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CRÓNICA La venganza del chelco

Yacaré hallado en un río tucumano

Cómo hizo el “Liolaemus chacoensis” para desquitarse de los desaires que le hicieron todos los animales del bosque


“La presencia de yacarés en los sitios pesqueros dejó de ser un mito. Deportistas filmaron un video de un ejemplar nadando en una laguna en Termas de Río Hondo, mientras que otro hizo circular una fotografía de un animal que fue sacrificado en el río Salado.”
Nuevo Diario, edición digital del 26 de julio del 2016.
Quizás porque me había vuelto invisible detrás de mi color tierra o tal vez porque siempre he sido callado, vuelta a vuelta los demás animales se olvidaban de invitarme a sus acontecimientos sociales. Cuando se casó la Chuña fui uno de los que la fueron a saludar en el atrio del templo de Santo Domingo, de Urquiza y 25 de Mayo, pero no fui a la recepción que ofreció. En la fiesta que dio el Tigre cuando se recibió de profesor de Historia tampoco estuve y, por lo que sé, nadie me extrañó. La señora Lagartija, mi prima hermana ni siquiera se acordó de convidarme al bautismo de sus hijos.
“Tu problema es el mimetismo, como te confundes con el paisaje, para los demás es lo mismo que estés o no”, me dijo un día don Zorro. Agregó: “De hecho, podrías haber estado en todas las jodas, total nadie se iba a dar cuenta”.
“Cuatro hombres oriundos de Tintina fueron demorados anoche, luego de que se descubriera que llevaban dos ejemplares de yacarés, escondidos debajo de un asiento. Según informaron efectivos del Puesto Caminero de Urutaú, alrededor de las 3.10 detuvieron la marcha de una camioneta Volkswagen Amarok, color negro, en la que cuatro hombres manifestaron regresar de Salta hacia Tintina.”
El Liberal, edición digital del 30 de noviembre del 2018.

Mi nombre científico es Liolaemus chacoensis, pero me dicen simplemente Chelco o Serrucho y soy una especie de lagartija pequeña que habita la región del Chaco, compartida por la Argentina, el Paraguay y Bolivia. Soy pequeño, a lo sumo mido 6 centímetros de largo; tengo escamas quilladas dorsales en series oblicuas convergentes hacia la línea vertebral según dicen quienes me han estudiado, y poseo grandes bandas transversales oscuras y claras, extendidas en la cola. Mis ojos son grandes y tienen pupilas verticales, típicas de mi especie.
En Santiago me suelen hallar en lugares secos y oscuros, en las pilas de leña, bajo los postes que aguardan ser cargados en la zorra, el tren o el camión, debajo de troncos sueltos, en sitios en que se junta mucha hojarasca. Cuando perturban mi casa, me suelo mostrar a la vista unos instantes y luego, en un instante, cual pequeño y opaco rayo de tierra, desaparezco sin dejar recuerdos de mi presencia.
“Un vecino de Icaño, departamento Avellaneda, Santiago del Estero, se sorprendió cuando al acercarse a un canal denominado ´El Polaco´, encontró a un yacaré en las orillas de ese curso de agua.”
Contexto, edición digital 21 de junio del 2020.

Yo estaba en esta parte de Santiago del Estero, mucho antes de que aparecieran los primeros hombres sobre la faz de la Tierra. No me pregunte por qué, pero fui uno de los que se salvó del gran cataclismo que extinguió a los grandes dinosaurios. Otros que zafaron fueron la tortuga, los quirquinchos de toda clase, las hormigas, las abejas, las acatancas, las iguanas y dos o tres bichos más.
Esta tierra era nuestra por derecho propio, antes de que aparecieran leones, catitas, zorros, perdices, corzuelas y otras aves. Esos nuevos habitantes tomaron todo el territorio, se apropiaron de nuestros lugares sagrados, se rieron sobre la tumba de nuestros muertos, desviaron los viejos senderos, lastimaron nuestros recuerdos. Todo lo soportamos, pues ya no estaban los enormes dinosaurios para defendernos, el mundo había cambiado y debíamos adaptarnos o morir.
Sin embargo, nosotros, los pequeños y humildes chelcos organizamos un desquite tan cruel como sutil. Un día de hace unos cincuenta años, llamamos por teléfono a nuestro primo hermano formoseño, el yacaré overo, también sobreviviente de tiempos arcaico y le dijimos: “Vengansé para aquí, hay buena caza, con dos ríos maravillosos para pescar, repletos de bagres, dorados, sábalos, mojarritas, choros, y ningún depredador a la vista”.
Ahora los demás animales deben correrse un poco para darle lugar a este primo nuestro que cruzó más de mil kilómetros para venir a molestar en los cursos de agua santiagueños. Hasta los bañistas de los veranos de la costa del río Dulce, frente al parque Aguirre, les tienen miedo. Se reproducen lenta pero seguramente, algunos aparecieron en fincas lejos del río a las que llegaron por los intrincados canales de riego que, como telaraña mojan la Mesopotamia santiagueña.
El otro día estaba sentado en un café y don Urpila ha querido reclamarme de los yacarés: “Para qué han traído esos bichos tan fieros”. Me he quedado callado un rato y le he respondido: ”Oye amiga, ¿qué tal ha estado la locreada del 25 de Mayo?”. No me ha dicho nada, ahí se hadado cuenta de que tampoco me había tenido en cuenta para esa joda. Parece que estuvo linda.
©Juan Manuel Aragón

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