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Roque Raúl Aragón |
Una ínfima contribución al nombre con que los tucumanos nombran a su capital y el descreimiento del sistema partidocrático
Mi tío Roque Raúl Aragón, era político, pero muy pocas veces intervino en las cuestiones de los partidos. Fue un pensador y escritor que, justamente, sostenía que el sistema partidocrático era una mentira redonda, creía que la democracia era uno de los grandes males de la Argentina y estaba adscripto (una manera de decir), al nacionalismo criollo, católico y tradicional, corriente de pensamiento que influyó a algunos grandes hombres, sobre todo a principios y hasta luego de mediados del siglo pasado.Por si no lo conoce, valga una referencia, el “factor Genta”, fue, al decir de los que saben de teoría y práctica de los conflictos bélicos, lo que llevó a la bravura a los aviadores argentinos durante la Guerra de las Malvinas. Jordán Bruno Genta fue, como lo saben muchos, uno de los intelectuales que también influyó sobre la corriente de pensamiento que en la Argentina se llamó nacionalismo, y es o era, una derivación del romanticismo europeo.Un día lo llamaron para hacer política concreta, querían que fuera candidato a convencional constituyente en Tucumán. Fue durante la gobernación democrática de Antonio Domingo Bussi. Después contaba que creyó que sería una buena oportunidad de influir en algo en vida cotidiana de los demás.
Una digresión. Al final lo único que importa en cualquier constitución es el punto que establece cuánto deben durar las autoridades. Como que la última reforma de la Constitución Nacional sirvió para un solo propósito, la reelección del Presidente, que en ese caso era Carlos Saúl Menem, que alargó su estadía en el poder, en complicidad con Raúl Alfonsín, que le sirvió en bandeja un “acuerdo preexistente”, el Pacto de Olivos.
A la postre, aquella reforma de la Constitución de Tucumán tuvo, en ese sentido, un gran acierto conceptual y un enorme yerro práctico. El acierto fue seguir conservando el artículo que prohibía la reelección del gobernador. Y fue un error no permitir la reelección a los legisladores provinciales, pues cuando se les acababa el mandato, muchos de ellos aprovecharon para hacerse nombrar en organismos descentralizados del Estado tucumano, agravando la ya pesada burocracia que mantenían sus ciudadanos.
Mi tío Raúl no estuvo, porque ya no figuraba entre los elegidos, en la famosa cena de las milanesas con puré, anécdota que pintaba de cuerpo entero la personalidad de Bussi. Y la de sus seguidores, pobres tipos disfrazados de prohombres. Por si no la oyó o no la sabía, le cuento: a la salida de un acto fue con los capitostes a cenar a un restaurant. El mozo empezó a levantar los pedidos, uno quería arroz a la valenciana, otro, ravioles con salsa, el de más allá pidió una suprema de pollo con arroz, en fin. Cuando llegó el turno de Bussi, dijo: “Milanesas con puré para todos”. El mozo le dijo: “Pero, los señores me han pedido otra cosa”. Entonces levantó la voz el General: “¡He dicho milanesas con puré para todos!” Y fue lo que cenaron algunos de los más distinguidos abogados, contadores, empresarios y profesores universitarios esa vez, calladitos la boca.
Para ese tiempo, mi tío Raúl ya había abandonado hacía rato y con prudencia, la idea de ser Convencional Constituyente con Bussi o con cualquier otro partido. Pero cuando todavía era un posible candidato hubo una reunión para ponerse de acuerdo en los artículos que reformarían. Una sola idea llevaba el pariente: que la Constitución dijera que la provincia se llamaría Tucumán a secas y su capital fuese San Miguel. Le dijeron que no, que no era posible, que sería muy engorroso, que ellos no estaban ahí para hacer cambios semánticos. Tuvo una sola idea para aportar y se la rechazaron.
Entonces renunció.
Recuerdo que después le contaba a mi padre: “La única idea que llevé no la quisieron poner en práctica, entonces me fui, no me quedaba nada más por hacer”. Pero, mire usted, al final le hicieron caso. El primer artículo de la Constitución de Tucumán nombra a “la Provincia de Tucumán” como “parte integrante de la Nación Argentina”. Y el segundo establece: “Las autoridades superiores del gobierno tendrán su sede en la ciudad de San Miguel de Tucumán, que es la capital de la Provincia”. No hubo necesidad de ponerlo expresamente, pero desde ese día una cosa es la provincia de Tucumán y otra San Miguel.
Después, de a poco, los tucumanos empezaron a distinguir Tucumán de su capital, Y hoy muchos lo tienen en claro. Después, cuando llegó la gobernación el ultra radical José Jorge Alperovich de la mano del peronismo, se ocupó de reformar la Constitución para obtener un mandato más, y terminó medrando 12 años en el poder, demostrando de paso que no era mejor que Bussi.
Mi tío Raúl, mi padrino, escribió varios libros, entre ellos “La poesía religiosa argentina”, “Genio y figura de José Hernández”, “Testimonio sobre Juan Alfonso Carrizo”, “La política de San Martín”, “Bajo estos mismos cielos”. También le publicaron decenas de artículos en revistas como Cabildo. Pero además encaró la escritura de opúsculos, ensayos, panfletos, animando el nacionalismo argentino desde sus 17 años, cuando comenzó en Forja, hasta poco antes de su muerte.
En estos días debe aparecer un libro suyo sobre el Martín Fierro, que algunos amigos están esperando con ansias para conocer alguna nueva revelación sobre los temas de siempre de la Argentina, el gaucho, los indios, las desesperadas guerras por ser independientes y el fracaso de quienes las emprendieron una y otra vez, entre ellos José Hernández.
En lo práctico influyó apenas con una puntualización ínfima sobre el nombre de su provincia natal. Hoy cientos de miles de tucumanos todos los días van o vienen a San Miguel, sin saber que ese detalle se lo deben a mi tío Raúl.
A veces suelen llegar saudades de los tiempos en que vivía y era una referencia a la que acudía en consulta para desasnarme sobre asuntos que parecían fundamentales para saber dónde estaba parado, como la importancia de los gremios en la vida de una nación, los avatares de la familia como institución creada directamente por Dios y la política y sus recursos materiales y de los otros, para cumplir con lo que Dios quiso de esta patria.
Hace muchos años que se murió. Aunque pienso que quizás siga vivo, algunas mañanas en Ranchillos, La Ramada, San Pablo, Alderetes, cuando un ñañita dice: “Me voy a San Miguel a trabajar, vuelvo a la tarde”. Y toma el ómnibus para apearse cerca de la plaza Independencia, la Terminal, el hospital Padilla.
Juan Manuel Aragón
A 2 de mayo del 2025, en Beltrán. Juntando mandarinas.
Ramírez de Velasco®
Muy interesante. Me uno a la espera por el libro sobre Martín Fierro. Mi madre vivió en la calle Roque Raúl Aragón, que es el límite Sur del cementerio israelita de San Miguel de Tucumán.
ResponderEliminarSe me lo ha piantao un lagrimón... Era mi abuelo, viví con él y sin saber, lo veía con la misma relevancia y seriedad que tenía.
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