Ir al contenido principal

CUENTO Fúnebre presencia

Aguaitándome

“En ocasiones la luna hace miles de preguntas sobre las tinieblas que se proyectan sobre la tapia de atrás”

Cuando el verano empieza a hacer la noche más temprano, suelo tener un poco de aprensión si debo ir al patio, ya sea a levantar la ropa, a entrar la pala que dejé afuera o a poner el plástico negro con el que protejo el limonero de la helada. Creo que algo me está mirando desde adentro del galponcito del fondo o desde el rincón opaco que acude a hacer una sombra desde el irregular techo del vecino.
Si mi mujer me pide que cierre la persiana y la ventana, antes de dormir, no quiero ni mirar afuera, se me hace que, desde el patio, oculto y nebuloso, me observa paciente, esperando quién sabe qué para darse a conocer.
Vivo en esta casa desde siempre, aquí jugué de chico, en la sala, al lado de la cocina, velaron primero a mis abuelos, luego a mis padres y supongo que algún día me llorarán a mí. A nadie he contado este vago temor que me sube por las venas cada vez que recuerdo que luego será de noche y ahí, en el patio, una tenue y aterrada brisa andará dando vueltas hasta la madrugada.
En ocasiones la luna hace miles de preguntas sobre las tinieblas que se proyectan sobre la tapia de atrás y cuando debo ir, por cualquier razón a ese lugar, se me estruja el corazón con un recelo pueril. Dicen que solamente los niños temen la oscuridad, entonces en una esquina del corazón sigo teniendo cinco años, ando de pantalón corto y mi abuela, viva todavía, me llama para la cena.
Esa tiniebla incierta sabe que araña mis temores y de esa aprensión que siento cuando estoy cerca, la noche está sola y los vecinos miran la televisión, cocinan, leen, juegan, se aman, estudian, duermen. A veces me digo que es solo un sobresalto de mi imaginación, personaje supuesto de los tantos que viven en mis pensamientos cuando estoy despierto. Sin embargo, cada vez que voy al patio y hay estrellas, me observa con detenimiento, regodeándose por el temor indescriptible que me causa su tétrica presencia.
En las fiestas de fin de año, cuando vienen los parientes a comer hasta pasada la medianoche, el patio está iluminado con todas las luces. Hay jolgorio, alegría, bebidas, cohetes y comidas para todos los gustos. La pasamos bien, tenemos todo para estar contentos. Pero cuando llega el momento de las reposeras y sentados a la luz de las estrellas de las 2 o 3 de la mañana recordamos a los parientes que se fueron para siempre, siento un hormigueo, de nuevo trepando por la piel, haciendo inquietas las horas de diversión.
Cuando vuelve el día su figura se hace transparente, mimetizándose con el pasto, la pared del fondo, la ventana del cuarto que da al patio, el escuálido limonero que nunca termina de llegar a la adultez, la mancha de salitre en la que el abuelo sembraba acelga, los sillones de plástico que compramos con la patrona para refrescarnos con una cerveza las noches de verano, el balde la maceta, el malvón.
Hace un rato mi mujer me ha pedido que vaya a descolgar la ropa que tendió al mediodía. Pero no me decido. Algo me dice que, si acudo, esa ausencia de una mirada perdida e ilógica, se hará presente aguaitando mi timorata apariencia. 
Me pasa con frecuencia que pierdo las ganas de dar a conocer mis escritos en este sitio o en cualquier otra parte. Cuando sucede este desánimo, mi mujer suele enviar los textos a mi corresponsal para que los publique, evitando que se corte la cadena de favores que sostiene nuestra austera existencia.
Si llegara a ver la luz este escrito que estaba oculto en un rincón de los archivos de la computadora, es posible que lo lea desde el mundo temeroso del fondo del patio de casa, una noche de estas.
Si ese día es hoy, búsquenme en la sección de obituarios del diario. Si no estoy, mañana volveré a importunar con mis notas. Y la sombra y mis temores seguirán siendo hermanos.
©Juan Manuel Aragón
PS Procuren que el aviso no aparezca en “Fúnebres gratis”.

