kremlin, quién sabe si tendrá cómo no caerse la Catedral de Santiago de Compostela.
Es emocionante darse a la tarea mental de pensar en términos de posteridad, qué es lo que quedará del mundo próximo, cuando todos los hombres de la actual generación sean cenizas de cenizas. Alguno pensará en el Obelisco de Buenos Aires, tumbado, pero aún orgulloso, señalando a la Reina del Plata, quizás la Cañada, de Córdoba siga llevando agua, recordando que ese era el lugar emblemático de los cordobeses. En Tucumán podría sobrevivir, en ruinas casi imperceptibles la Casa de Gobierno que muchos tucumanos recuerdan iluminada “a giorno”, durante las fiestas patrias.
De Santiago, quizás una generación futura descubra una pintada en el muro de la abandonada estación de trenes de Clodomira que dice “Viva la ura”. Al menos es el deseo de muchos.
Juan Manuel Aragón
A 13 de febrero del 2025, en la Rinconada. Amasando para tortilla.
Ramírez de Velasco®
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