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1869 CALENDARIO NACIONAL “La victoria no da derechos”

El funcionario argentino

La frase fue pronunciada por Mariano Varela, ministro de Relaciones Exteriores de Sarmiento, luego de la Guerra de la Triple Alianza


El 27 de diciembre de 1869 Mariano Varela afirmó que la victoria no da derechos. Fue luego de la Guerra de la Triple Alianza y la frase completa es “la victoria no da derechos a las naciones aliadas para declarar por sí, límites suyos los que el tratado señaló”.
Se llamaba Mariano Adrián Varela Cané, había nacido el 5 de marzo de 1834, en Montevideo, durante el exilio de su padre, Florencio Varela. Fue un abogado, jurisconsulto, periodista y político con mucha participación en la segunda mitad del siglo XIX. Llegó a ser ministro de Relaciones Exteriores durante los dos primeros años de la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento.
Nacido en Montevideo durante el exilio de su padre, se incorporó al Ejército Grande y peleó en la Batalla de Caseros, que terminó con el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Estuvo en la revolución del 11 de septiembre de 1852 y apoyó la segregación del Estado de Buenos Aires de la Confederación Argentina. En 1853 fundó junto con sus hermanos Héctor Florencio, Rufino y Luis el periódico La Tribuna, que dirigió con su hermano Héctor.​
Fue ministro de Hacienda del gobernador Adolfo Alsina, pues su periódico lo ayudó a llegar al gobierno. En octubre de 1868 fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores por Sarmiento. Cuando la Guerra de la Triple Alianza estaba terminando pronunció su frase más conocida: "La victoria no da derechos a las naciones aliadas para declarar por sí, límites suyos los que el tratado señaló."
Luego de cinco años de sangrienta lucha, el cinco de enero de 1869, las tropas aliadas entraron en Asunción, pero la hallaron deshabitada, porque la población había sido trasladada, casi un año antes a Luque, luego a Piribebuy.
Los brasileños ocuparon la capital paraguaya, mientras los argentinos se instalaron en Villa Occidental, a la que habían hecho la base del Territorio Militar del Chaco.
Luego de varias reuniones, los representantes diplomáticos de las fuerzas aliadas, Mariano Varela, ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno argentino, el barón de Río Branco, su colega de Brasil, y Adolfo Ortiz, el canciller uruguayo, el 2 de junio de 1869 firmaron un protocolo que estipulaba que “en el territorio liberado del mariscal López” se instalaría un gobierno designado “por la libre elección de los ciudadanos paraguayos”, a condición de “dar garantías de paz, estabilidad y perfecta inteligencia con los gobiernos aliados”.
Controlados por tropas brasileñas, el 21 de junio se reunieron en Asunción los 21 paraguayos que nombraron un Gobierno provisorio de un triunvirato con Carlos Loizaga, José Díaz de Bedoya y Cirilo Antonio Rivarola. Meses después, el triunvirato se desintegró, quedando en el Gobierno, solamente Rivarola.
Bartolomé Mitre buscó sacar rédito político de las negociaciones de paz. El gobierno que lo sucedió, de Sarmiento, cambió la diplomacia con el Paraguay. Varela llevó esa política: creía que la guerra había demostrado la solidaridad de Hispanoamérica con Paraguay. Decía que se debía demostrar solidaridad con el caído, renunciando a los frutos territoriales de la victoria y con candor infantil sostuvo que una actitud similar debía adoptar Brasil.
De ahí su frase sobre la victoria sin ganancia. Había señalado también que “Si con Paraguay aniquilado somos hoy exigentes, no esperemos simpatías cuando ese pueblo renazca”. A pesar de Varela, los paraguayos renacidos odian a los argentinos mucho más que a los brasileños.
Dijo además que si la Argentina intervino en la guerra de la Triple Alianza, fue por haber sido agredida por Francisco Solano López y no por reclamos territoriales. Creía que de esa manera evitaría que el Paraguay se convirtiera en un protectorado brasileño.
Además, Varela firmó con el Brasil un acuerdo por el cual la Argentina renunciaba a sus derechos territoriales sobre el Chaco —otorgados por el Tratado de la Triple Alianza— y se los reconocía al Paraguay.