Comentarios

  1. Impresionante Juan. Describes exactamente lo que sentí y viví en el fondo de mi casa. Y parece que ese ser me siguió hasta ahora que vivo en otra parte y que soy adulto.
    Espero no tener que gastar mañana en un Funebre tuyo.
    Te felicito por el cuento.

    ResponderEliminar
  2. Cristian Ramón Verduc30 de enero de 2023, 11:36

    Muy bueno. Impresionante.
    Me ha gustado.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

AÑORALGIAS Santiago querido

La Secco Somera lista (a completar), de lo que hay todavía en la ciudad mágica habitada por los santiagueños, sus sueños y saudades Algunas cosas que antes sabía haber en Santiago y no hay más, se perdieron para siempre, consignadas en este sitio para que al menos quede su recuerdo. Esta lista la publiqué hace algunos años en Feibu y los amigos la completaron. 1 Helados “Kay”, más ricos no hay. 2 El auto Unión, (con motor de dos tiempos, como la Zanella). 3 Las heladeras Vol-Suar. 4 Las prohibidas del Renzi (¡Coca!, cuánto amor). 5 La bilz de Secco (la de ahora no es lo mismo, qué va a ser). 6 El Santa Ana, El Águila, empresa Robert, el Manso llegando desde el fondo del saladillo. 7 Cheto´s bar. 8 El peinado batido de las mujeres. 9 El jopo (ha vuelto, pero como mariconada). 10 La nueva ola y los nuevaoleros. 11 El Tuco Bono. 12 El departamento Matará. 13 Panchito Ovejero vendiendo billetes de lotería. 14 La Porota Alonso. 15 La Gorda de Anelli. 16 Tala Pozo. 17 Mi tata. 18 Panadería L

LEYENDA El remís con chofer sin cabeza

Imagen de Facebook de David Bukret Un misterioso auto circula por las calles de Santiago y La Banda: un caso que está dando que hablar en todos lados Un hombre detiene su motocicleta en el parque Aguirre, lleva una mujer atrás, son las 3 de la mañana. Se apean debajo de un eucalipto, justo cuando empiezan a besarse aparece un auto, un remís que los encandila y se queda parado, como esperando algo. Ella pega un grito: “¡Mi marido!”, suben de nuevo a la moto y se van. Antes de irse, el hombre observa que en el remís no hay nadie, parece vacío, pero ya ha acelerado, a toda velocidad y no se va a detener. Ha pasado varias veces, según cuentan los parroquianos en el café con nombre y apellido, en una historia que va pasando de mesa en mesa, repitiéndose todos los días con más detalles. Las mentas hablan de un remís que aparece de manera impensada, no solamente cuando detecta traiciones amorosas, sino que asustó a varios muchachos que andaban trabajando de noche en casas que no eran las suya

EVOCACIÓN El triste final de la Dama de Hierro

Mercedes Marina Aragonés El recuerdo para quien el autor de esta nota llama Dama de Hierro, algunas anécdotas y la apreciación sobre una personalidad controvertida Por Alfredo Peláez No fue el final que posiblemente soñó en sus años de poder y esplendor. Cuando el nombre Nina paralizaba hasta el más taimao. Se fue en silencio, casi en puntas de pie, como vivió sus últimos años. Muy pocos lloraron a Marina Mercedes Aragonés de Juárez, la dama que supo ser de hierro, en tiempos idos. Seguramente coqueteó en esos años con un funeral al estilo Evita, con su féretro en el salón principal de la Casa de Gobierno, o en el Teatro 25 de Mayo, y largas colas de santiagueños para darle el último adiós. Pero solo fueron sueños de diva. Nada de eso ocurrió. Los diarios santiagueños apenas se hicieron eco de su fallecimiento. Al fin y al cabo, más importante eran los 470 años del pago que ella intento domesticar a rienda corta y chicote. Quedarán miles de anécdotas que la tuvieron como protagonista.