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AÑORANZAS No somos los que antes éramos

Perfil de la ciudad desde la costanera nueva

Una visión romántica y nostálgica muestra a los santiagueños de forma quizás desactualizada


Las comidas tradicionales de los santiagueños son la milanesa, el guiso de arroz o fideo con carne de pollo o de vaca, el quipi, las albóndigas, el bife, la hamburguesa. El asado es cosa de todos los argentinos, las empanadas son para los domingos o fiestas de guardar y las milanesas de bagre, el sábalo, el dorado, cuando un amigo pescador convida a comerlos. ¿Locro, dice?, un lujo de algunos domingos de invierno, dos o tres y pare de contar. ¿Cabrito?, no les gusta a todos. ¿Lechón?, rara vez.
La música que se oye en todos lados es la omnipresente guaracha, la cumbia, el cuarteto, después Los Beatles u otra banda extranjera más moderna y al final algún grupo folklórico, los Manseros, pongalé, el Chaqueño Palavecino también, Abel Pintos y alguno más. El tango tiene muchos oyentes, no solamente entre los jovatos, no vaya a creer, a los jóvenes, no a muchos, es cierto, le gusta la llamada música ciudadana.
La juventud cuando se quiere divertir tiene boliches y cervecerías que son más o menos parecidos a los de toda la Argentina y están de moda en todos lados. Pasan casi la misma música para gente que baila igual o parecido que en Tucumán, Córdoba, Salta, Rosario o Buenos Aires. Algunos jóvenes bailan folklore porque lo aprendieron en la escuela o los mandaron de chicos a una academia, pero cuando salen a bailar es obvio que no se refieren a chacareras o zambas.
Los santiagueños no van a cenar a la pizzería La Boca ni al restaurante Los Ángeles de la calle Tucumán, simplemente porque ya no existen. Es más, no les gusta esa pizza de antes, un mazacote, que encima tiene un poquito de queso cuartirolo. La pizza se afinó, ya no es tan gruesa y muchos se animan a comer la que arriba, además de la muzzarella, tiene rúcula, hongos, ananá. Para muchos el sábado a la noche comienza con un lomito con papas fritas, quizás llevado a la casa por el chico de la moto, de algún bar o carrito de los alrededores.
Nos acordamos, cómo no, de Bahil Karam, en la esquina de 9 de Julio y Belgrano, sus pisos no precisamente relucientes y esos mozos que, si podían, te hacían con el vuelto. Pero, ¿sabe qué?, nos alegramos de que, en ese lugar haya unas torres tan lindas, dando un aire actual y cosmopolita a la ciudad. ¿No venden gallinas vivas ni vizcachas en el mercado Armonía? No las extrañamos, primero porque es más cómodo el pollo y segundo y principal, no sabemos matarlas, menos pelarlas.
Los santiagueños, al menos los que vivimos en Santiago, no somos nostálgicos ni añoramos el pasado ni sentimos dolor por los negocios que no están —Popeye, Radar, Moglia, armería Di Lullo, el cine Petit, el bar Miki y cientos más— los barrios que perdieron su esencia, la vieja costanera, La Gallina Turuleca, Pulgarcito. ¿Sabe por qué?, primero porque vivimos aquí y segundo porque en casi todos los casos fue reemplazado por algo mejor. 
Para bien o para mal, no nos fuimos. Si sentimos a Leo Dan con su “Santiago querido”, no nos brotan las lágrimas por el terruño, porque lo estamos pisando todos los días, tampoco cuando cantan los Manseros o Koly Arce.
Los santiagueños expatriados antes venían y se admiraban porque, año tras año, todo seguía igual: “Ustedes no avanzan más”, decían. Ahora se quejan porque las nuevas avenidas, los edificios altos, el ritmo a veces frenético del centro, y esa tenue impronta moderna que adquirió en los últimos años, han desnaturalizado su recuerdo.
Bueno, ustedes también cambiaron el lugar al que se fueron a vivir. En la provincia de Buenos Aires o dondequiera que estén, han modificado el paisaje, de tal suerte que para los lugareños no volverá a ser el mismo. Aquí hemos estado cambiando siempre, naciendo, creciendo, reproduciéndonos y muriendo. En el camino construimos lo que somos: es decir algo totalmente alejado del recuerdo folklorero y nostalgioso de los emigrados. Lo lamentamos por ellos si lo que mostramos está alejado de su imagen nostálgica y repleta de melancolías por el ayer. Vamos poco y nada a tomar sol al río, porque un millón de tucumanos lo contaminan día y noche. Y vemos Netflix.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Me gusta saber de Santiago, xq casi no conozco

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  2. Muy buena la nota! Y sucede tal cual lo expresas! Santiago cambió y cambiamos también nosotros! Pero es bueno guardar en la memoria, tantas cosas que disparan nuestra nostalgia.

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  3. Es cierto. El cambio en la arquitectura de la ciudad es magnifica. Se puede decir que Santiago capital, madre de ciudades, dejó de ser una ciudad CHATA para convertirse en una ciudad arquitectonicamente interesante, glamorosa. Pienso que hoy en día es la mejor y más interesante del norte argentino. Dejo de lado el paisaje. Que dicho sea de paso, mejoró notablemente con la construcción de la avenida costanera.

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  4. Felicitaciones a la modernizada madre de ciudades

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