Inundación del Bermejo |
El 30 de abril de 1981 se reunió en Santiago del Estero un congreso pro canalización del río Bermejo, obra que, de haberse llevado adelante podría haber aparejado un gran progreso a la región
El 30 de abril de 1981 se reunió en Santiago un congreso pro canalización del río Bermejo. Se trataba de un grupo de santiagueños que intentaban alertar a las autoridades provinciales y nacionales del gobierno de facto para que finalmente tomaran la decisión de hacer algo para defender los intereses de la Argentina.El proyecto de canalización del río Bermejo era una quimera voluntarista de unos cuantos argentinos. Se pretendía que el gobierno nacional construyera un dique en la provincia de Jujuy, con el fin de canalizarlo aguas abajo. Recorrería parte de Salta, todo el oriente Santiagueño y desembocaría en Santa Fe. Pequeñas barcazas recorrerían el canal aguas arriba y abajo, llevando la producción del norte —y de Bolivia— al puerto de Rosario.Quizás se trataba de una obra imposible, pero quizás haya sido la última oportunidad que tuvo el país, de unirse en una gran obra nacional, que traería consigo ventajas anejas. Como que evitaría el costosísimo dragado del puerto de Buenos Aires. El Bermejo aporta al Río de La Plata en su desembocadura, el cinco por ciento del agua y el 95 por ciento del material en suspensión, que le otorga su particular color león.Por otra parte, en tiempos en que la Argentina tenía Fuerzas Armadas, era una obra difícil de destruir con un solo bombardeo al tener más de 3.000 kilómetros de extensión. Y las esclusas servirían eventualmente, como generadoras de electricidad limpia que servirían como usinas, al menos de los pueblos vecinos.
Se calculaba que unos 200 kilómetros a todo lo largo de ambos márgenes del canal se verían beneficiados durante su construcción y cuando estuviera concluido. Esta obra, además, obligaría al gobierno de Santiago, Salta, Chaco y Formosa, a hacer las obras complementarias necesarias para llevar su producción a Rosario, por uno de los medios de comunicación más baratos del mundo, el agua.
Ante la objeción de la provincia de Formosa, que sostenía que Santiago no tenía derecho a un río que no pasaba por su territorio, se oponía la razón de las inundaciones. Es decir: “Si son dueños del río, paguen ustedes a las provincias aguas abajo las consecuencias de las grandes avenidas que se forman cada vez que crecen sus aguas, causando destrozos en las poblaciones ribereñas y háganse cargo de las costosísimas dragas del puerto de Buenos Aires”.
¿Era una obra posible?, al menos como sueño, sí. La vieja Obras Sanitarias de la Nación, existente todavía en ese tiempo, podría haber dilucidado la cuestión si había voluntad de llevarla adelante. Incluso hasta podría haber formulado el proyecto definitivo, pues trabajaban en la repartición técnicos e ingenieros idóneos en la materia.
En los congresos “bermejistas”, se debatía incluso si era necesario recurrir al financiamiento internacional para costear la obra. Y hubo quienes sostuvieron que habiendo capacidad técnica en la Argentina y con materiales que también saldrían del país, no era necesario recurrir a bancos extranjeros, pues se podría hallar alguna forma de pagar a quienes trabajaran en la construcción.
Más allá de las discusiones que se plantearon en torno a este asunto, lo más formidable de todo es que se sorteaba de una manera inteligente la prohibición del gobierno de entonces de hacer política, para debatir un tema que era estrictamente político. También fue interesante el foro de discusión que se abrió alrededor de este tema, al fin había santiagueños reunidos, no para pasarse el último chisme de los funcionarios ni la basura que publicaba el diario El Liberal, sino para tratar asuntos concretos, tangibles y hasta imposiblemente factibles.
Cuando llegó la democracia se vio que era inútil persistir en estas reuniones para formar un grupo de presión que obligara a los políticos argentinos a ponerse al frente de proyectos a favor del país. Muchos de quienes participaban, entraron en la vida de los partidos políticos y olvidaron los grandes proyectos que alguna vez los animaron a desafiar a los militares y su temible represión. Y se dedicaron a las naderías de siempre, pequeños proyectos para gente pequeña que nunca volvió a pensar en grande.
©Juan Manuel Aragón
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