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CUENTO La prueba de amor

Enamorados

Lo que sucede cuando un hombre insiste a una mujer para que le entregue la prueba de su amor y ella al final le dice que sí


(Omar Humberto Torres, de San Félix, departamento Jiménez, me contó la historia, cambié los nombres y algunas circunstancias para que no queden rastros de su procedencia, pero igual allá al menos, se sabrá).

Desde hacía rato que le venía pidiendo que me entregue la prueba de amor, que no sea mala, que qué le costaba, si me quieres te tienes que entregar, le decía. Y ella nada, que no, que más adelante, que quién sabe, que yo no la quería, cuantas cosas. Y yo, imaginesé, meta insistir. Fue hace una vida amigo, yo andaba loco por ella, la pensaba durante todo el día, quería acariciarla, mimarla, pero sobre todo hacerla mía. Y ella dale con que no me quieres, vos sos un loco, después me vas a dejar, eso se lo dirás a todas.
Ya sé que ahora las cosas son distintas, capaz que las chinitas les dicen a los changos “vamos pa la catrera” y en una de esas ellos les dicen que no de tan repugnaos que están del asunto. Ahora toman alcohol como un carrero y nadie se extraña, los sábados se juntan a la medianoche y entran al boliche a las 3 de la mañana, cuando nosotros estábamos yéndonos a casa. Todo ha cambiado, amigo. En los boliches bailan hombres con hombres, mujeres con mujeres, si le gusta una, le pide el Instagram y en la semana averigua qué onda. Si uno les dice: “Pero la tenías ahí, por qué no la has charlado”, le contestan que así no es, que no sea antiguo.
Igual la cosa como que se naturalizó, es más normal asuntear con las chicas. Nosotros, olíamos muy de vez en cuando, como se dice, y no era fácil, había que decirle que ella le gustaba, ponerse de novio, decir que la quería para toda la vida, quizás mentirle que se iban a casar y entonces sí, un buen día, cuando uno ya harto de tantas vueltas quería rumbear para otros pagos, le decían que sí, que bueno, pero que nadie sepa nada, uy, qué van a decir mis amigas si se enteran y ponete algo porque si me llego a embarazar mi papá me malmata, no sabes cómo es cuando se enoja.
Muchos jugados por jugados, lo llegaban a hacer quince días antes de casarse, qué digo, dos noches antes les daban el gusto con una probadita así nomás, como para que supieran lo que les esperaba luego, cuando se casaran. Y algunos llegaban al casamiento con las neuronas dadas vueltas de tanto esperar.
Pero con ella, como le digo, era distinto, sabíamos que no nos íbamos a poner de novios, tampoco íbamos a salir a dar vueltas por el pueblo el domingo después de misa de once, tomados de la mano ni nada de eso. Desde el baile del clú, cuando me le largué y le dije que quería tener algo con ella, sabíamos que aquello debía terminar de una sola manera: amándonos desesperadamente; después durando un tiempito más y chau, si te he visto no me acuerdo.
Nos veíamos cada dos o tres semanas, yo la pasaba a buscar a la noche, en la camioneta después del reparto, dábamos unas vueltas por ahí, estacionaba en alguna parte bien oscura y empezaba una batalla en la que, al rato nomás sólo se oía, “sacá la mano de ahí”, “no seas bruto”, “no”, “no” y “no”. Siempre lo mismo, ya iban como tres meses del baile y me estaba empezando a hartar de la situación.
Hasta que un buen día la encuentro a la siesta, saliendo de lo de una pariente, y le digo de acercarla hasta su casa. En el camino le vuelvo a insistir con la prueba de amor. Me avisa que esa noche iba a salir de inglés a eso de las 9, que la espere a media cuadra. Dicho y hecho, ¿no? Nos vamos a la orilla del río, a un lugarcito bien oscuro.

Leer más: “Uno había ido por ir nomás y se enamoraba perdidamente en una noche y otro que esperaba hallar el amor de su vida, regresaba con las manos vacías y el corazón mustio”

Empezamos a apretar y en eso le digo: “Dame la prueba de amor”. Ella me dice: “Bueno”. Había esperado mucho por ese momento, la cabeza me empezó a girar a mil kilómetros por hora, imaginesé. Entonces la suelto, me compongo un poco la camisa, afirmo las manos en el volante de la camioneta y le digo: “El martes que viene cuando cobre, te busco así vamos a un hotel y lo hacemos bien”.
No va a creer, amigo, encendí la camioneta, la dejé en la casa y me fui. ¿Qué pasó, pregunta? Bueno, nada, es decir nada. Perdí. Tenía que haber agarrado la oferta como venía y, en todo caso, en otra ocasión hacerlo en un hotel, con velas encendidas, pétalos en la cama, espejos en el techo, flores de agradecimiento, qué sé yo.
Esa noche perdí por hacerme el fino, el delicado, el caballero, ¡perdí para siempre!, ¿entiende? Nunca más me dio bolilla y después cada vez que me cruzaba en la calle miraba para otro lado haciéndose la ofendida. Pero, ¿sabe qué?, ella tenía razón.
¿Quiere que le diga la verdad?, soy un pelotudo.
©Juan Manuel Aragón
A 18 de noviembre del 2023, en Monte Potrero. Hondeando urpilas

Comentarios

  1. Seguramente de ahí y de contento te fuiste derechito a la paja, digo a tirarte antarca en el catre que tenías en el patio con el colchón de pasto 😅

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