![]() |
Hugo Argañarás, “Tempestad”, óleo sobre lienzo |
En el campo, en ocasiones llovía justo cuando debía hacerlo, después del mediodía y antes de las 5 de la tarde. Si la tormenta venía linda, mi abuelo se servía vino en una jarra y la dejaba un rato en el patio para que la bautizara el aguacero. Unos cinco minutos después, se sentaba en un sillón, tranquilo, relajado, acompañado del simple agradecimiento de quienes están seguros de que Dios les hizo un regalo.Para usted, criado en la ciudad, quizás la lluvia no significa mucho o es una molestia porque lo halla lejos de la casa, sin paraguas, sin galochas, sin impermeable, haciendo trámites impostergables y sabe que se mojará, casi por obligación.Como le digo, en el pago era muy distinto el asunto. Si la lluvia lo agarraba lejos de la casa, no había el alero de un negocio ni una galería para refugiarse. Para peor, algunas tormentas venían bravas, con truenos, refucilos, viento y oscuridad. Cuando empezaba a correr el agua por las huellas, se volvían resbalosas, y el paisano sabía que, si el trayecto era de media hora a pie, con la tormenta sería una hora o quizás más. Y llegar de vuelta, hecho una sopa era una obligación, pero feliz, porque había llovido.
Eran otras tormentas también, sorpresivas, repentinamente felices las del verano, sobre todo, cuando llegaban de sopetón. No eran como ahora que todo el mundo sabe que la próxima lluvia llegará el jueves que viene a las 7 y 5 de la tarde, con un 80 por ciento de probabilidades, según el Servicio Meteorológico. Y cuando se acerca siguen la tormenta paso a paso con el telefonito, que muestra dónde anda, qué hace, qué ciudades va visitando, en una pantalla accesible a cualquiera, que en aquellos tiempos habría sonado a ciencia ficción.
En esos tiempos, una nube empezaba a subir desde el sur, a la una de la tarde, pero nadie le hacía caso, tantas veces se había anunciado sin concretar, que las teníamos como el pastorcito mentiroso. Uno se iba a dormir la siesta, abochornado, a la habitación más oscura y fresca de la casa. Si estaba en pie desde temprano, se dormía al toque en alguna de las habitaciones que se conservaban cerradas desde la mañana para que conservaran el fresco. De repente se despertaba con una sensación rara, el cuello en un mar de sudor imposible, había soñado con avernos de fuego eterno, asándose al rescoldo. Todavía en pantalón corto, pijama o calzoncillo, se levantaba, abría la puerta que daba al patio y una brisa fresca lo inundaba.
El cielo llovía sobre la tarde, las gallinas estaban refugiadas en la galería y el mancarrón le daba la espalda al viento. Después el agua se haría módico diluvio, exquisita bendición de pobres campesinos. Si volvía a la habitación seguía siendo el infierno, pero desde la galería se observaba una cortina gris en el horizonte, que no dejaba ver el bosque de los vecinos que empezaba detrás del cerco del bajo.
Qué ricos esos mates con mucha espumita, tortilla al rescoldo y conversación tranquila que se armaban después. La tarde demoraba en irse mientras el cielo escampaba, sintiendo caer las últimas gotas de agua que habían quedado presas en las ramas de las plantas, reventando en cristales contra los charcos.
A la noche sacarían el catre al patio bañado por la luna, una silla en la cabecera, atajando la almohada, las estrellas pasando lentas, un sapo en la represa dirigiendo el coro de ranas cantarinas, a los pies una cobija porque, a la madrugada refrescaría lindo.
Y ella acurrucada bajo las sábanas, aguaitando la tibieza del amor correspondido.
©Juan Manuel Aragón
Tus escritos son, por lo general, lo primero que leo desde la cama. Hoy me encantó esta bucólica descripción de la lluvia. Gracias.
ResponderEliminarHermoso, Juan. Tus relatos costumbristas me trasladan a mí infancia en Clodomira. Todos esos recuerdos parecen cobrar vida con los detalles que describes. Pará los que estamos hoy tan lejos de todo aquello, es como esa brisa de aire fresco que recorre el campo después de esos aguaceros.
ResponderEliminarNorma.
ResponderEliminarMuy lindo Juan . Me encantan tus relatos.