Los brasileños sospechaban que si la Argentina renunciaba al Chaco era para buscar la reconstrucción del Virreinato del Río de la Plata, muy lejos de las ambiciones reales de la clase ilustrada porteña, que se conformaba con la provincia de Buenos Aires.
Cuando la Argentina se instaló en el Chaco, ocupando Villa Occidental, empezó otorgando licencias para la instalación de obrajes madereros. El diplomático brasileño José Maria da Silva Paranhos Junior, Barón de Río Branco aprovechó esta situación para tratar de enemistar a los sobrevivientes paraguayos con el gobierno argentino, para impedir que reclamase el Chaco boreal, tal como lo fijaba el Tratado de la Triple Alianza.
El canciller argentino no compartía la ocupación del territorio chaqueño, al menos antes de firmarse el tratado de paz que cerrase los problemas limítrofes y la misma guerra de la Triple Alianza. Aun así, Sarmiento creó la gobernación del Chaco. Protestaron los paraguayos, digitados por los brasileños.
Mientras, los brasileños firmaron unilateralmente con el Paraguay tratados de límites, desentendiéndose del gobierno argentino. En esos tratados los brasileños decidían en forma unilateral sus fronteras con el gobierno de Asunción y con el de Buenos Aires, pues retenían para sí los territorios en disputa y acordaron sin permiso de Buenos Aires que el límite argentino no pasaría del Pilcomayo.
El tratado de límites violaba el artículo del Tratado de la Triple Alianza, que decía: “Los aliados se comprometen solemnemente a no deponer las armas sino de común acuerdo, y solo después de derribado el actual gobierno del Paraguay; así como también a no tratar con el enemigo común, ni celebrar tratados de paz, tregua ó armisticio, ni convenio alguno tendiente a suspender ó terminar la guerra, sin mediar perfecto acuerdo entre todos”.
Se enojó Sarmiento, que veía el tratado entre los paraguayos y el Brasil como un peligro para la integridad argentina y regional.
Negociaciones posteriores, como el acuerdo el 19 de noviembre de 1872, llevaron a que la Argentina reclamara la línea del Pilcomayo más una franja del territorio que incluyera Villa Occidental, y renunciaba al Chaco Boreal, que pasaría a arbitraje.
Durante la presidencia del sucesor de Sarmiento, Nicolás Avellaneda, se hicieron las negociaciones que terminaron con la cuestión de poner punto final a la guerra de la Triple Alianza. El 20 de mayo de 1875 se firmó el tratado Sosa—Tejedor, por medio del cual el Paraguay aceptaba las demandas argentinas, el límite en el río Pilcomayo más una franja que incluyera Villa Occidental, a cambio del retiro de las fuerzas brasileñas.
Brasil reaccionó, obligando al Congreso paraguayo a repudiar el tratado firmado por Sosa y declararlo “traidor a la patria”. Y pareció que habría guerra de nuevo.
El 3 de febrero de 1876, los mistros Bernardo Irigoyen y Facundo Machaín, llegaron a un tratado definitivo. En ese momento el Imperio brasileño tenía graves problemas económicos y el gobierno argentino quería solucionar la cuestión con el Paraguay para atender problemas con Chile.
Entonces se acordó que el límite sería fijado en el río Pilcomayo, el Chaco boreal fue dividido en dos partes: una era reconocida como paraguaya, y el territorio entre los ríos Pilcomayo y Verde pasaría a ser sometida al arbitraje del presidente de Estados Unidos, Rutherford Birchard Hayes .
También se estableció que, si el arbitraje era desfavorable a la Argentina, este país se comprometía al retiro de las tropas de ocupación en un plazo máximo de cinco meses y la evacuación de las fuerzas argentinas de Villa Occidental.
Y así ocurrió. La Argentina devolvió el territorio y sus fuerzas abandonaron Villa Occidental, que pasó a llamarse Villa Hayes. Poco después, la Argentina puso sus pies en el Chaco que le correspondía, y fundó Formosa.
Es obvio que el Brasil obtuvo territorios que antes de la guerra eran paraguayos, su diplomacia fue mucho más hábil que la argentina y no tuvieron piedad en despojarlos de tierras que eran suyas por historia y derechos. Los argentinos, en cambio se embarcaron en una victoria sin derechos, tan inútil como peligrosa.
©Juan Manuel Aragón

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